“Mire la calle.
¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran río
de huesos, a ese gran río
de sueños, a ese gran río de sangre,
a ese gran río?”
Nicolás Guillén
“¡Hay que escuchar las marchas!” arengaban los medios de comunicación corporativos, enganchados en la derecha recalcitrante, tras el 21 de abril, cuando ese sector político salió a las calles a pedir la muerte del presidente Gustavo Petro, y a amenazar a la nación. Curiosamente, esos mismos medios se deshacen en argucias para ignorar las multitudinarias marchas del primero de mayo, en respaldo al Gobierno del Cambio: a esas marchas no sólo no se escuchan, sino que se procura esconder.
Si esos medios masivos fuesen orientados por ideales de paz, de exaltación de la vida, pondrían a las manifestaciones del Día del Trabajo como un modelo para el país: fueron eventos caracterizados por la alegría, por la música, por la fraternidad, un canto a la vida. Fue acertado el predicado del presidente: “Esta es la marcha de la vida, la otra fue la marcha de la muerte”. Esos medios, jugados con los ultramontanos a torpedear los cambios del país, tratan de tapar la superioridad de la jornada del primero de mayo sobre la otra: Superior en número, varias veces salieron más manifestantes a respaldar la agenda gubernamental, en muchos más lugares de Colombia y del mundo. Así, en las calles, animados por ese sol que sale para todos, y que Pablus Gallinazus señala comunista, los ciudadanos que eligieron a Gustavo Petro, tornándose ríos humanos ratificaron que son mayoría.
Y no es sólo cuestión de número, también fue superior en calidad. Ningún participante fue llevado pago, ni obligado a participar por sus nominadores: “Yo vine porque quise” se escuchó durante los recorridos. Además, sabían porqué vinieron: cada quien tenía claro que defendía la salud para todos, pensiones para la vejez desprotegida, el medio ambiente, la educación de calidad y gratuita, la soberanía nacional, la participación… a nadie lo dejaba en blanco una pregunta de por qué marcha. Tampoco se pedía matar a nadie, ni golpes de Estado, ni solicitudes de invasión, como en la otra. Un gran contraste moral entre las dos marchas se da por la defensa de lo público que hacen los trabajadores de Colombia, mientras la extrema derecha se queda defendiendo intereses particulares.
Acaso el elemento de mayor superioridad moral de la fiesta del Día del Trabajo sea la solidaridad masiva expresada con el pueblo de Palestina, que el señor presidente escuchó, por lo cual el país volcado a las calles recibió alborozado el anuncio de la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado terrorista de Israel. Para acentuar más el contraste, se debe recordar que la extrema derecha colombiana, la que salió el 21, mientras coreaba amenazas de muerte, ondeaba banderas de Israel, y celebraba el genocidio.
Son verdades que dejan sabor a derrota en la derecha, que su prensa para minimizarla se desgañita inventando escándalos, así caigan los suyos en esas trampas. Pero, como tantos pecados que en sí mismos llevan la penitencia, la cruzada de injuria y falsedad que los anima ha generado tal descrédito, que los medios de comunicación gubernamentales ya toman la delantera en la sintonía nacional. El mismo Día del Trabajo la inmensa mayoría se informaba por la estatal Señal Colombia del desarrollo de la jornada, así como seguía la alocución del presidente Petro. También se derrotó, por nocaut, a las Vickys de Caracol, Blu, Semana, La FM, RCN, Cambio, y demás periodismo de Celestina que, más acá de su ejercicio mendaz, ha cometido el pecado de subestimar la inteligencia del pueblo colombiano, pretendiendo hacerle tragar engañifas descomunales, o insistir en negar lo evidente. Ese mismo día, diversas organizaciones sindicales y populares lanzaron sus propios medios de comunicación: La fiesta de los trabajadores también fue una jornada en defensa de la verdad.
Es muy importante tener las mayorías, y ratificarlas como se hizo el primero de mayo, pero es fundamental tener la legitimidad, sólo sobre esta se puede construir una causa. Quedó claro que la legitimidad está del lado de las fuerzas progresistas, que les asiste la razón por estar del campo de la justicia, de la verdad, de la libertad, de los valores supremos de la humanidad. En esa jornada, las mayorías que eligieron al actual gobierno reafirmaron su legitimidad, sin un factor externo que lo haga. De ahí el entusiasmo en la defensa del ideario, la fuerza creciente de los partidarios del cambio, la vinculación masiva de la juventud, su ímpetu, la alegría que desbordó el mapa de Colombia, y llegó a tantos países. El primer miércoles de mayo ratificó las mayorías nacionales, y la justeza de la causa.
Aunque la manifestación callejera ha sido el escenario privilegiado de la izquierda colombiana, la derecha lo eligió como campo de confrontación, y perdió el pulso. Tal error de cálculo se debe a sobreestimar las propias fuerzas, al creerse las mentiras que propala, pues terminó repitiendo un discurso que sólo circula entre sus prosélitos, sin entender que Gustavo Petro es presidente porque lleva más de veinte años derrotándola, posicionando un discurso diferente. Otra razón de la euforia derechista que los tiene contra las cuerdas es que absorbieron a los sectores que se presentaban como del “centro político”, que en Colombia no existe, y sin embozo los pusieron a desfilar pidiendo descuartizar al presidente.
Puede pensarse que el mayor error de la derecha sea haber jugado sus cartas políticas al golpe de Estado, y no encuentra vida fuera del gobierno. Esa crisis la ha llevado, una vez más, a recurrir a su ala mafiosa, que la ha hegemonizado, y el estilo traqueto se volvió su sello de identidad. Esa es su mayor debilidad y, por su afición a derramar sangre, su peligrosidad.
Por eso no hay opción diferente para las fuerzas progresistas que mantener la movilización. Las instituciones tomadas por huestes reaccionarias no resuelven las urgencias nacionales, y se abre una gran temporada de marchas: Para apuntalar el gobierno popular, tan amenazado; para garantizar que en el proceso electoral de 2026 se mantenga el cambio como propósito nacional. Una vez conseguido el triunfo electoral de las siguientes presidenciales y parlamentarias, sólo el pueblo en las calles garantizará que se respete la voluntad expresada en las urnas y, como hoy, el cambio se dará si se refrenda con movilizaciones. Sólo el pueblo en marchas, acaso durante una década, logrará hacer respetar su voto. Ríos de votos y ríos de marchas hacen la fórmula para que el pueblo sea escuchado.
Comentar