Cartas a Adela – Décima carta (10/20)

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

Miraba el cielo gracioso, nubes con historias de lupanares y linyeras, nubarrones que pintaban las historias de un cuenta cuentos irlandés y escribían la tragedia detrás del Guernica, mientras un cirrus desdibujaba conejitos de hielo y desmembraban al hijo del nuevo Prometeo. Ya sabes, esas cosas me dan gracia, rosas y dragones en el aire. Empecé riéndome y terminé llorando en una carcajada ahogada, colgado en un atrapasueños de bambú y cannabis, desdoblándome tras un trago de fernet, pero entonces el celaje desapareció tras cada risotada y quedó la inmensidad del azul cerúleo. Me quedé solo con el cielo, entonces recordé que no estabas, es decir, sabía que no estabas, pero no lo recordaba… no evocaba el aroma de tu ausencia, no remembraba que el tiempo sin ti es cocaína existencial, heroína del alma.

Y qué puedo decir, mis tres bocas hicieron gestos, como de llorar y reír de infelicidad, como de querer hablar con el abecedario atrancado en el gaznate, como de querer pronunciar frases y poemas, y recitales enteros de aire y mocos. Y mi montón de ojos sollozaban como quien disimula la tristeza más grande del mundo y esta herida plomiza en mi pecho cercenado dolía como la ironía de un epistolario, que borracho de tinta, arde con más poesía.

No soporté tanto cielo con nostalgia de ti, con ausencia de Maga colgada a un globo y una golondrina en Paris, no soporté esta tormenta de lejanía, entonces decidí abandonar el barco y naufragar en la ciudad.

Ahí encontré cada cosa, vos sabés como es esta ciudad de locos y poetas, viste, va uno por ahí y encuentra mudos llenos de palabras y presidentes vestidos de cadáver, diputados robándole las esperanzas al porteño común mientras un clochard se hace un te con la bandera, y soldaditos de plomo mueren en la plaza de los caídos en Malvinas. Yo, tan naufrago en una ciudad tan demente y llena de sentido, yo tan sin ti y sin Maga, yo tan hombre de leña en la patria del fuego… tenía que evitar que mi corazón se volviera ceniza para no dibujarte de pavesa la sonrisa cuando nos veamos… cuando nos veamos… ¡Qué canto de esperanza, querida mía!

En fin, entre tanto desvarío y tumulto de peces en protesta contra los dueños del río, no se me ocurrió más que dibujar tu cara con palabras en los muros, pintar tus labios con confitura de frutilla y membrillo, y esbozar tu mirada con miel y un poco de mediterráneo con avellanas. Quedaste hermosa en la ciudad, tu tan llena de palabras y miel, y sin embargo, tan lejos, lejos de mi, tu tan corazón cobarde y yo tan idiota, tan Scaramouche o tan Coviello en el teatro de tus ojos, en el drama de esta soledad de ti.

Entonces me sentí pequeñito, como si mis piernas y mis brazos se encogieran, era un extraño en una ciudad de caperos ambulantes y nuevamente este montón de ojos evocaron la lluvia del alma y comprendí que poesía no es un montón de palabras bonitas y en rima, sino un corazón que revienta borracho de pena y de alegrías. Te estoy diciendo, que eres mi poesía, te digo que eres mi más grande herida ¡Inyéctame tiempo en estas venas que te veo ya difusa en mi memoria!

Estando así, pequeñito y perdido pintando tu rostro extraño, llorando como quien pierde una flor en el desierto, vi a Sasha revestida de colores opacos y con una expresión de pesar en su boca. Me cargó y me estrechó contra su regazo y a fuerza de besos recuperé mi tamaño. Cesó el llanto y busqué su cuerpo. Estaba sediento de sus labios y sus caderas, excitado por sus cabellos encendidos y su vientre carmesí. Sentí como su cuerpo se deslizaba entre mis manos e invadía cada poro de mi piel, me envolvía en látex de epidermis y licor de sudor, nos yuxtaponíamos, nos reconfigurábamos. Nuestra masa se aceleró y explotamos, fuimos infinitos y eternos por segundos de arena. Ella se dobló en mi sexo y se comprimió hasta desaparecer en un grito, en un orgasmo violento, en una pequeña muerte.

Oh Sasha, mi fría e indiferente amante, siempre rescatándome de la ciudad que me asedia con su lírica corporativa y sin embargo, a quien yo necesitaba era a ti. No podía menos que tragarme la saliva de la distancia y abrazarme con fuerza a su aura mistral, convertirme en hoja de sauce plasmada en la pared y disgregar mis penas en su aliento gélido.

Y en la cuna de su seno, vi nubes, no con historias de lupanares y linyeras, no, eran nubes de nuevos aires, de una ciudad cercana, era el cielo de Montevideo que me llamaba. Me gustaría estar contigo en la ciudad charrúa, pero sé que no estarás, debo ir solo y enfrentar las luces de neón. Y sin embargo te llevaré en el bolsillo para contarte los secretos más allá del río de la Plata.

Se aproxima el tiempo, se acerca el encuentro y a pesar de eso, me invade el extracto de miedo y emoción. Te quiero.

Esta carta la sello con arrope de saliva, estas letras saben a tabaco y dulce de café. Este sentimiento cruza de sur a norte los andes y el continente para robarte una sonrisa en las madrugadas. Este pobre loco es tan tuyo como del viento. Esta tristeza y esta felicidad descansan en tus ojos cuando leas el resumen de esta espera. Este bucanero encallado en tierras gauchas manda poemas en botellitas solo para ti. Te extraño corazón cobarde.


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César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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