Un mes con Juan Gabriel Vásquez

Entre el 22 de agosto y el 22 de septiembre me leí todas las novelas oficiales de Juan Gabriel Vásquez. En total, fueron 2.121 páginas a las que debo agregar como factor inercial las 202 de Alina suplicante -su segunda novela no oficial-, las 80 de su biografía sobre Joseph Conrad, las 205 de los siete cuentos de Los amantes de todos los santos, y como corolario sentimental las 197 páginas de Los desacuerdos de paz: artículos y conversaciones (2012-2022).

Sí, sé que son muchas páginas para leer en un mes, y algunas obras de Vásquez, estoy seguro de que demandan su buena relectura. Y quiero aclarar que no asumí semejante experiencia de inmersión con la vanidad que le asiste a un lector consumado, no, solo quise entablar un diálogo con un narrador audaz.

Y eso es Vásquez, un novelistas dotado con la capacidad de definir múltiples capas de sentido en obras que no pierden su identidad; así se muevan, como propuesta tanto estructural como narrativa, entre el relato periodístico, la introspección autobiográfica, la distorsión histórica, y la concepción nostálgica del pasado como un terreno en disputa.

La propuesta de Vásquez es audaz y parece no agotarse en sus alcances, aunque en algunos momentos, si se avanza en una lectura cronológica y juiciosa de sus novelas oficiales -a la fecha ha publicado seis de extensión variable-, iniciando por Los informantes (2004) y concluyendo con Volver la vista atrás (2020), es evidente que se repiten motivos e historias, como si su obra fuera un continuum de exploraciones inciertas y certezas movedizas; las obsesiones se restituyen y tienden a cobrar nuevas perspectivas, algo que el mismo autor referencia en su obra más autobiográfica y lograda, La forma de las ruinas (2015).

Debo decir que fue un gran mes. Porque Vásquez me planteó en cerca de tres mil páginas un diálogo retador con mis preconcepciones del mundo. Y ese era precisamente el tipo de diálogo que necesitaba sentir. En ocasiones, fue honesto; en otras, angustiante; en otras, conmovedor. Siempre atravesado por un permanente sentido del encuentro.

Fue un mes cargado de experiencias, porque debo precisar que no solo me dediqué a leer a Vásquez día y noche, en absoluto, también me dio tiempo de leer una breve y extraordinaria novela corta de Enrique Vila-Matas –Extraña forma de vida, se llama-; así como de adentrarme en el Abril Rojo de Santiago Roncagliolo mientras me enteraba de la muerte de Fujimori. Pero Vásquez siempre estuvo presente en cada tarde calurosa en la ciudad de la furia; en cada noche de intimidad con algún amante anacrónico; en las pesadillas que no recuerdo, pero que sé ahí están. Como el dinosaurio al despertar.

Lo curioso es que al concluir aquella experiencia de inmersión, decidí, motivado por no sé cuál mecanismo interior, buscar a mi padre. Hace tres años que no lo veo. Sé muy poco sobre él.

Seguro nos vamos a ver en algún centro comercial, almorzaremos y no le diré que me pasé el último mes leyendo la obra de un escritor llamado Juan Gabriel Vásquez. Dudo que tenga el hábito de la lectura, dudo que le importe que el hijo que abandonó hace tres décadas se haya leído tres mil páginas, dudo que en su vida haya leído un libro. Conversaremos sobre el abandono, la ausencia o el destino; pero en mí, y no sé por qué, estará habitando aquel sentido del encuentro que me generó la obra de Vásquez, o si acaso, buscando justificarme, sea solo una traición sentimental por el tipo de padres que cobran vida en sus novelas.

En fin, es una experiencia de inmersión que recomiendo. Vale la pena. Se aprende, se siente, se vive. Vásquez es un narrador que inspira. No sé a qué, pero inspira, ya cada quien tendrá la responsabilidad de administrar su dosis de inspiración.

Con fortuna, la maravillosa biblioteca de la Universidad de Antioquia me acercó a todas las novelas, con la excepción de Volver la vista atrás -esa fue la primera que leí y me la prestó un amigo bogotano-, así que el mes en compañía de Juan Gabriel Vásquez me salió barato. No me costó un solo peso, pero le dio enorme valor a mis días. Estaré a la espera de su próxima obra sobre la escultora Feliza Bursztyn, y sí es posible, encontrar Persona, su primera novela no oficial.

Para Álvaro, gracias.

Fredy Chaverra Colorado

Politólogo, UdeA. Magister en Ciencia Política. Asesor e investigador. Es colaborador de Las2orillas y columnista de los portales LaOrejaRoja y LaOtraVoz.

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