Cauca, la extravagancia de la guerra

Combates, masacres, explosiones, …  noticias que llegan del Cauca. Los actos de guerra en ese departamento del sur de Colombia son folclor, Junto a los latifundios, los cocales, los invernaderos de marihuana, la maquinaria para minería ilegal, el paso de personal armado bajo distintas banderas.

También hace parte del paisaje la pobreza generalizada, vecina de las riquezas producidas por la tierra robada y la mano de obra esclava; coexisten los indígenas en resistencia por siglos, con negros sobrevivientes a centurias de esclavitud, junto a quienes tienen nostalgias feudales, y anhelan dividir el departamento para que amos y vasallos no se rocen. En el Cauca se exhiben apellidos y linajes conquistadores, colinchados con los emergentes del narcotráfico y de la minería ilegal, militan en el mismo partido, contra negros e indios.

Cauca ha estado en beligerancia desde tiempos precolombinos, fue escenario de feroces campañas de conquista europea y resistencia nativa, de poblamiento esclavista, así como de luchas de liberación, y rebeliones palenqueras. Claro, de reacciones esclavistas, de nuevos despojos… de guerras reaccionarias, de luchas guerrilleras, y una tozuda resistencia indígena.

Cauca es territorio sagrado de pueblos ancestrales, y es tierra de saqueo para mafiosos; es fortín del esclavismo, y santuario de la libertad; los factores objetivos del conflicto florecen en terruño caucano, se asienta el viejo régimen, y germina el nuevo. La guerra lleva siglos campeando allí, pero la paz de fin del siglo XX se fraguó entre sus montañas.

En este departamento los latifundistas profesan una única religión: Acaparar tierra. Durante centurias lo han hecho, concertando bandas de mercenarios que, con la sangre del indio y del negro, celebran la solemnidad de la apropiación. En el Cauca sólo es valiosa la compraventa de tierra, porque la vida de un indio no vale nada.

Fue necesario que Manuel Quintín Lame se levantara, la quintinada, que fuera derrotado, preso y objeto de escarnio, para que luego de muerto habitara la memoria de su gente. Las poblaciones ancestrales han alcanzado un reconocimiento comunitario, sentido de etnia, visión de país, y desde hace varias décadas procuran recuperar, para el disfrute colectivo, las tierras que les han despojado, más en la República que en la colonia.

La tradición de luchas agrarias ha endurecido a los campesinos, a los negros, a los nativos, que no siempre coexisten pacíficamente. A las viejas guerras se sumó La Violencia del siglo XX, y a esta las insurgencias posteriores. Allí tuvo asiento una de las “repúblicas independientes”, la de Riochiquito, bajo mando del legendario Mayor Ciro, Ciro Trujillo. Tras el “triunfo” oficial sobre los campesinos rebeldes, mal armados, mal entrenados, pero afrentados, surge la historia guerrillera en este departamento. Las entonces recién creadas FARC multiplican frentes sobre la geografía caucana, y por sus puntos cardinales acontecen enfrentamientos. En la década de 1980 todas las guerrillas colombianas tenían presencia en Cauca, incluida una de autodefensa indígena, el Movimiento Armado Quintín Lame.

Los ejércitos privados de los terratenientes se convirtieron en paramilitares, para mantener el dominio sobre las tierras robadas, y con el encargo de combatir a las guerrillas. Como el paramilitarismo, subsidiario de la antioqueña casa Castaño, no alcanzó la fuerza bélica suficiente para enfrentar las guerrillas, se dedicó a aterrorizar la población indígena, a la que odian finqueros y matones, aunque mataron por igual a negros y campesinos.

Los diversos cultivos ilícitos han encontrado tierra abonada en Cauca: hoja de coca y marihuana, hasta amapola para la heroína. Aunque la relación de los nativos con las drogas es ancestral, mediada por uso ritual, no son pocos los que viajan a este departamento a tener una “experiencia” de beber yagé de la mano de algún tipo de chamán. El oro todavía se extrae de la tierra caucana, tanto que llega a reemplazar las rentas de la cocaína… Si quedara al norte de Colombia sería el Wall Street de la ilegalidad.

Cauca no sólo es riqueza, miseria, y conflicto social. También es un punto estratégico para la comunicación del país entre el norte y el sur, para salir al océano Pacífico, o para unirse con la Amazonía, o con el resto de la zona andina; resulta clave para pasar a los países del sur del continente. Allí nacen los ríos que recorren el país de sur a norte, y uno de los pocos que corren de norte a sur, el Patía; tiene todos los pisos térmicos, selvas, montañas, volcanes, desierto, mar…

Han convergido todas las violencias, incluso las fratricidas de indígenas contra indígenas, negros contra indios, indios contra campesinos, guerrillas entre sí, paramilitares entre sí, todos contra los indios. Unidades históricas como la Coordinadora Nacional Guerrillera, alianzas parciales, juntanzas inverosímiles, como guerrillas, paracos, y fuerza pública contra otra guerrilla… y procesos exitosos de paz como los del movimiento 19 de Abril, M-19, y del Quintín Lame, con el gobierno colombiano. En el siglo XXI el acuerdo de paz del gobierno Santos con las FARC llevó sosiego a casi todo el departamento.

Dicha que no duró, porque el gobierno Duque ejecutó su propósito de hacer trizas los acuerdos de paz, y todas las violencias, como por decreto, se reinstalaron en Cauca. Se incrementaron las economías ilegales, se recrudeció el asesinato de líderes sociales, sumando el exterminio de firmantes del acuerdo de paz con las antiguas FARC.

Cauca fue uno de los departamentos decisivos en la victoria electoral de Gustavo Petro, y ese hecho exacerbó el devenir delincuencial. Al país le parece normal que en el Cauca haya combates, a los terratenientes les resulta normal matar indios, y a los alzados en armas matar civiles les resulta meritorio, pero, nada de esto podría pasar si no se existiera una altísima connivencia de la delincuencia con la fuerza pública. Resulta novedoso cómo los enemigos de la paz, detectados hace cuarenta años y ahora desembozados, que piden bombardeos y cadáveres, salen a rasgarse las vestiduras porque su anhelo del fracaso de la Paz Total se empieza a entrever. ¡Hipócritas! Están celebrando.

La extrema derecha colombiana, tan carroñera, se nutre del asesinato de colombianos, y con publirreportajes en sus medios maquilla de expertos a los fracasados de siempre. Porque, desde tiempos de Laureano Gómez, azuzan la violencia para vender luego seguridad. Hicieron de la matazón un negocio, y conspiran contra la paz para ellos administrar el conflicto.

Por eso la ultraderecha no resuelve las condiciones objetivas del conflicto armado colombiano, apenas invoca la buena o mala voluntad de los actores armados. Sólo habrá paz democratizando la tenencia de la tierra, con reforma agraria; con apoyo técnico al campesino, al negro, al indio; superando las economías ilícitas con establecimientos productivos rentables; llevando salud, educación, cultura, servicios públicos, a los caucanos olvidados durante siglos… Especialmente cortando la alianza de la Fuerza Pública con la ilegalidad.

El Cauca es teatro de guerra, y del absurdo. Se revuelven allí narcos, guerrillas, paracos, élites regionales, gremios económicos, todos a una contra campesinos, negros, e indígenas, y contra el gobierno nacional, que por primera vez en la historia está del lado de los trabajadores del campo. Por raro que parezca, ese cambio de bando del gobierno es el primer paso hacia la paz.


Todas las columnas del autor en este enlace: José Darío Castrillón Orozco

José Darío Castrillón Orozco

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