Verdades que duelen

Crisis diplomática entre Colombia y Argentina, superada en las últimas horas por las cancillerías, debe ser analizada más allá del pecado de la lengua. Lo dicho por Javier Milei lejos de ser un chisme, una charla ociosa, una mentira, una exageración, un ataque duro o un comentario poco caritativo, tiene que ser tomado con pinzas


 Ataque de dignidad de Gustavo Francisco Petro Urrego no logra tapar, con un dedo, lo que es una verdad y muchos quieren nublar con la construcción tergiversada de la historia colombiana. Lo expresado por el presidente argentino, Javier Milei, en contra de su presidente el 26 de enero a Ángela Patricia Janiot, donde lo calificó como “un comunista asesino que está hundiendo a Colombia”, o lo ratificado este 31 de marzo a Andrés Oppenheimer, donde dijo que “mucho no se puede esperar de alguien que era un asesino terrorista”, es un contundente dardo para quien hoy quiere posar de demócrata olvidando las consecuencias que dejó su pasado beligerante. Pronunciamientos del argentino y el colombiano vulneran la diplomacia, trasgreden el decoro que debe revestir el fuero presidencial, y lejos está de la asertividad, el lenguaje respetuoso y la sagacidad que se debe tener para actuar en las relaciones exteriores.

Declaraciones altisonantes del mandatario argentino, a diferencia de las que ha tenido Gustavo Francisco Petro Urrego contra sus homólogos en diversas ocasiones, distantes están de estar plagadas de contradicciones e inexactitudes. Alegoría que se despierta entre los fanáticos aduladores, del progresismo socialista propuesto en Colombia, no puede desconocer la conexidad de su dignatario con la violencia guerrillera colombiana. Duro enfrentamiento ideológico que hay, entre Javier Milei y la izquierda latinoamericana, devela que complejo es comprender lo acaecido en el siglo XX, mientras exista el esfuerzo, de oscuros personajes, por borrar de la historia, en el siglo XXI, eso que no se olvida y se condena fuertemente. Respuesta que se da a los insultos, de uno y de otro, manchan las relaciones binacionales con una escalada de tensiones que superan la verdad que se teje detrás de un revolucionario que, a sus 20 años, antes que pensar en política, ya empuñaba un arma en las filas del M-19.

El conflicto económico, político y social radicalizado trae a la memoria la toma de la embajada dominicana, el magnicidio del palacio de justicia, la violencia regional a manos de los comandos guerrilleros y el posterior proceso de paz con el M-19 en el gobierno de Virgilio Barco Vargas. Reconciliación de un grupo al margen de la ley con la población y un sistema que les pidió reincorporarse a la vida política asumiendo unos compromisos con la justicia. Realidad social que trajo consigo una esperanza de paz que se esfumó con la violencia que vino de la mano con su mandatario, apuesta de gobierno en favor de los delincuentes, los narcotraficantes, los paramilitares, y demás personajes al margen de la ley, hoy vistos como gestores de paz. Las calles colombianas y el entramado social, así no se muestre a los ojos del mundo, a manos de la izquierda y el progresismo socialista están cundidos de temor, terror y desesperanza.

Lo presenciado el 7 de agosto de 2022, en la posesión de su presidente, demarcaba lo que estaba por venir, la apuesta política y social de materializar el resurgir victorioso del M-19 conquistando el poder. Los hechos que rodearon el juramento democrático de Gustavo Francisco Petro Urrego estuvieron cargados de un significado trágico para la nación. Por desconocimiento, Alzheimer o memoria selectiva, no se dimensionó lo que ahí ocurría y se magnificó lo que había detrás de ellos. Imposición de la banda presidencial por parte de María José Pizarro, antes que un gesto de grandeza política fue la astuta jugada para hacer creer a todos que el M-19 fue un grupo guerrillero de niños universitarios, amantes de la justicia y que solo hacían trabajo social. La historia, que no se puede borrar, señala que Carlos Pizarro Leongómez antes que un mártir político, como lo quisieron hacer ver por interpuesta persona en su hija, fue un líder guerrillero que tiene en su haber la barbaridad, el sufrimiento y la violencia que condujeron a la muerte de miles de colombianos.

Mensaje entre líneas que se tejió alrededor del cambio de mando presidencial colombiano no puede eclipsar los duros golpes que propició el M-19 a la institucionalidad: el robo de armas al Cantón Norte, el secuestro de la representación diplomática en Colombia, el hundimiento del barco El Karina, el secuestro al avión de Aeropesca, la Batalla de Yarumales, la Toma del Palacio de Justicia, los nexos con los carteles de la droga, por solo mencionar algunos. Populismo de discurso que promulga Gustavo Francisco Petro Urrego para venderse como un líder que está al lado del pueblo profundo y olvidado, prócer que se identifica como los “nadies”, es la exaltación de poder de un exmilitante guerrillero que da un valor simbólico a una apuesta ideológica que llama a preguntar cuáles son o serán los nexos del gobierno del Pacto Histórico con el nacionalismo y el socialismo democrático por el que luchó desde sus inicios el M-19. El cristalizar la lucha armada delineada desde la Coordinadora Nacional Guerrillera (1984) o la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (1987).

Defensa de la libertad, la igualdad y la justicia social difícilmente se puede encarnar en quien hizo parte de un grupo que gesto el magnicidio de magistrados, se apoderó de tierras, desplazó ciudadanos, perpetró ataques a poblaciones y secuestró y asesinó un sin número de colombianos. Cierto es que unos adoran a Hitler y otros a Bolívar sin saber siquiera un poquito de aquello que representan. Defensa y justificación de lo indefendible, eso que antes tanto atacaban como oposición y ahora avalan como gobierno, hacen tensas las relaciones diplomáticas de los colombianos con el mundo. Las rupturas momentáneas, y los señalamientos que de ellas se desprenden, complejizan los pasos fronterizos y agita la política de micrófono ya tradicional de la nueva democracia. Argot diplomático que conduce a fuertes pronunciamientos en escenarios consulares, mediáticos y plataformas sociales son el reflejo de unos intereses particulares ocultos.

Los roces diplomáticos de Gustavo Francisco Petro Urrego son muestra de que está en serio peligro la institucionalidad colombiana, falta de tacto y diplomacia que tuvo Javier Milei en sus declaraciones, no puede llevar a un segundo plano lo que es una verdad de apuño. Por mucho esfuerzo que se haga por reescribir la historia nadie podrá llevar al olvido lo que significó el M-19 para la nación, ocultar que los dirigentes y militantes de ese grupo guerrillero fueron acusados de segar múltiples vidas, a lo largo y ancho del país. “Dura lex, sed lex”, dura es la ley, pero es la ley, el ajedrez político colombiano y mundial pone en jaque a una izquierda que ha errado en pasos fundamentales. Lo político y diplomáticamente correcto debe sobrepasar la pantomima igualitaria que necesita la desestabilización nacional para desviar la atención y mirada sobre el grave proceder que atiza las problemáticas del país.

En la situación que ahora se vive más que dar enconados discursos, que meten el dedo en la llaga, es mejor ponerse colorado un rato que permanecer descolorido toda la vida. Verdad que duele es que Javier Milei no dijo mentiras, Gustavo Francisco Petro Urrego hizo parte de un grupo guerrillero en el que, como autor intelectual o material, o por omisión de denuncia, fue protagonista de la violencia colombiana. Por más que se quiera vivir en realidades, o territorios, paralelos el conflicto diplomático que transita Colombia devela la necesidad primaria de triangular la justicia con los compromisos, políticos y económicos, preocuparse por lo que ocurre en el país, antes que luchar por vender una realidad mágica al planeta. Engañar e insultar la inteligencia ciudadana es dar valor y credibilidad absoluta a lo que dicen quienes tanto mal hicieron al colectivo social. Triste es decirlo, pero Colombia toma un rumbo que en nada se diferencia al que la historia ha demarcado para los países que ya transitaron los caminos del socialismo progresista del siglo XXI.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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