Todo Está Muy Caro

Hace quince años vivo en Medellín, y durante ese tiempo he visto a la ciudad crecer, calentarse, moverse, mutar, y convertirse en lo que es ahora: una de las ciudades más turísticas de Colombia, y la tercera ciudad más atractiva para los nómadas digitales, en Latinoamérica.

Cuando se lee algo así, suena precioso, y hace que los locales saquemos pecho y digamos “es que esta ciudad es un vividero muy bueno, todo está cerquita y el clima es delicioso”, y sí.  Pero, a la hora de la verdad, ¿cómo está afectando el turismo a las personas que tenemos una vida armada aquí? ¿Es una bendición o una maldición?

Empecemos por el principio, más o menos desde hace dos años, Medellín empezó a sonar a nivel internacional como destino turístico, gracias, en gran medida, a la labor que iniciaron los empresarios de vender a Medellín como un sitio al que, sí o sí, se debe ir. Una fórmula perfecta que, evidentemente, resultó como se esperaba.

Nos guste o no, Medellín es, ahora, un destino turístico que está en el mapa del mundo. Y, lo más probable es que lo siga siendo; no hay forma de frenarlo. Y, si nos ponemos a pensar, tampoco deberíamos hacerlo.

Pensemos en la cantidad de empleos y dinero que está moviendo el turismo en la ciudad, o en la transformación social que ha significado para muchos barrios; un ejemplo de eso son los graffitours que se hacen en la comuna 13 o en Moravia. Este boom ha sido un trampolín para que muchas familias tengan una vida un poco más digna, en medio de una ciudad llena de tantos contrastes.

Ahora, el turismo también ha sido una de las razones por las cuales el costo de vida de los locales se ha incrementado tanto, algunos dicen que llega a estar más cara que Cartagena o Bogotá. Muchos han tenido que irse de sus barrios o incluso de la ciudad, porque simplemente el bolsillo ya no les aguanta para vivir aquí.

Alguien me decía: “si existiera un Medellín en otro lugar, y también fuera barato para mí, yo quisiera ir a conocerlo”. Otra persona me comentaba que el problema no era el turismo, sino la forma en la que se gestiona este fenómeno en la ciudad.

Creo que el punto aquí es plantearnos qué soluciones vamos a proponer para encontrar un equilibrio, y lograr que la “bendición” que este fenómeno puede significar, no se convierta en maldición.

Ciudades como Barcelona o Nueva York han tenido qué implementar medidas para que, por lo menos, los locales tengan dónde vivir y no sean desplazados por comerciantes y propietarios inconscientes, que únicamente buscan acomodar turistas, porque les resulta más rentable.

Claro, cada ciudad tiene sus propias dinámicas, y en nuestro caso, no es sólo el incremento del costo de la vivienda, es también la innegable relación entre esta industria con el turismo sexual, las drogas, la pobreza y la desigualdad. Es por eso que es urgente la implementación de regulaciones de parte de las administraciones y autoridades locales competentes.

Tal vez, a la ciudad le llegó una popularidad para la que no estaba preparada. Tal vez, nosotros como locales no estábamos listos ni dispuestos a compartir nuestra cotidianidad con extranjeros. Tal vez, no queríamos abrir las puertas de nuestra casa para que todos la miraran, entraran, la usaran y hasta se quedaran.

Pero tal vez, nos va a tocar aprender a vivir, sabiendo que nuestra casa ya no tiene cerradura, y que en ese entre y salga de personas totalmente desconocidas, vamos a tener qué volvernos más abiertos de mente para aceptar culturas y costumbres distintas; pero también más estrictos para cuidar lo que es nuestro.

En este momento, no hay otro camino que aprender sobre la marcha y empezar a tomar medidas, antes de que una oportunidad como esta, se convierta en un problema con el que no podamos lidiar.


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