El Faro: un barrio que abraza el agua

“Entonces aparecieron ellos: los de abajo, los que canalizaron mis aguas en el río y me privaron de fluir con libertad, los que vierten desechos tóxicos en mis aguas. Su llegada introdujo un nuevo concepto que se usó para perturbar mi relación con los habitantes: el riesgo. Ahora todos nuestros relacionamientos estaban atravesados por esta palabra: el riesgo biológico, el riesgo de desastres”


Medellín es una ciudad que crece y crece sin parangones. Cada día podemos ver más vehículos, más edificios, más escuelas… ¿Te has parado a preguntarte por la presencia del agua en ese proceso de crecimiento? Probablemente no, ¿verdad? Por eso, déjame que sea yo, el agua misma, quien te cuente la historia de mis vínculos con una comunidad en particular: la del barrio El Faro, en la cima de la zona centro-oriental de la ciudad.

Todo comenzó en la década de los 90 cuando varios grupos de personas desplazadas por la violencia se vieron obligados a establecerse junto al cerro Pan de Azúcar. Rápidamente establecimos relaciones, pues no dudé en proveerlos de las aguas de mis quebradas más cercanas: la Aguadita, Chorro Hondo 1 y 2 y La Rafita. Lastimosamente, con el paso del tiempo la población del sector fue haciéndose más y más grande y las aguas de mis quebradas dejaron de ser suficientes. Para este punto, las personas de este barrio me habían conferido gran valor, por lo que, cuando me manifesté en forma de lluvia, no dudaron en abrazarme con júbilo y reconocerme como fuente de vida.

Pero no todo fue júbilo. Y es que a veces, con las lluvias, mis caudales se hacían más fuertes y mis ganas de fluir más desenfrenadas. Intenté avisarles de muchas maneras: me manifesté en el suelo arcilloso, en el monte que se desprende… Pero, quizá cegados por sus sueños de tener un hogar propio, no supieron escucharme. Fue así como terminé arrasando muchas de sus viviendas, llevándome muchos de sus sueños en mi discurrir libertino.

Entonces aparecieron ellos: los de abajo, los que canalizaron mis aguas en el río y me privaron de fluir con libertad, los que vierten desechos tóxicos en mis aguas. Su llegada introdujo un nuevo concepto que se usó para perturbar mi relación con los habitantes: el riesgo. Ahora todos nuestros relacionamientos estaban atravesados por esta palabra: el riesgo biológico, el riesgo de desastres… Quisieron convertirme en su enemiga, ignorando nuestros relacionamientos hasta ese momento. Por supuesto, todo obedeció a sus intereses: mi presencia solo era bien vista si estaba atravesada por su mediación: si me hacían “potable” (por un “módico” pago), si mitigaban mis riesgos (pero aprovechaban esos terrenos para sus obras). Quisieron convertirme en su herramienta porque, para ellos, mi existencia es instrumental a sus deseos.

Por suerte, la gente de El Faro supo resistir. Fortalecieron sus lazos conmigo a través de la elaboración de un acueducto comunitario que, poco a poco, fue extendiéndose a muchas personas y potenciándose más y más, hasta llegar a tener su propia planta de tratamiento de aguas. No me malinterpreten: entiendo que, hasta cierto punto, ellos también me instrumentalizan y me ponen en relación con infraestructuras y químicos que me perturban. Pero también soy consciente de que lo hacen en pro de la vida y no del lucro. Y eso, para mí, marca una diferencia fundamental.

¿Que cómo lo sé? Pues porque los he visto celebrar mi presencia, celebrar nuestra relación a través de festivales como el Festival de las Mujeres y el Agua y preocuparse por informar a la comunidad de las formas de cuidarme y facilitar nuestra coexistencia en este mundo. Sé bien que no todos tienen el mismo grado de consciencia, pero también sé que cada día son más. Por eso, me extiendo hacia ellos: desde el cielo, en la tierra o a través de tubos ensamblados con el esfuerzo de la comunidad. Y ellos me reciben, me abrazan; y juntos, somos mundo.

Nota: Esta narrativa se elaboró a partir de una salida de campo al barrio El Faro realizada en el marco del curso “Estudios Críticos del Agua” ofertado por la Universidad de Antioquia, de manera conjunta con un material audiovisual que usa el texto a modo de guion.

Especial agradecimiento a las docentes a cargo del curso, a los líderes comunitarios que amablemente nos guiaron en el recorrido y a mis compañeros de curso, con quienes mantuve conversaciones profundamente enriquecedoras. 

 

Jorge Andrés Aristizábal Gómez

Historiador. Apasionado por el urbanismo, la pedagogía y los estudios culturales. El concepto de "asfaltonauta" me identifica considerablemente.

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