Todo ser humano tiene la obligación moral de contribuir al respeto recíproco, sin lo cual, no cabe ningún objetivo noble. Y es realmente llamativo. No obstante, se ha filtrado de contrabando una palabreja en el vocabulario casi diario que confunde grandemente. Se suele decir que tal o cual trabajo se adopta porque “es divertido”, se ingresa a esta o aquella carrera universitaria debido a que “suena divertida”, y así sucesivamente.
En verdad, esta forma de analizar las cosas constituye una sandez mayúscula. El Breve diccionario etimológico de la lengua española, editado por el FCE (Fondo de Cultura Económica), define “divertir” como “recreo, distracción, pasatiempo […] acción y efecto de desviarse o apartarse”, puesto que divertir es separarse de lo importante para internarse en un paréntesis de las obligaciones y metas centrales en la vida: el amor, la felicidad, el buen hogar, el conocimiento que alimenta el alma, el trabajo adecuado, y similares. Pero para que todo esto sea posible, es menester que tenga lugar el respeto recíproco como valor necesario para todo lo demás.
Lo dicho, para nada descarta la importancia de la diversión, del esparcimiento, de la distracción tan necesaria para el recreo de las faenas relevantes en la vida. Solo se trata de establecer prioridades.
En esta nota periodística me centro en esto último. Insisto, se trata de la obligación moral de todo ser humano a contribuir al respeto recíproco, sin lo cual, no cabe ningún objetivo noble. No importa a que se dedique cada uno, si a la música, la jardinería, la plomería, la arquitectura, la filosofía, el deporte, la medicina, la economía o a lo que fuere: como queda claro, es indispensable el respeto para que todo esto pueda funcionar. No cabe sostener que otros son los que se deben ocupar para que tenga lugar esa consideración recíproca. No es aceptable endosar el problema a otros. No es decente hacer de free riders del trabajo de terceros o para recurrir a un “nacionalismo”: no muestra decencia el hacer de garroneros del esfuerzo de terceros.
Y no es para nada sensato decir que hay que limitarse a saber comportarse, limpiar bien el hogar, trabajar adecuadamente para el sustento, no robar, no matar, formular críticas en la mesa para luego de engullir alimentos o, en general, para dedicarse a cuestiones personales que pueden ser muy legítimas y necesarias, pero que en ningún caso pueden sostenerse si no hay respeto.
Esta es una manera cínica de anestesiarse la conciencia y eludir responsabilidades. Limitándose a esos procedimientos básicos, nadie entenderá los pilares filosóficos, jurídicos, históricos, morales y económicos o, en otros términos, del modo de vida basado en valores sustanciales para la cooperación social y de actividades en común –se requieren explicaciones y argumentos–. Y no es aceptable que se diga cómodamente que otros tienen la vocación de trasmitir esos valores y principios esenciales, por lo que se reclinan en sus poltronas y solamente operan en dirección a los intereses inmediatos en una actitud suicida, sin percatarse que a los otros igualmente les gustaría dedicarse a lo suyo y desentenderse de lo antes mencionado.
Como reiteradas veces lo he citado, Alexis de Tocqueville consignó que es común que en países donde ha habido gran progreso moral y material, la gente da eso por sentado, lo cual, es el momento fatal, ya que los espacios serán ocupados por otros, y cuando se despierten los que han dado por sentado el progreso a poco andar, se encontrarán con una hecatombe moral y material.
En el cierre de una conferencia que pronuncié hace poco en el Teatro Broadway de Buenos Aires, cité a Martin Luther King, quien exclamó con razón que “no me asustan los gritos de los violentos, me aterra el silencio de los mansos”. Mansos, que al decir de Miguel de Unamuno, son “mamíferos verticales”; o como refiere Giovanni Papini, “almas deshabitadas”; o como escribe Mario Vargas Llosa, “individuos sin mayor trastienda”. Son los que “solo se divierten”: son los que no prestan atención a la misión central del ser humano para que pueda seguir siendo humano.
Ahora bien, hay que detenerse concretamente sobre cuáles pueden ser los caminos para contribuir a que se entiendan los fundamentos de una sociedad libre, puesto que de eso se trata cuando se alude al respeto recíproco, que es la columna vertebral de una sociedad civilizada. La vía más fértil es sin duda la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo; pasa que no todos están en condiciones de asumir semejantes responsabilidades, y por tanto, es pertinente detenerse a considerar un camino accesible para todos.
Esta vía estriba en convocar a reuniones en casas de familia a un grupo reducido de personas, supongamos entre cuatro y seis, donde todos estudian un buen libro, preferentemente, que recorra un abanico de temas vinculados a muy diversos aspectos de la sociedad libre. En estas reuniones por turno uno expone y los demás debaten, y así de modo rotativo en los diversos encuentros que pueden ser, digamos, semanales o quincenales. Esta metodología tiene la inmensa virtud que simultáneamente permite la capacitación personal, al tiempo que abre paso a la difusión. Allí donde esto se practica, resulta notable el efecto multiplicador en las familias, en los trabajos y en las reuniones sociales.
Por supuesto que hay otros canales para lograr los objetivos propuestos que se entiendan y acepten los valores a los que nos venimos refiriendo. El asunto es poner manos a la obra y no detenerse en los buenos momentos, ya que la distracción, indefectiblemente, conduce a los malos. No en vano, el marxista Antonio Gramsci dijo con mucha razón: “tomen la cultura y la educación, y el resto se dará por añadidura”.
También, es cierto que hay mujeres que hacen de invalorable apoyo logístico a sus maridos que destinan tiempo y esfuerzo a dicho estudio y difusión, o maridos que hacen de apoyo a sus mujeres para lo propio, lo cual constituye una tarea de inmenso valor y resultado para lograr las metas mencionadas. Este es el “sentido de agradecimiento”, como el escrito por la filósofa de la historia Gertrude Himmelfarb, en cuanto a que, “una vez más, no puedo expresar mi deuda con mi esposo, Irving Kristol, quien sabe mucho más (once again, I am at a loss to express my debt to muy husband, Irving Kristol, who knows much more)”; o el de Mary Wollstonecraft en su libro pionero del feminismo liberal, cuando agradece a los hombres, que a diferencia de los acomplejados, sostienen los mismos derechos de sus pares las mujeres –en el único feminismo genuino, claro está, siendo lo otro anti-feminismo y propaganda marxista–. Asimismo, ese es el sentido de la ilustrativa dedicatoria del profesor Murray Rothbard a su mujer en uno de sus libros –“To JoAnn, the indispensable framework (Para JoAnn, el marco indispensable)”–; o la dedicatoria del historiador Paul Johnson a su mujer en una de sus obras traducidas al castellano: “A Marigold, mi colaboradora permanente, mi más sabia consejera y mi mejor amiga”. De más está decir que si ninguno de los dos hace nada al respecto, el vínculo se convierte en un páramo disfrazado de seriedad abiertos a que los invada la falta de respeto que, cuando se percatan del riesgo, resulta tarde para la defensa.
El asunto es no dejarse estar y proceder en consecuencia, pues, como se ha manifestado una y otra vez, los valores no vienen del aire ni aparecen automáticamente. Por ello, es que Thomas Jefferson repitió a los cuatro vientos que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”, y entre nosotros, Juan Bautista Alberdi escribió:
“Siendo la acción la traducción de las ideas, los hechos van bien cuando las ideas caminan bien: necesitamos pues, hacer un cambio en las actuales ideas”.
– “La nueva situación de los argentinos”, Obras completas, p. 134.
Al margen, y a título de consejo, digo que en el terreno de las ideas vale la pena marcar para la mejor recepción del mensaje la trascendencia del remate final en un discurso y también en un texto escrito, aunque que en este último caso tienen mayor peso las primeras líneas, puesto que determinan la continuación o no de la lectura. Sin embargo, en la conferencia presencial, los asistentes habitualmente no abandonan la sala porque haya un comienzo regular; como decimos en este caso, resultan clave las palabras finales que motivan la intensidad del aplauso final. Por otra parte, cuando la exposición es por Zoom o una plataforma semejante, se torna necesario tener en cuenta ambas cosas, además de las palabras de cierre como adorno final para estampar sustancia; en este caso hay que afilar la puntería en las primeras palabras, ya que el receptor puede desconectarse con facilidad.
Finalmente, tampoco es indistinto que se hace para divertirse al efecto de calar en la personalidad de cada cual. Por eso la cantera de talento que fue José Ortega y Gasset transmitió con su exquisita pluma aquella muy sencilla pero inmensa verdad de: “dime cómo te diviertes y te diré quién eres”.
La versión original de esta nota apareció por primera vez en Visión Liberal (Argentina), y la que le siguió en nuestro medio aliado El Bastión.
Comentar