Cartas a Adela – Decimonovena carta (19/20)

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

Llevo horas en la estación esperando el tren que me lleve de nuevo a tus brazos líquidos y a tus tiernos labios que saben a alfajor con vino, y mientras tanto, pues nada, viste, me como las margaritas que crecen en los sombreros de los demás pasajeros y te pienso e imagino segundo a segundo tu cuerpo desnudo levitando en la cornisa mientras bebo las mieles de tu cuerpo.

Y estás tan vívida en mis recuerdos que te veo caminando por los rieles, jugando a la rayuela a vida o muerte con los trenes que no me llevan a ti, entonces siento el terrible deseo de saltar y ponerme a dar brinquitos contigo entre los carriles, pero sé que no estás ahí, es tan solo mi mente dispersa que solo se concentra en los anaqueles donde guardo fotografías de tus besos.

Nada, pasa el viento y las horas, pasan como miel, todo es tan espeso y me doy cuenta que esta espera me desespera, y no hablo solamente del tren que no llega, sino de esos momentos espesos antes de encontrarme contigo. El aire se condensa y de mis orejas salen pequeñas bolitas de vapor, entonces sigo comiendo margaritas.

Entonces, para matar el tiempo y este sudor de ti que me recorre el cuerpo, decido apilar memorias tuyas y las dejo en una banca de piedra en la estación, y empiezo a verte mientras mi cuerpo se incendia lentamente y se derrite al ver tu risa desdoblada en cada letra y en cada fotografía, y ahí estás, nuevamente jugando entre los rieles, amenazando a la vida con gracia sutil, como si fueras una princesa danzando en una calesita o Dalí pintando a la memoria.

Te observo fijamente y me quedo mudo con mis analogías enredadas, mis argumentos complicados, mis palabras perfectamente desconexas, mis ojos sencillamente vidriosos… yo y esta confusión caótica que me generas. Tu y mi adicción a navegar sin timonel en aguas desconocidas, buscando la caída o la redención, pero esperando nada, anhelando nada… esperando, solo esperando la tormenta o la pasividad de las aguas; esperando un tren.

Me quedo en un letargo entre divino e infernal y pasa una hoja de abril que juguetea entre mis cabellos, entonces me dejo llevar por el viento que me eleva hasta los aposentos de la nada oscura y febril, y me dejo caer en la tierra como una gota que se suicida arrojándose al vacío, a la ausencia.

Y todo se vuelve entre onírico y pasajero; pasa una niñita dirigiendo a un pelotón que marcha a las Malvinas con trompeticas y flautas traversas; los poetas pintan lunas en los barandales de la estación y las señoras se erizan al escuchar los rayos que truenan baladas de antaño. Un dragón se enamora de una infanta que marcha con su espada a arrancarle el corazón; un dandi se disfraza de linyera mientras Adán tienta a Eva con un fruto dorado.

Del cielo cae sal y Bakunin ríe a bocajarras con Fellini, mientras un tintero vomita rígidas novelas que leen filósofos y putas de alcurnia que limpian el sudor de la lujuria en las transformadas manos de Harry Haller, que a su vez, conversa animadamente con un tempranillo a medio tomar, al tiempo que el redentor se va de juerga con los dioses del ocaso.

Pero no hay cielo sin infierno ni edén sin purgatorio, querida.

A mis pies el asfalto se derrite y de él salen muertos y demonios que se burlan de las estrofas de amor y de los sonetos de Neruda, y pues nada, me río con ellos hasta que me asalta la tristeza. Melancolía en forma de mercurio o de cigarro a medio fumar; y casi sin notarlo, de mis ojos salen lágrimas que brotan como lava. Entonces, los condenados por Dante se devuelven a sus trémulas cavernas y del suelo brota un sueño, y del sueño una flor de loto de papel que huele a vos. La tristeza se va.

Y ahí estás, jugando en los rieles.

El tren se acerca y se detiene mi pequeño universo por unos instantes de eternidad, se me acelera el pulso y de mi boca sale un te amo tan pasmoso que se confunde con el zumbido de una mosca. Estas tan cerca, y atrás las dejo a ellas, a Maga, a Sasha y a Sissi; atrás dejo Montevideo y más atrás a la ciudad, a mi Buenos Aires del alma.

Me sonríes y se disipan los miedos por nuestro encuentro, pero tiemblo, tiemblo porque el tiempo es un efecto fugaz, una falacia que se diluye como el semen, una bola de alquitrán que todo lo destruye, una aurora que todo lo ilumina. Pero ahí estás y me sonríes, querida.

Faltan horas, solo horas… solo minutos, solo segundos para robarte el corazón y escabullirme por tu cintura, para darte los besos que no te di, para fusionarme con tu cuerpo divino, para colmar esta sed de vos y reposar esta cabeza enmarañada en tu pecho desnudo, tomar mate acidulado y reír como si fuéramos los locos de la lluvia.

Espérame como una gusana ciega espera a ser crisálida y como la crisálida espera ser mariposa y como la mariposa espera ser una flor que vuela. Te amo.


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César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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