Habría que retomar la figura milenaria de la paradoja —reconocida como la sin salida de la lógica— para tratar de entender a lo que ha llegado la educación de las personas y su comportamiento ciudadano. Por un lado, pululan colegios, universidades, institutos, tecnológicos y plataformas digitales ofreciendo formación efectiva para una rápida inserción al sector laboral con muy buenos salarios, y por otro se evidencia una pérdida acelerada del uso de las buenas costumbres, tarea educativa que años atrás —aunque también con dificultades— era compartida por el hogar y la escuela, partiendo de principios hoy también en desuso como los eran el respeto y la disciplina.
Preocupados por una educación que supuestamente entrega a las personas habilidades para afrontar un mundo tecnológico, quienes adelantan este tipo de enseñanza han acelerado la supresión en los currículos de cátedras humanistas, aquellas que propendían por un ciudadano integral capaz no solo de desempeñarse bien en un oficio, sino también de entender la vida en ámbitos diferentes al laboral. Con este actuar, supuestamente de avanzada, con este desprecio por las mejores costumbres, se lleva a las comunidades más modernas a viejos vicios y procederes ya advertidos por las sabias reflexiones de los pensadores de hace miles de años, conductas y males que ya deberían estar superados como la violencia, el acoso sexual, el vandalismo y la deshonestidad.
Bajo el influjo de algunos sectores de la economía, que buscan la funcionalidad por encima de cualquier otro propósito, se ralentizan o desaparecen formaciones esenciales para el ser humano tales como la educación sexual, la instrucción financiera, el alistamiento físico, el conocimiento espiritual y todo lo que tiene que ver con unos hábitos alimenticios saludables, enseñanzas básicas con las que se podrían solucionar, sino completamente, sí en gran parte, muchos de los grandes problemas de la sociedad actual. Pero estamos cada vez más capacitados y cada vez menos educados.
Volver a incluir en la formación de las comunidades a las artes, los deportes e incluso a la contemplación, tal vez no haga a las personas más productivas y rápidas a la hora de hacer sus deberes, pero a lo mejor con estas ilustraciones sí se pueda construir una mejor ciudadanía, de pronto no tan capacitada como para comprender y manipular la totalidad de las herramientas del mundo digital, pero sí más educada en el sentido de que sepa distinguir aquello que realmente lo hace un mejor ciudadano, un individuo moderno e íntegro, un mejor ser humano.
Ya decía el maestro Estanislao Zuleta: «Para explicar la vida se tiene el cuidado de emplear el tablero pero no el pensamiento» y Victoria Camps insiste en que la educación debe ayudar a formar buenos ciudadanos, aunque reconoce que «La educación es un tema bastante desconectado de la ética no solo en los últimos años sino en los últimos siglos».