¿De verdad hubo fraude?  

“Cada país genera sus propias mutaciones cuando se relaciona con el socialismo del siglo XXI.”


El venezolano se sorprende por la pregunta. Aunque es un “veneco” de 29 años, Yeison está nacionalizado en Colombia desde el 2010. Vive en Manrique, trabaja vendiendo pastichos desde su pieza arrendada y estudia en el SENA para graduarse como técnico en cocina.

Camilo es la tercera persona que le pregunta si de verdad hubo fraude en Venezuela. De repente todos quieren hablar con Yeison porque les sorprende lo que está pasando en el país caribeño, a pesar de que no es la primera vez que se anuncia fraude electoral al otro lado de la frontera a favor del gobierno, de que hay antecedentes de asesinatos impunes en protestas y, sobre todo, de que hay casi tres millones de migrantes venezolanos en Colombia.

Ninguna de esas razones públicas y publicadas son suficientes y convincentes para hablar de un engaño, quizá porque sería un duro golpe para Camilo asumir que el silencio de su presidente en la tarima de Tuíter y en la reunión de la OEA tenga algún parecido con la complicidad que dejan los favores recibidos. Yeison le argumenta con ideas, con anécdotas, con impotencia, con frustración, con lágrimas, con el cansancio que le ha dejado el trasnocho en la cocina y en las noticias, pero Camilo, un estudiante universitario de 20 años que recibe un subsidio alentador y merecido por sus calificaciones, que aún confunde gobierno con Estado, cree que lo importante es que “en Colombia nunca había habido un líder de izquierda». Yeison no pretende entrar en una discusión sin interlocutor, repentinamente, recuerda la forma de argumentar de los chavistas, experimenta un déjà vu. Yeison le da la razón a Camilo porque sabe que en Colombia jamás pasará lo mismo que en Venezuela, como en Venezuela no pasó lo mismo que en Cuba porque cada país genera sus propias mutaciones cuando se relaciona con el socialismo del siglo XXI, porque cada país responde a sus recursos, a una historia de conflicto o democracia particular y a la sombra de su contemporaneidad.

Pero, ¿por qué esa duda es tan incómoda para Yeison? “Verdad” y “fraude”, dos palabras antónimas que llenan de sentido una pregunta: ¿De verdad hubo fraude? Sí, chamo, responde lacónico Yeison, mirando a Camilo con cansancio histórico y de cocinero que ha estado asomándose hasta la madrugada por la ventana que le da Tuíter a Venezuela. Responde con la convicción de un universitario no graduado, con cicatrices de perdigonazos recibidos en la espalda por protestar en las calles en 2014 y en 2017, que creció viendo a Tibisay Lucena bajar las escaleras del CNE para anunciar las victorias sospechosas que solo hasta el 2024 han sido desmanteladas tanto en las actas como en las calles.

Yeison tiene dos días paralizado desde el 28 de julio, los nervios, las protestas, la injusticia, no está rindiendo ni con el trabajo ni con las clases. En Colombia la vida sigue, todo es normal porque «Venezuela debe resolver sus asuntos sola», «Esos son problemas internos que no le competen a Colombia», frases que Yeison escucha cuando difiere sin descargar la furia que le produce la ingenuidad cultivada, esa que sosiega la angustia que producen las semejanzas evidentes. Si algo ha involucrado a toda Latinoamérica es la migración masiva de «venecos», ¿es acaso esa una de las razones por las cuales esta vez fue tan visible, tan tendencia, tan sorpresiva internacionalmente la indignación de los venezolanos en Venezuela? Frente al televisor, el 29 en la madrugada, Camila, roomie de Yeison, espera con él los resultados del CNE, anima el ambiente diciendo con risas que esas son las elecciones presidenciales más esperadas en Latinoamérica porque de ellas depende el retorno voluntario de venecos a sus casas. Una broma construida con el deseo de muchos extranjeros.

El 3 de agosto Yeison salió de clases, eran las seis de la tarde, cruzaba el centro, hablaba por teléfono con su mamá en Mérida, ambos trataban de tener un tema de conversación distinto a las elecciones. Hablaron de lo grande que estaba Luna, la perrita que Yeison dejó cuando ella tenía cinco meses, de Maruja, la vecina que recogía las bombonas de gas en el barrio y a la que no le daba miedo decirle a Chepa, la señora que repartía las bolsas del CLAP, que ella, Maruja, era opositora del gobierno. Todos los chismes del barrio gocho intentaban calmar la ansiedad de Yeison hasta que sintió que su morral se movía con vida propia. Por instinto de supervivencia de chamo de barrio, Yeison se da vuelta lanzando un codazo hacia atrás sin saber quién lo recibiría. En el suelo, un hombre flaco, blanco, casi amarillo, con una gorra vinotinto, caminaba detrás de él intentando abrirle el morral. Tranquilo, chamo, tranquilo, yo también soy venezolano, le dice el flaco en el suelo confiando en que, bajo el uniforme negro de Yeison, hay una calidez humana que lo salvará y continúa: estoy escuchando la conversación desde hace una cuadra, salúdame a tu mamá. Pira de aquí, le grita Yeison. Desde el teléfono se escuchan más gritos, la preocupación de su madre, tranquila señora, el chamo está bien, yo soy el que está en peligro, dice el hombre riéndose con los ojos desorbitados mientras muestra un par de dientes en las encías. Yeison se da la vuelta dispuesto a irse con pasos rápidos pero el hombre sigue hablando desde el suelo, coño, chamo, no me vas a dar nada, si somos como familia, ya la doñita me conoce, Yeison suspira profundamente y sin dejar de caminar saca dos mil pesos del bolsillo que deja en el suelo, sin tirarlos, pero sin acercarse. Gracias mano, dice el flaco que no deja de reírse mientras se arrastra hasta el billete lanzándole bendiciones a Yeison.

Un día después, 4 de agosto, Camilo estaciona la moto frente a la casa de Yeison, no se baja, le pregunta a gritos desde la ventana por los pastichos, ya no dice «lasaña», quiere comprarle cuatro. Nunca había comprado tantos. Yeison quiere hablarle de la culpa, de la lástima, de la complicidad, del fraude y de la salsa nueva con albahaca. Pero se calla para que el silencio compacte todo el significado de la sorpresiva compra. Sale de la casa, en la acera le entrega a Camilo una bolsa verde con cuatro bandejitas plateadas de tapa blanca y recibe de él dos billetes de cincuenta mil pesos. Antes de que Yeison busque los vueltos, Camilo dice que lo deje así, que después se los devuelva en cervezas a pesar de que sabe que Yeison, quien casi no gasta en pasajes, tampoco lo hará en alcohol. Dale, chamo, gracias, responde Yeison, pa’ las que sea, parcero, replica Camilo con el sonido de la moto arrancando. Yeison cierra la puerta, cierra tuíter, entra en su habitación, ordena la cama lanzando todo lo que está encima al suelo y se concentra en perseguir el sueño, lo alcanza.

Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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