Pétalos de sakura

Hace mucho no te escribo, no sé exactamente hace cuanto, sabes, no hay noción del tiempo acá, los días pasan y pasan, lentos y rápidos, pasan como baba o como las nubes de opio. A veces te puedes quedar días enteros mirando la mesita de noche o la ventana gigante que da al jardín, aunque muchos a veces nos asustamos y empezamos a llorar, otros a gritar o a cantar, según como estén los ánimos. Podría estar llevando días o semanas, meses quizá, escribiendo esta carta y no me habré enterado… recuerdo, aun en este estado, las palabras de Borges, eso de que el tiempo es olvido y es memoria.

No recuerdo el nombre de ella, he llorado innumerables veces tratando de recordarlo, pero no he podido; nuevamente mi cabeza me juega jugarretas, a veces la veo pasearse por el jardín, por las callejuelas que quedan enfrente de la oficina de la directora; la veo y me atormenta porque no me mira, no se voltea. Yo la llamo, grito con todas mis fuerzas, pero ellos no me creen y me encierran o me dan pastillas. Pero es ella, lo sé. Aunque no recuerde su nombre, sí recuerdo su olor, sus ojos grises y grandes, su boca pequeña y su cabello ensortijado. Recuerdo su risa multicolor y sus manos blancas. También el sabor de sus besos, mezcla de miel y tardes soleadas.

El tiempo, el tiempo… aunque nunca nos demos cuenta, nos recorre las venas, nos envejece los huesos, nos extravía la mirada en los relojes, nos roba paseos en los cielos y nos quita la lluvia de octubre. Estoy suspirando, lenta y pausadamente, casi siento como mi corazón se detiene. Veo las palabras brotar de este papel que empiezan a ser lloradas y luego vuelan por todo el lugar; van despacio, no quieren despertar a nadie, quieren ser libres en silencio. No hay que despertar envidias. Danzan entre ellas y cambian de formas, casi siento ganas de reír, pero no quiero reír, estoy muy cansada como para reír.

La risa mi querida hermana, la risa es sagrada.

La carta te la escribo porque sabes que disfruto de escribir cartas, y para decirte que las voces se han ido y me han dejado un terrible silencio, han dejado un vacío, un rincón estrecho y enmarañado lleno de telarañas y polvo. Me abandonan, así como lo hizo mamá, como lo hiciste tú y como lo hizo ella. Un día desperté y noté que no habían dicho palabra alguna, andarían dormidas o descansando, pensé, pero no volvieron, ellos las mataron. Los odio, las han alejado de mi o las han convencido de que se fueran, cualquiera sea el caso, ya no están. Durante el te, espero largas horas haber si quieren degustar de algún tema; cuando finalmente intento tomarlo, el te, está frío y con moscas muertas, entonces las lágrimas brotan de mis ojos como las palabras de la carta. Contraigo mis músculos y unos espasmos leves salen de la boca del estómago. Cuando sueño con ella me despierto igual, pero los espasmos son aún más violentos. ¿Por qué es siempre así?

Supongo que estarás contenta, feliz incluso. Nunca te gustaron las voces, nunca te dignaste a escucharlas, no supiste que se enredaban en la barba de Platón ni que cantaban los tangos de Gardel. No sabías tampoco que eran buenas receptoras, que ellas sí me escuchaban y que a veces en las noches cuando tenía frío, sus cálidas palabras me acompañaron.

¿Eran realmente tan malas?

Disculpa si te odio, discúlpame con mamá porque también la odio. Aun oigo su llanto al teléfono. Aun oigo su voz represora; esas voces sí las oigo aún, esas que me hacen daño, esos sonidos de llantos y tristezas. Y mis voces nunca le hicieron mal a nadie. Estaban en su pleno derecho a existir, a vivir. Ustedes las mataron.

También se fue la música. Ya no escucho música. ¿También querías que muriera la música querida hermana? Música que olía a incienso y me recordaba los placeres del sexo. Gaitas, violines, bandoneones, trombones, saxofones, clavicordios, tubas, guitarras, pianos, harmonicas, bajos, panderetas y conejitos de colores. Se han ido todos.

Lamento que te molestaran, pero lamento aún más que nunca las hayas escuchado.

¡Juro que acabo de verla! pasó en una burbuja. Fue ella, y no me miró, pasó de largo como siempre hace. La carta sigue llorando letras, llora sílabas, puntos, comas, tildes, frases enteras y oraciones. El llanto recorre la habitación sin sintaxis.

Si tu o mamá estuvieran acá, seguro escupirían diccionarios y tratados para encerrar a las palabras, para encasillarlas, clasificarlas, y hacer de ellas un paquete muerto. Mataríais a las palabras también, y si pudieseis me dejarías sin sombra.

¿Dónde están mis voces?

Me atormenta el silencio.

Mi cuerpo me duele. Las manos, mis senos, mi vientre. Me duele porque recuerdo sus besos y sus caricias por toda mi piel, porque el paso de sus manos dejó en mis poros las llamas y su aliento cálido hizo que mi mundo se etremeciera. Me duelen las manos que aun sienten que sujetan las suyas, me duele mi boca que piensa en sus besos; son las heridas de la ausencia. ¿Algún día mamá parará de llorar? ¿Estará ella en el pórtico o en el jardín? ¿Pasará en una burbuja de nuevo? Sus besos saben a sangre ¿Dónde está?

Igual que las voces, se ha ido.

Aun os veo haciendo el pan y cortando el queso. Tomando el vino en tan amargo silencio, juzgando, judicializando. La respiración retumbaba por toda la habitación, sus ondas chocaban en las paredes y rebotaban, se estrellaban unas contra otras. Se incrementaron, se expandieron, se extendieron y estallaron; y vos… como un cadáver al lado de mamá. Masticando el queso rancio y tomando el vino agrio. Sois gendarmes ¡Sois gérmenes!

Odiaban la idea de verme feliz. Odiaban pensar en sus labios sobre los míos. La carta aún llora palabras. Se envuelven en mi cuerpo, me cubren, siento su pena porque es mi pena. Tiempo querida hermana, el tiempo está hecho de baba y lágrimas. Está hecho de palabras contraídas, de sollozos sordos e imágenes ciegas. El tiempo está hecho de muchas lunas esperando a que ella vuelva a pasar y me vea, y me sonría… Las voces, ¿Dónde han ido mis voces? ¿Adónde ha ido la música?

Leo las paredes, hay historias tristes que se clavan en la pintura. Hay llanto y hay risas. Se inflan, se caen a pedazos, son testigos mudos que envejecen con cada historia. Hay una muchacha de papel y un gato blanco. También están ellos, los carceleros con sus risas tan llenas de cordura, con sus pastillas y sus jeringas. Con las camisas de fuerza. Son silenciosos, siempre vigilan, siempre observan. Si ven las letras que llora el libro las devoraran con lógica y cólera.

A veces veo mi rostro en las paredes, pero no la veo a ella.

En las noches, cuando sueño con ella, mi cuerpo hierve y la sangre circula con rapidez. La respiración se vuelve agitada, en ocasiones lloro; mis manos buscan su cuerpo inexistente, mis labios buscan partículas de su esencia y mi sexo busca su vientre cálido. Su aroma me eleva de la cama, me hace levitar. Sus ojos grises me desnudan y su piel de aire se mezcla con la más ínfima partícula de mí. Somos una sola, como lo éramos entonces, cuando en las mañanas sus dulces labios me despertaban y sus dedos jugueteaban entre mis senos y susurraba poesía a mis oídos. Como quisiera ver su rostro en la pared, sólo en caso que olvide cómo era, así como he olvidado su nombre.

Llueve. Gotas de tiempo. Lágrimas del cielo. Aunque no me mojan, siento que se me pegan al cuerpo.

Ayer, o días antes o meses atrás, ya no sé, las nubes eran rosas y se posaban lentamente bajo una capa invisible de aire, luego se empezaron a reunir entre todas, se combinaron, se fusionaron creando una mega nube rosada y empezó a llover. Llovían pétalos de sakura… miles de flores de cerezo formaban su sonrisa.

Tal vez te parezca ridículo pero su sonrisa tiene la forma de miles de pétalos cayendo del cielo. Así es, o así fue, antes del evento.

Te lo dije, el tiempo es algo viscoso lleno de baba y lágrimas. Mamá y tú nos fusilaron con las palabras y las miradas traían veneno. Sus uñas se clavaron como navajas en la arena y los golpes agitaban las horas del reloj.

Fue así como ella se fue para siempre y ustedes abrieron la herida, la maldita herida, fue así que las voces me consolaron y ustedes no lo soportaron, me condenaron al ostracismo, y a los barrotes, y la camisa de la lógica. Aún así recuerdo cuando éramos niñas y cuando los truenos me asustaban. Solías abrazarme y decirme que era la antesala a un día hermoso. Un día hermoso como hoy aunque no sé si es de día o no, en todo caso es hermoso, lleno de experiencias estéticas y letras recorriendo la habitación; la carta dejará de llorar porque yo dejaré de llorar, por eso será un día hermoso.

Veo sangre, pero no sé por qué hay sangre.

Cuando se fue, los días se volvieron grises, los colores se fueron con ella… el aire era pesado y aún veía la sangre. ¿Por qué había sangre? recuerdo los gritos, el llanto, luego a mamá en el teléfono. Mi mundo daba vueltas y vos… vos me odiabas, así como te odio hoy. Mi cuarto fue mi mundo entonces, me negué a probar alimentos, me negué a sonreír, desde ese día no sonrío. Lloraba amargamente, sentía como mi alma se consumía sola ¡Tanta tristeza! mi cuarto se encogía, y entonces una voz me susurró, intentó calmar el dolor, me contaba como llovían pétalos de flor de cerezo, me mostró su sonrisa una vez más. Luego fueron más voces, más palabras, traían música y poesía. A veces arañaban las paredes y trataban de besarme, pero, yo sólo deseaba los besos de ella.

Al igual que acá, el tiempo era una cosa abstracta. Daba lo mismo una hora que un día.

Recuerdo cuando me hablaba en francés, ¡oh como me gustaba! y cuando tomaba mi mano con fuerza y cuando escuchaba mi corazón.

¿Qué había de malo? No entendí y no entiendo ahora tu odio.

La carta está dejando de llorar palabras lentamente. El cuarto está lleno de ellas. No hay coherencia, sólo frases al azar. Espero que ellos no vengan, me drogarán, me inyectarán, me encerrarán. Su cordura me violará y su mundo cuadriculado penetrará con violencia mi vientre, y habrá sangre, como la hubo ese día.

Hermana, el tiempo… el tiempo ¿Me traerá el tiempo a mi amada? ¿Me llevará el no-tiempo adónde ella se fue?

Estoy llorando, de nuevo los espasmos, los violentos espasmos. Estoy feliz. Llueven pétalos de sakura. ¿Estará ella? veo los graciosos pétalos que caen lentamente mientras el viento juega con ellos… pero las voces… no están, aunque sí está el recuerdo de su imagen, de sus ojos grises y su cabello ensortijado, y lo estará para siempre… iré detrás de la burbuja, por el pórtico y por el jardín buscándola hasta que se voltee y me sonría. Iré tras los pétalos.

Mamá… ella la mató ¿verdad? por eso llora en el teléfono. Por eso la sangre. El tiempo mi querida hermana, odio el tiempo que no estoy con ella, tiempo lleno de sollozos y sangre. ¿Por qué no querían ver? Ella traía colores a mi vida.

La carta ya no llora.

Adiós hermana, creo que es tiempo. Llueve pétalos de sakura.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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