Fenómeno de El Niño: Recomendaciones para la Resiliencia Urbana

El fenómeno de El Niño es un patrón climático natural que ocurre cuando las aguas cálidas del Pacífico Ecuatorial Central se elevan por encima de lo normal, ocasionando cambios significativos en los patrones meteorológicos globales, aumentando la temperatura y la sensación térmica en las zonas impactadas del planeta.

Colombia, al ser un país situado al mismo tiempo en el hemisferio norte como en el hemisferio sur de la Línea Ecuatorial, con el 80% del territorio hacia el norte del trazado y el 20% restante al sur, es particularmente propenso a experimentar condiciones de sequía, disminución de lluvias, incendios forestales y temperaturas más altas que lo pronosticado. Durante lo corrido del año 2024, debido a El Niño, Colombia está padeciendo condiciones climáticas extremas en todo el territorio nacional con temperaturas mucho más altas que las registradas en eventos climáticos similares del pasado.

 

Los cambios climáticos asociados con El Niño pueden afectar la disponibilidad de agua y la generación hidroeléctrica, impactar la agricultura reduciendo el rendimiento de la producción y la pérdida de cosechas, aumentar el riesgo que representan los incendios forestales y alterar las condiciones necesarias del ecosistema para la supervivencia de múltiples especies. Estas condiciones meteorológicas extremas alertan sobre la importancia de atender la seguridad alimentaria, los desafíos en la gestión de los recursos hídricos y del riesgo de desastres ambientales; en este sentido, es fundamental que se tomen medidas de preparación, adecuación y adaptación para mitigar los impactos inminentes.

Desde la geología y las ciencias ambientales, actualmente se propone el concepto de Antropoceno, que se postula como una categoría geológica distinta para describir el impacto generalizado y duradero de las actividades humanas en la Tierra, se sustenta en los indicadores clave de este impacto que incluyen el cambio climático debido a las emisiones de gases de efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, la alteración de ciclos biogeoquímicos, la deforestación masiva y la acidificación de los océanos. A pesar de ser un concepto sujeto a discusión por la comunidad científica, la idea del Antropoceno sugiere la responsabilidad y el compromiso inalienable de todos los habitantes del planeta en la gestión pertinente de los eventos climáticos.

Si bien en Colombia existen instituciones gubernamentales específicas para atender estos temas, como la UNGRD (Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres), el IDEAM (Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales) y otros organismos especializados en la gestión de riesgos y desastres adscritos a las entidades territoriales descentralizadas; la poca capacidad instalada y la politización de lineamientos técnicos de inversión y capacidad de intervención, obligan a la acción inmediata articulada de todos los sectores (social, privado, político, solidario, comunitario y civil) orientada a la resiliencia urbana.

La resiliencia urbana se refiere a la capacidad de una ciudad o poblado para resistir, adaptarse y recuperarse de perturbaciones, afectaciones, crisis o catástrofes, ya sean naturales o provocadas por el ser humano. Es la capacidad que tienen las personas que habitan un territorio específico de conservar su funcionalidad esencial y vitalidad en medio de condiciones adversas.

La resiliencia urbana en el contexto de El Niño implica la capacidad de anticipar, planificar y responder de manera efectiva a los cambios extremos en el clima, minimizando la vulnerabilidad que suponen las altas temperaturas para la población, la biodiversidad y la infraestructura física. Enfrentarse a este tipo de emergencias y ciclos ambientales sin antes desarrollar procesos de resiliencia urbana en los territorios, representa desafíos significativos que requieren esfuerzos adicionales de cooperantes multilaterales, ONG’s, intervención internacional y de líderes públicos que concienticen, inspiren, gestionen, orienten e informen sobre cómo hacer parte de la solución estructural.

Con base en las prácticas de resiliencia urbana, a continuación, se sugieren algunas recomendaciones que podrían ser adoptadas por los gobernantes y la población en general para enfrentar próximos desafíos ambientales, cada vez más recurrentes y lesivos para la vida humana en el planeta:

  1. Construcción e Instalación de Infraestructura Resistente: Diseñar, desarrollar, planificar y construir instalaciones y servicios urbanos sostenibles que puedan resistir y recuperarse eficientemente de los impactos adversos de eventos extremos o desastres ambientales, ya sean naturales o provocados por el ser humano, a través de infraestructuras que puedan mantener su funcionalidad esencial durante y después de la crisis, contribuyendo a la capacidad general de la ciudad para restaurar los daños.

Por ejemplo, incluir sistemas de drenaje mejorados en la infraestructura pública para gestionar inundaciones, regular las licencias de construcción con códigos que cumplan técnicamente con estándares antisísmicos, diversificar las fuentes de suministro y la redundancia de sistemas críticos para evitar fallos catastróficos en la prestación de servicios públicos esenciales, incorporar prácticas de diseño enfocadas a la sostenibilidad que minimicen el impacto ambiental y promuevan el uso eficiente de recursos, implementar y promover la utilización de tecnologías IoT para monitorear y gestionar la infraestructura de manera eficaz permitiendo una respuesta rápida ante situaciones de emergencia.

  1. Gestión Inteligente del Agua: Para la gestión inteligente del agua se requiere implementar estrategias y prácticas que garanticen un suministro seguro, sostenible y eficiente, que aborden los desafíos relacionados con la variabilidad climática, los eventos ambientales extremos y una demanda urbana creciente.

Algunos aspectos clave incluyen: Implementar medidas para promover el ahorro y la conservación del agua, desarrollando campañas educativas que concienticen a la población e involucrando a las comunidades en la toma de decisiones sobre la gestión de este recurso; fomentar la reutilización y el reciclaje de agua tratada para usos no potables, como riego de jardines o procesos industriales; crear protocolos de emergencia para hacer frente a sequías, incluyendo restricciones de uso e implementación de sistemas de almacenamiento de aguas lluvia; mantener y mejorar la infraestructura de acueducto y alcantarillado, incluyendo redes de distribución, plantas de tratamiento, purificación y almacenamiento, sistemas de drenaje y embalses de retención, e implementar sistemas de monitoreo para evaluar la calidad y cantidad del agua disponible utilizando tecnologías como sensores y sistemas de información geográfica (SIG) para recopilar datos en tiempo real; planear a largo plazo con otras entidades y jurisdicciones, la gestión integral de cuencas hidrográficas y páramos, teniendo en cuenta la variabilidad climática y los posibles cambios en la disponibilidad del recurso.

  1. Planeación Urbana Participativa: Adoptar prácticas de planeación urbana participativa fortalece la gobernanza y el compromiso social, económico y ambiental de todos los sectores, evita la expansión demográfica en áreas de riesgo al involucrar a las comunidades y las industrias en el ordenamiento del territorio y fomenta el desarrollo sostenible en el crecimiento de las ciudades, permitiendo resaltar la importancia de la preservación de ecosistemas y corredores verdes.

La planeación del territorio debería contar con un enfoque integral y a largo plazo, de manera que atienda a las necesidades presentes de la población sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. El enfoque de la planeación participativa busca equilibrar el crecimiento urbano y de la demanda de bienes y servicios, con la conservación de los recursos y la protección de la salud y el medio ambiente, a partir de la promoción de la equidad social y el objetivo común de mejorar la calidad de vida de todos los habitantes.

Una buena planeación se destaca por el uso eficiente del suelo que conecta e integra al territorio y garantiza el acceso a la prestación de bienes y servicios para toda la población, la predominancia del sistema de transporte público masivo de calidad y la movilidad en medios no motorizados, la adopción de fuentes de energía renovable y la implementación de prácticas de eficiencia energética, y por trazar y proteger áreas verdes que actúan como pulmones urbanos y proporcionan entornos ecosistémicos naturales biodiversos que ayudan a mitigar los efectos del cambio climático.

  1. Sistemas de Alerta Temprana y Respuesta Rápida: Establecer sistemas de alerta temprana ayuda a la población y a las autoridades a prepararse con anticipación para eventos climáticos extremos, desastres naturales u ocasionados por el ser humano. Estos sistemas buscan proporcionar el tiempo suficiente para que las personas y las instituciones tomen medidas pertinentes y efectivas en respuesta a situaciones de emergencia, para esto se requiere contar con protocolos claros y específicos para diferentes escenarios, además de planes y rutas de acción debidamente concertadas e informadas a la población, mitigando los riesgos e impactos.

Para la ejecución efectiva de estos sistemas, es fundamental que toda la población pueda identificar los roles y responsabilidades de sí, de las instituciones gubernamentales y de los servicios de emergencia como bomberos, defensa civil, cruz roja y demás, para ello se recomienda implementar programas de capacitación y concientización sobre cómo responder adecuadamente a las alertas tempranas y recibir información precisa sobre riesgos inminentes para generar respuestas rápidas. Es importante desarrollar pruebas periódicas y simulacros donde se evalúen la eficacia de los sistemas e identifiquen las oportunidades de mejora, mantenimiento y actualización de la capacidad de respuesta de las comunidades y las autoridades.

  1. Transición Energética y Prácticas de Eficiencia Energética: La transición a energías renovables (por ejemplo; la energía solar, eólica, hidroeléctrica, geotérmica, de biomasa, entre otras) que diversifican la matriz energética garantizando un suministro que modera la dependencia de combustibles fósiles y mitiga las emisiones de gases de efecto invernadero que agudizan el cambio climático, e incentivar prácticas de eficiencia energética en toda la población partiendo de la sensibilización y modernización tecnológica que aminore las pérdidas de energía durante el proceso de transmisión y la inversión en iluminación LED que reduce el consumo total del recurso: Adaptan la demanda de recursos energéticos a una gestión sostenible de los mismos, representan un ahorro económico a largo plazo, aumentan la resistencia y la resiliencia urbana ante catástrofes ambientales naturales o provocadas por el ser humano, y se postulan como la acción climática más contundente a realizar en este momento.
  2. Gestión de Residuos Sostenible: El objetivo gestionar los residuos como un desafío de carácter social, ambiental y económico, es fomentar la reducción de residuos en la fuente, el consumo responsable y la economía circular, además de optimizar la disposición final de los residuos a través de la reutilización y el reciclaje, mitigando los impactos de su generación, recolección, transporte, tratamiento y disposición final, buscando minimizar la cantidad de residuos enviados a los vertederos y los riesgos a la salud y al medio ambiente que los rellenos sanitarios implican.

El tratamiento inteligente de los residuos posibilita nuevas oportunidades de negocio, actualmente existen tecnologías que permiten la utilización de los residuos sólidos para la producción de energía a través de métodos como la conversión en biogás, la innovación en los procesos también facilita la recuperación de materiales para la remanufactura reduciendo los costos industriales, y los residuos orgánicos pueden transformarse en compostaje y abono. Concientizar e involucrar a la población en la gestión de residuos, es necesario para reducir la huella de carbono y avanzar hacia hábitos de consumo más sostenibles.

Las discusiones por el cambio climático y sus consecuencias deben dejar de ser sectoriales, partidistas e ideológicas en el momento en que padecemos la realidad de sus efectos ambientales, sociales y económicos derivados de eventos naturales catastróficos y fenómenos como El Niño o La Niña. Cuando asimilamos que nuestras dinámicas humanas son gran parte del problema, también hallamos la clave de la solución. Si bien es cierto que no todas las poblaciones se encuentran en el mismo nivel de riesgo, es claro que todos somos responsables en conjunto, y juntos tenemos que generar las condiciones para que la vida humana sea apta en La Tierra.

Académicos, científicos, organizaciones no gubernamentales, organizaciones sociales, pueblos ancestrales, empresarios, inversionistas, organismos multilaterales, activistas y hasta políticos de todos los espectros; han investigado, datado, pronosticado, divulgado y comprobado una serie de retos ambientales, los cuales carecen de fronteras geopolíticas y no escatiman por limitantes y limitaciones institucionales. Es momento de emprender acciones individuales y colectivas en sinergia, que más allá de suscitar la culpa, el reproche, el pánico o el miedo, impulsen la creatividad y el poder de la inteligencia humana en favor del desarrollo sostenible (que poco tiene que ver con objetivos burocráticos).

María Camila Chala Mena

Poeta. Abogada con énfasis en Administración Pública y Educadora para la Convivencia Ciudadana, Especialista en Gerencia de Proyectos y Estudiante de Maestría en Ciudades Inteligentes y Sostenibles. Fundadora de Ágora: Laboratorio Político. "Lo personal es político".

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