Las enfermedades mentales continúan en aumento, la falta de sentido y la disposición nihilista respecto a los retos que afrontamos como humanidad, se acumulan con la ansiedad climática y la alteración de los ciclos de La Tierra debido a nuestros hábitos de consumo.
Actualmente se habla mucho de “Educación con Pertenencia” y de “Libertad” desde una connotación puramente económica, se pretende «encender la llama» del conocimiento bajo referencias netamente comerciales y materiales.
La pasión por transformar el mundo con el saber, parece cada vez más inocua e irrelevante, al tiempo que gana terreno el entretenimiento y las frustraciones individuales que se traducen en un apocalipsis anunciado: creemos haber sobrepasado el punto de no retorno ambiental, la tasa de natalidad va en estrepitosa caída, el mayor mito de la inteligencia artificial se asocia con una lamentable desidia que sentencia el fin del trabajo, la depresión como enfermedad es la mayor amenaza a la vida de los jóvenes, las redes sociales están tomando el poder sobre nuestras relaciones y conexiones emocionales, etcétera…
La inspiración que potencia las capacidades, se resigna a la fórmula del cataclismo: la fábrica de chocolates. El deseo de control y la obsesión con el poder de quienes capitalizan los sueños de millones de personas, pretende enmarcar la autenticidad y la fuerza creadora del individuo dentro de un margen en el que el perfil de éste último resulta obediente, pasivo y nulo ante su humanidad; que en esencia es impredecible y capaz. Capaz, incluso, de salvarse a sí misma (de sí).
La búsqueda y generación de conocimiento está ligada a nuestra naturaleza, como la producción de miel a la de las abejas. Sin embargo, cada ser humano encierra en sí la dimensión del universo, las posibilidades que pueden emerger de nuestra mente son infinitas; no obstante, consecuentes con nuestra experiencia vital, tan particular como la configuración física y psíquica de cada persona.
El desarrollo de habilidades y competencias debería soportarse en la consciencia de trascendencia que nos conecta con algo superior a nuestras necesidades, y no insinuar la ausencia de plenitud. Y esto es posible en el conocimiento y el poder sobre sí, en el amor por lo que hacemos y la vida misma.
«Romper las cadenas» tuvo un significado literal; hoy, es quizá, el momento de evocar la emancipación al romper las cadenas en un sentido metafórico, liberarse de la expectativa socioemergente y las carreras profesionales prediseñadas por industrias específicas. Aprender constantemente para creer, crecer y visionar, proyectar, emprender y desarrollar: con vocación, sensibilidad, sostenibilidad y realización personal que se traduzca en armonía con el planeta sin sacrificar nuestra propia naturaleza racional.
La ciencia es la curiosidad del infante vigente en un adulto responsable. La innovación y la tecnología son instrumentos que también hablan del optimismo presente en el intelecto.
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