Caminaba por una calle cerca al parque del mi pueblo, esa mañana en especial despreciaba este cuerpo, esos 5 kilos de más, que parecían no abandonarme en ese entonces y que ahora son 10, recordando el vestido que anhelaba lucir que aún no me quedaba, ¿Por qué a mí?
¿Por qué tenía que luchar con mi peso?, pase junto a una chica en ropa deportiva que barría la acera de uno de esos locales de belleza (Establecimiento que parecen proliferar sin control), la mujer parecía de unos 32 años aproximadamente, solo un poco mayor que yo en ese entonces, tenía un cuerpo tonificado, una cintura de avispa y un abdomen plano, parecía cumplir con todos los estándares de belleza impuestos en nuestro país; toque mi cintura ,cual no es tan marcada como la de ella he insistí ¿Por qué yo? .
En ese momento de manera casi sincronizada la chica se retiró, caminando hacia mi venia un hombre, por mucho tenía 40 años, de manera abrupta comprendí lo agradecida que debe estar con la vida, fue como una revelación, alce mis ojos revisando la belleza del cielo que ese día como tantos se posaba sobre la humanidad y dije :
Gracias vida, gracias porque tengo salud, porque puedo caminar, cantar (No muy lindo, pero puedo) porque puedo abrazar a mi hija, ver su rostro, escuchar la majestuosidad del canto de los animales, gracias vida por este cuerpo.
Me sentí agradecida pero apenada en ese momento, solo pude darle una sonrisa a ese hombre desconocido, pero por quien tengo gratitud, pues su caminar despreocupado y la fortaleza de la que seguro está lleno a partir de la pérdida de su brazo derecho es de admirar, aunque no conozco su historia me hizo reflexionar.
Sobre todo recordé lo mucho que me ha brindado este cuerpo que en ocasiones hasta maldije, despreciando pequeños detalles como la forma de mi nariz, no ser más alta, el hecho de no tener una complexión más delgada, este cuerpo el único que conozco y el que me acompañara hasta fin de esta existencia, el que pierde día a día colágeno regalándome marcas de expresión y dándome sabiduría, este contenedor del verdadero tesoro de un ser humano: su cerebro, un cuerpo con el que he reído, el que me ayudado a afrontar penas o problemas, del que he abusado con trasnochos, mala alimentación o excesos, pero que cada día está ahí diciendo:
«Me amo, amo esta única existencia».
Este al que llamo hoy mi puto cuerpo no por ofensa o displicencia lo hago por el termino vulgar colombiano de Putería (Putería (f): Cosa maravillosa, excelente, muy buena. Ej. ¡Que puteriá de ojos los que tienes!
Este que es mi transporte, contiene mi motor y mis ganas, el que ha amado, luchado, triunfado y fracasado.
También ha recibido halagos, críticas ha sido deseado, querido, el que me hace única y no por la belleza, es porque es mío, solo existe una como yo; no cuento con las impresionantes y hermosas curvas de Paula Andrea la Tata Modelo espectacular, pero me siento calificada para admirar su trabajo, no tengo el amplio conocimiento que reposa en el lóbulo temporal y se nutre cada instante perteneciente Brigittet Baptiste pero si la capacidad de comprensión ante su lucha por la biodiversidad y mucho menos cuento con el talento histriónico de Diana Belmonte pero si tengo la empatía suficiente para admirar su trabajo y reconocer que cada una de estas mujeres ejemplares tiene una belleza especial y que todas las descritas habilidades, destrezas y el producto de su éxito no radica en estándares de belleza que limitan, radica en su inteligencia, autocuidado y amor por sí.
Hoy quiero que demos una mirada al universo y agradezcamos por nuestros putos cuerpos, los contenedores de estas mentes que nos permiten tener lo que necesitamos, miremos con admiración a aquellos que tienes fuertes batallas convertidas en luchas de adaptación, como el hombre sin su brazo permitiéndose seguir su vida amando su cuerpo convirtiendo su existencia en arquetipo.
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