Quizás una inmensa mayoría entre todos y todas, hemos escuchado el famoso refrán de abuela que dice “porque te quiero te aporrio” que, aunque sobra explicarlo, siempre refiere a las acciones de maltrato que, lamentablemente, suceden con cierta frecuencia como una dinámica muy mal sana conexa al amor. El refrán no solo se ha repetido verbalmente por muchas generaciones, sino que además parece que se ha instalado en nuestras profundidades como creencia y hasta como mandato, y las cifras de violencias en el marco de las relaciones afectivas, lo demuestran. Ahora, usted podría preguntarse, qué hacemos hablando de esto en píldoras de convivencia ciudadana, sencillo: para hablar de nuestras formas de relacionarnos, pues arranquemos por hablar de las primeras formas a través de las cuales nos vinculamos con otros, es decir, los vínculos de familia y de pareja.
Partamos del siguiente asunto, si empezamos por preguntarnos cómo se da la convivencia en el marco de los vínculos más personales, como los miembros del núcleo familiar o la pareja, ya hay una primera reflexión en torno a las formas como compartimos el espacio del mundo que habitamos con otros, de allí que será más sencillo provocar reflexiones en la forma como nos relacionamos con vecinos, transeúntes, compañeros de trabajo, miembros de colectivos y demás.
Lo lamentable acá, es que en la realidad del contexto colombiano, resulta común articular los vínculos familiares y afectivos con una creencia del amor como acto de sufrimiento y agresión, pero además del amor como un espacio donde se refuerzan las identidades de género basadas en la dominación propia de un estereotipo machista, lo cual termina desencadenando una serie de violencias que se concatenan todas entre sí, esto es violencia intrafamiliar, de pareja y por supuesto de género.
Así lo demuestran las cifras de un estudio de tolerancia social e institucional frente a la violencia contra las mujeres, llevado a cabo por la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer en el año 2014, indican que los habitantes de las principales ciudades de Colombia piensan del siguiente modo: 18% piensa que “los hombres de verdad son capaces de controlar a sus mujeres”. 26% piensa que “es normal que los hombres no dejen salir sola a su pareja”. 31% piensa que “los hombres son la cabeza del hogar”. 66% piensa que “cuando los hombres están bravos es mejor no provocarlos”. 78% piensa que “la ropa sucia se lava en casa”.
A partir de allí, me atrevo a decir que lo único que puede salvarnos es la conciencia, porque leyes ya hay, que prohíben y castigan hasta con la cárcel el maltrato, pero seguimos pensando que “le gusta que le peguen porque ahí se queda” “El matrimonio es sagrado y pase lo que pase debe seguir” “Así la agarre a golpes estruendosos, papá es papá” y entonces, social y culturalmente normalizamos escenas que articulan al amor con el maltrato y una vez más, falla para la cultura ciudadana ese matrimonio indisoluble que debe haber entre lo que toleramos entre nosotros, con los que está regulado en la norma legal. Es decir, necesitamos ponernos de acuerdo en la sanción social, el rechazo rotundo de las violencias afectivas y las creencias sociales violentas y machistas.
En últimas, para hablar de convivencia, hay que hablar por supuesto de amor, como un motor fundamental que moviliza el relacionamiento y posibilita la creación de lazos, y si bien es imposible decir qué se hace cuando se ama, pues el amor es un motor inagotable de actos, sí podemos excluir ciertos actos de los efectos de ese motor, el dolor y los “aporreones” ya sabemos que, están excluidos de las cosas que normalmente suceden cuando vivimos a través del amor, entonces no, si te quiere no te aporrea, si te aporrea no te quiere. Nunca.
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