En Colombia, una nación donde los triunfos deportivos son celebrados con entusiasmo y los fracasos políticos generan profunda consternación, existe una realidad silenciosa y frecuentemente pasada por alto: la vida del campesino colombiano. En este país de marcados contrastes, donde la naturaleza coexiste con las desigualdades sociales, el trabajo agrícola sigue siendo estigmatizado y marginado. Pero, ¿cuánto sabemos realmente sobre ellos y qué estamos haciendo para cambiar esta situación?
Para esto es esencial superar los estereotipos y reconocer el papel fundamental que desempeñan estos hombres y mujeres en la configuración de nuestra sociedad. Más allá de las cifras económicas, el conflicto armado en Colombia ha dejado una profunda huella en el sector agrícola, con más de 2,500 ataques registrados contra infraestructuras agrícolas entre 2016 y 2021, lo que ha generado considerables pérdidas económicas.
A pesar de la firma de los Acuerdos de Paz en 2016, su implementación se ha enfrentado a desafíos significativos, como la corrupción institucional, que ha suscitado incertidumbre entre los campesinos respecto a su futuro económico y seguridad. Además, la inseguridad va más allá de la mera escasez de recursos, ya que más de 7 millones de personas en Colombia se han visto desplazadas debido al conflicto, lo que ha llevado a la Unidad de Restitución de Tierras a recibir más de 123,000 solicitudes, evidenciando problemáticas que afectan el bienestar de esta población.
La estigmatización arraigada en torno a los campesinos persiste, caracterizándolos frecuentemente como «atrasados» o «analfabetos», sin reconocer la sabiduría y la tenacidad necesarias para trabajar la tierra. Sin embargo, las estadísticas reflejan una realidad más cruda: según el DANE, el 44.7% de la población rural vive en condiciones de pobreza y el 16.4% en pobreza extrema, cifras que deberían generar más preocupación que cualquier escándalo político.
Aunque programas como el «Plan Colombia Siembra» buscan mejorar la productividad agrícola, carecen de un enfoque integral que aborde las necesidades reales de esta población. Esto subraya la necesidad de una revisión profunda en las políticas públicas dirigidas al sector agrícola y rural.
Sin embargo, como sociedad, es esencial que reflexionemos sobre cómo percibimos y tratamos a los campesinos. Se requiere un cambio cultural que valore adecuadamente su labor, promoviendo una educación que resalte la importancia de la agricultura y el medio rural, así como el fomento del respeto y la gratitud hacia quienes trabajan la tierra. Este cambio de perspectiva es crucial para impulsar iniciativas más efectivas y justas.
Afortunadamente, diversos proyectos ya están en marcha y están teniendo un impacto positivo en la realidad de los campesinos. Iniciativas como la agricultura sostenible y el comercio justo están fortaleciendo las comunidades rurales, permitiéndoles acceder a mercados más equitativos y diversificar sus fuentes de ingresos.
El desafío va más allá de meras políticas y programas; implica un cambio profundo en nuestra forma de pensar y actuar. Es fundamental fomentar una economía que reconozca el valor de quienes trabajan la tierra y promueva un sistema que les brinde el apoyo y el respeto que merecen.
En el silencio de los campos, hay una voz que clama por justicia. Es hora de escucharla y actuar.
Todas las columnas de la autora en este enlace: Laura Cristina Barbosa Cifuentes
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