Hoy en día, me siento perdido en la complejidad de la identidad. Cada vez que trato de llamar a alguien, me pregunto si estoy usando el término correcto. Gay, bisexual, pansexual, intersexual, trans, heterosexual… la lista es interminable.
Recuerdo una ocasión en que me llamaron para presentar un evento de diversidad. Los organizadores me advirtieron sobre cómo dirigirme a ciertos panelistas. Me dijeron que uno de ellos era un hombre con senos y que su nombre era Lina. Me pareció extraño, pero entendí la importancia de respetar su identidad.
Pero en la vida cotidiana, no siempre tenemos esas advertencias. He visto como personas se molestan cuando son llamadas por su físico o estereotipo. Me pregunto si estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos sin ofender.
Creo que el lenguaje inclusivo es importante, pero también creo que debemos ser conscientes de nuestras limitaciones. No podemos saber todo sobre la identidad de los demás, pero podemos escuchar y aprender. Debemos crear un ambiente de respeto y inclusión, sin juzgar a los demás por sus elecciones.
La diversidad es una oportunidad para crecer y aprender. Debemos abrazarla con humildad y respeto, y no dejar que la corrección política nos impida comunicarnos con los demás. Solo así podremos crear un mundo más inclusivo y respetuoso para todos.
Si nos liberamos de las rígidas categorías de género impuestas por la sociedad y permitimos que cada persona explore su identidad de manera auténtica, ¿crearíamos un mundo más justo y equitativo? Simplificando nuestro lenguaje y utilizando términos como ‘humanos y humanas’, reconocemos la diversidad de experiencias y celebramos la rica tapicería que conforma nuestra humanidad. Al hacerlo, no solo visibilizamos a todas las personas, sino que también desafiamos las normas sociales que limitan nuestra expresión y nuestra forma de relacionarnos.
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