Cartas a Adela – Última carta

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

El traqueteo del tren, las luces del pasillo, Pizarnik que se besa con Yourcenar, peroratas de dictadores caídos, bucaneros entristecidos y niños que simulan ser golondrinas o bolas de papel. Ese es el escenario de mi juego de naipes previo a mi encuentro contigo. Miro cautivamente la solapa de los monarcas y me hundo en mi asiento enumerando granitos de arena de ametrino y sencilla filosofía para linyeras. Suspiro honda y cansadamente, he recorrido ya tantos países que siento que en cada uno dejo jirones de piel y mechones de cabellos o bolas de baba y tierra.

A mi lado, Ofelia se ofusca terriblemente con Hamlet y los casquetes de Incitatus retumban en mi atrofiada memoria como esos recuerdos nuestros, así como aquel día en que tus indecisiones los domingos en las noches me provocaron pequeños suicidios que se escapaban de mi boca y corrían desesperados por toda la casa, hasta que te echabas a llorar y simulabas ser un rompecabezas en la pared.

O aquellos, en que te hacías muy pequeñita y desaparecías en las sombras de un oscuro zaguán para atormentarme mientras te buscaba detrás de los cuadros de Magritte; hacías que me trepara a los techos y te llamara tan roncamente que me quedaba con un hilillo de voz, entonces, solo entonces, aparecías vestida de azurita, te acercabas lentamente a mi y me agarrabas por el cuello hasta quitarme la cabeza y besarme mientras dabas vueltas como un carrusel de condenados.

Tantos y tantos recuerdos… tú y yo besándonos como dos sordomudos bajo la lluvia y jugando a tener full de ases bajo las mangas, o a tener amor en aerosol para pintar de mil colores a una ciudad hecha burdel.

Tú tan Adela y yo tan hombre de las cavernas. Tú, cercenando mis entrañas para ofrecérselas a los surrealistas para que pintaran y escribieran sobre cómo llegar a Venus en una bengala que parecía un tigre fumando espuma de mar.

Miro por la ventana, hay árboles dorados, cíclopes que duermen tan míticamente como las constituciones de occidente y hombrecitos de charoíta que corren tras las lunas de Saturno. Siento que me diluyo en una angustia menguante y mi pecho baila a horcajadas con cada segundo de tu piel distante. Me hundo más y más en mi asiento.

Revivo monstruos y finados con la palabra prohibida, intento volar pero unas alas negras me envuelven en un letargo nauseabundo, siento este terrible desespero de no estar contigo, quiero gritar tu nombre… imágenes difusas pasan por mis ojos ¿Dónde estás? ¿Vas a estar? Quiero salir de este sueño macabro y esconderme tras tu nuca, besarte y detener el espacio mientras caminas descalza, simulando ser rocío en el desierto.

El tren acelera y me siento tan piantao, que me da vergüenza salir a este mundo tan cruelmente cuerdo, entonces, me concentro hasta que me vuelvo lírica en una cajita de madera ¡Yo tan caja de madera en un viaje directo a vos!

No hay donde esconderse, pero entonces una mano amiga me saca del asiento… Scaramouche enamorado y sonriente me toma de la cintura y se pone a bailar conmigo por los pasillos. Los demás pasajeros lentamente vuelven la mirada hasta nuestros pies que se elevan por los aires, entonces todos estallan a carcajadas y sacan de sus bolsillos pequeños arlequines que corretean por todas partes invocando el caos y el orgasmo de los amantes.

Sonrío, nuevamente se desvanece ese miedo a la muerte antes de verte, bailo, grito y me vuelvo humo de cigarro en este carnaval de locos y lunáticos, entonces, el tren merma su velocidad.

Estamos llegando a nuestro destino, estoy llegando a ti.

Mis manos se vuelven rojas y camino de un lado para otro ¿Qué decir? ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerte el amor? Es como si perdiera nuevamente la memoria de ti y me ahogo con impotencia esperando… esperando… esta historia ha sido una larga y prologada espera.

Últimas bocanadas de sin-razón, últimas tiritas de sin-sentido… final de cola de ratón. Casi siento nostalgia. Los miro por última vez… allá en un rinconcito Pizarnik sigue besando a Yourcenar con una pequeña sonrisa entre los dientes, le susurra algo y de su boca salen algodón y plumas de mimbre ¡Están tan locos! todos ellos tan yo en un sueño pálido que sueña que se despierta.

Se abren las puertas y todos salen, todos menos yo. Mi cuerpo tiembla presa de la incertidumbre; afuera una luz potente me llama, sé que estás ahí, casi puedo oler tu cuerpo. Camino pesadamente hasta ese haz luz blanco y atravieso la puerta.

Estoy ciego, no veo, pero ya siento tus manos. Estas llorando y me dices que despierte del sueño comatoso. Mis ojos duelen, estoy a las puertas de la nada y del otro lado estas tú. Entonces, tu rostro sobre el mío me besa tan dulcemente que siento cada poro de tu piel.

Ahí estás, siempre estuviste presente en este viaje de locos suicidas. Tomo tu mano y ahí estás, eres tu tan llena de llanto y bolitas de cristal. Me esperaste. Te amo.

Nota escrita en una servilleta

Una gota de sudor baja de tu frente y se desliza suavemente por tu mejilla a tal punto que podría confundirse con una lágrima, lágrima que sigue su camino hasta llegar a tus senos perfectamente desnudos y luego se pierde en tu dorso, entonces me miras con la salvaje intención de apoderarte de mi carne, me miras cómplice de este deseo con tus grandes ojos que se dilatan cuando mis manos acarician tu cintura y te atraigo lentamente hacia mi.

Me apodero con un gesto de la provocación que no pronuncia tu boca mientras mis dedos se deslizan por tus labios entreabiertos como si emitieran un sonido sordo y te beso, muerdo tus labios mientras siento como una fusión de energía nos dilata las venas, el corazón y la piel. Te beso como si de besarte viviera, como si fueras aire que entra en mi boca, en mis pulmones y me llenas con el dulce veneno de la lujuria. Te beso como si no existiera nada más, como cuando el tiempo y el espacio se detienen y armonizan con el cosmos en pasmosa quietud, así te beso y así me besas.

Ahora tus manos se vuelven protagonistas mientras me arrebatas las ropas con la destreza de una cortesana y completamente desnudo ante tus ojos te vuelves tornasol cambiando de colores, confundiéndote entre las sombras y arrastrándome hasta el lecho de tu cama horriblemente implacable. Nos cortamos la respiración, me ahogo en tu sudor mientras nuestros cuerpos se aferran con furia desmedida y con la ternura de quien contempla en infinito sobre un cuerpo celeste.

El perfume de tu piel me transporta desde Naraka hasta al jardín de loto, viajo sobre tu cintura hasta las cimas del placer y el dolor; palabras, acciones, momentos y memorias se confunden en tu sexo mientras el vaivén de nuestros cuerpos entran en perfecta armonía con la empalagosa y sofocante atmósfera de nuestros alientos que se confunden, se yuxtaponen, se contraen y se unen con necesidad de sobrevivir en el otro.

Pueden pasar horas o segundos, pueden ser días o semanas, la verdad es que el tiempo no existe en el cuarto donde nuestros cuerpos se niegan contra toda lógica a separarse, se aferran y explotan, se funden como el plomo, se hunden en el fondo de la cama y se aceleran desafiando toda ciencia.

Entonces me miras, te miro, sonríes cómplice de amor y me pierdo en el sonido de tu voz incandescente que quema los átomos de mi conciencia y así descanso sobre tu cuerpo mientras jugueteas con mis cabellos.

Y así, mis manos recorren tu rostro, te quito los cabellos que me nublan tus ojos y veo una gota de sudor baja de tu frente y se desliza suavemente por tu mejilla a tal punto que podría confundirse con una lágrima.

Explicación

Cartas a Adela es un cuento alegórico, simbólico y metafórico sobre la transformación, la metamorfosis (Kafka) impulsada por el motor primordial de la vida: el amor (Adela).

El personaje transita tres estados del alma, que son sus tres compañeras, y cada una sufre cambios que él mismo asimila; estos estados son la náusea (Sartre), el extranjero (Camus) y el Lobo Estepario (Hesse).

La personalidad del personaje se deconstruye, y su percepción de la realidad y los lugares que habita se deforman, ya que él mismo cambia y lo ve todo a través de los ojos del surrealismo. Está en un viaje onírico mientras escarba la esencia de su ser.

Al incorporar los tres estados del alma y renacer como hombre nuevo, está preparado para amar sin miedos, sin ataduras, sin ego y en libertad.

Espero hayan disfrutado este trance.


Todas las columnas del autor en este enlace: César Augusto Betancourt Restrepo


César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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