“Es, en la medida en que hay una marcada desigualdad en cuanto a las habilidades del ser humano, que unos pueden ser provistos por otros y viceversa. Es, en este sentido, imperativo mantener dicha desigualdad”.
La desigualdad no es un problema No es un problema para el desarrollo social, mucho menos para el desarrollo económico. De hecho, no es extraña su existencia. Sí lo es, al contrario, la de la igualdad, pues es una creación humana. Aunque, en cierta manera, esta es una distopía que perfectamente podría ilustrarse en mundos como el que narra Rand en Himno u Orwell en 1984. A saber, mundos pálidos y grises en donde la voluntad individual ha sido suprimida violentamente, pues es esa la única forma en la que es posible igualar a los seres humanos, como ya nos mostraría la historia con el genocidio camboyano, ejemplo más ilustre de los resultados por la conquista de dicha igualdad. No fue mal narrado por Orwell y Rand, pues fueron esos escenarios siempre impulsados por la voluntad colectiva que abogaba todo el tiempo por una igualdad generalizada en la que se lleva a cabo hasta la supresión del nombre propio, pues pudiese caerse en el riesgo de que este nombre genere divisiones desiguales entre los hombres…
La intención de la siguiente columna será entonces centrar el foco de esta discusión en una forma de desigualdad específica: la de capacidades. Particularmente, teniendo la siguiente como una pregunta transversal: ¿La desigualdad de capacidades obstruye la calidad de vida de las personas?
Pues bien, según Locke, los hombres somos a lo sumo iguales por naturaleza. Es decir, iguales en cuanto a nuestra libertad y en cuanto a la ley, siendo esta natural. En este orden de ideas, la igualdad no es una condición natural en los seres humanos. De hecho, si se mira con detenimiento y más allá de los años y las condiciones personales, que son los dos factores que plantea Locke, hay factores de orden cultural, político e histórico que garantizan la armoniosa puesta en escena de las desigualdades; en tanto pluralidad, los hombres somos distintos todos, extrínsecamente, en la posibilidad de consecución de cualquier fin. Ahora, en la medida en que nos vemos afectados por cuestiones del mérito, el esfuerzo, el trabajo o la suerte, seguramente la diferencia en cuanto a la obtención de resultados será mucho más perceptible.
Siguiendo a Locke en el segundo Ensayo sobre el Gobierno civil, el hombre busca la camaradería de otros seres humanos en función de poder suplir sus imperfecciones; misma idea, de forma indirecta, que se puede ver en Adam Smith cuando habla de que el carnicero, el panadero o el cervecero no brindan estos bienes por benevolencia. Es decir, el hombre busca de sus semejantes en la medida en que no pueda proveerse a sí mismo con todo lo necesario, pues carece de habilidades o conocimientos para hacerlo. Lo que significa, en últimas, que tal conocimiento está natural y desigualmente dispuesto entre los seres humanos.
Esto último sucede, a mayor escala, en lo que respecta a sociedades con mayor desarrollo de sus industrias. En la medida en que se tienen más elementos, o sea, más diversidad y calidad de conocimientos, mayor cantidad y mejor calidad de bienes producidos y de servicios brindados. Se entiende, entonces, que las desigualdades, incluso en la construcción del comercio, son un motor necesario en la medida en que suplen necesidades al tiempo que se persiguen objetivos individuales que, indirectamente, terminan gestando logros colectivos. ¿Y es que cómo podrían los hombres, siendo iguales todos estos, proveer a otro de lo que a otro le hace falta, si este mismo no ha podido proveérselo? Es, en la medida en que hay una marcada desigualdad en cuanto a las habilidades del ser humano, que unos pueden ser provistos por otros y viceversa. Es, en este sentido, imperativo mantener dicha desigualdad.
Por tanto, de ninguna manera es perjudicial la desigualdad para la calidad de vida de las personas, ni es un factor que las obstruya. Incluso, siguiendo a Hayek en su idea del conocimiento disperso, es precisamente la desigualdad la que nos ha permitido la cohesión entre las diversas capacidades con las que cada uno hemos podido destacar a nivel social.
Esta desigualdad, tal como diría Mises, y siguiendo el hilo de este argumento, generaría la cooperación humana. Y es que pongámonos en la posición en que todos fuésemos exactamente iguales o que alguna fuerza exterior tratase de reunirnos en espacios y capacidades de completa igualdad: pues bien, a la ausencia de desventajas, ausencia de diversas ventajas que se traducen en ocupación de las desventajas del otro. En un sentido práctico, emergería la imposibilidad de saciar las necesidades del otro, mientras el otro sacia las mías, pues ambos somos capaces de producir las mismas cosas y, por tanto, inútil sería perder el tiempo haciendo para otro, lo que este puede hacer para sí mismo. Es decir, se diluirían los panaderos en la vastedad de estos mismos en tanto que cada hombre tuviese la misma oportunidad, capacidad y condiciones personales para proveerse a sí mismo de pan.
En definitiva, la desigualdad de capacidades no es un asunto del que debamos preocuparnos. Más bien, al contrario, es un asunto al que le debemos la cooperación humana, el progreso y un alto porcentaje de la calidad de vida de la cual hoy gozamos.
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