Cartas a Adela – novena carta (9/20)

Cartas a Adela

Estoy aquí, cazador y presa de recuerdos de veleros que rodean bibliotecas, recuerdos que te desnudan lentamente y dibujan sonrisas tras esos labios de papel y notas musicales. Estoy aquí o allá, esperando un gato en la luna, llorando la ausencia de Maga, saltando sobre constituciones y sobres de madera con retazos de tu rostro mientras juego canicas con gotas de agua; yo que con este montón de ojos me creía buen cazador, recibo disparos por la espalda, ahora presa de tus manos, de tu corazón amilanado, y otra vez este juego del león y la sirena. Estoy aquí, y no contigo.

Huyo por la ciudad, disipando razones, conclusiones y locuras (con sus locos), me pierdo entre calesitas de hormigón, brindo con el olvido a la memoria de Borges y entro en discusiones técnicas, psicológicas y filosóficas con tratados y diccionarios, con tal de escapar a ese recuerdo tuyo… recuerdo de ti en un bosque de mármol, tirando claveles desde un balcón, sembrando libros en el jardín de nubes; de ti, deslizándote en mi barba, transformándote en conejo de luna, en puente de cartas, en pizarrón de yerba, en rayuela de café… entonces, me agarra, me asalta, me invade una enfermedad de ti adentro y de ti afuera; me sacude la espina dorsal y me dibuja un tatuaje en el costado. Y quedo ahí, como después de un infarto por tu recuerdo, como si estuviera cerca de la muerte o a la entrada del castillo de la reina de corazones.

¿Y qué hacer? Soy presa devorado por la memoria de tu llanto lejano, llanto como canto de ruiseñor, ruiseñor como cuento de llantos.

Maga se ha ido, se ha ido para siempre. Yo ya no la buscaba, me estaba adaptando a la idea de que simplemente iba a estar por ahí, paseándose como una sombra sin dueño entre rimas y vinilos, lienzos y pentagramas, disfrazada de aire, convertida en hilo, distorsionada en cristal, restaurada en lágrimas y desfigurada de cicatrices; ya me iba haciendo a la idea de que iba a estar ahí, volando o bajo el agua, sin que yo la viera, pero ahí… ahora no está, ni ella ni vos, y yo sigo aquí, como Sasha y como Sissi.

Soñaba… contigo. Había agua de mar en un desierto de colores, estabas bañándote en arena hasta que una morralla de diputados montados a onagro, transformaron las palabras en licor de blanco y azul celeste, entonces, cielo e infierno se mezclaron en una pipa de brezo y fumamos el bálsamo de Fierabrás mientras relatos de oriente y occidente emprendían batallas y cantos de dioses cercenados.

Entonces llegaron tres filósofos magos, uno, de Argelia, el segundo de Alemania y el último de Francia; cada uno contó una historia: el primero, habló sobre la bondad del hombre malo, sobre la maldad del hombre bueno y de la frialdad en el corazón de los hombres; del absurdo. El que venía de Alemania habló de la guerra entre el hombre y la bestia, el intelecto y el instinto; de la multiplicidad del alma. El filósofo francés habló de una enfermedad que se encepa en el alma de las personas, que distorsiona la realidad y que le quita el significado a la existencia. Después de relatar sus historias, emprendieron todos caminos diferentes, entonces, Maga, apareció, me tomó de los brazos y en el aire me besó, entonces desperté. Estaba volando en los brazos de Maga mientras me besaba.

Nos posamos sobre una nube, hicimos el amor como dos salvajes enfrascados en franca lucha, como dos poetas escribiendo versos en piel ajena. Hicimos el amor a riesgo de herir nuestra piel, a riesgo de dejarnos cicatrices en el corazón. Descendimos y sobre un tapete de mimbre y oropel, derritió palabras haciéndome beber cuentos con pan y vino tinto. Acercó lentamente su boca a mi oído, y en un susurro casi doloroso, dijo “Au revoir mon amour, au revoir”, entonces se hizo humo entre mis manos. Su cuerpo antes de carne era ahora humo gris… se fue Maga, está en Paris.

Desecho en lágrimas, Sasha bajó del cielo con un listón, me abrazó, me besó. Palpé su pecho herido, entonces nuestras bocas se buscaron como la tempestad al marinero. Mi cama fue nuestro tálamo, nos embriagamos de tanta comunión, de tanto sudor; mi cuerpo danzaba sobre sus caderas mientras ella me dejaba las cicatrices de una tierna batalla en la espalda. Fuimos guerreros como nunca lo supe ser con ella… Sasha siempre tan fría, tan indiferente.

Rendido ante el abandono de Maga y exhausto después del amor con Sasha, me invadió un sueño sin sueños. Una oscuridad cálida y espesa, una nada compasiva y suave… unas tinieblas perfectamente en paz, una muerte en vida, hasta que un grito de dolor me despertó. Mi propio grito.

Sasha se había posado sobre mi cuerpo desnudo y empuñando una katara de marfil y sangre, me abrió una herida en el pecho, una herida gris, una herida fría. Lentamente el dolor y la agonía se fueron calmando, y pues nada, me vestí de finado, estrené corbata de seda y salí a confundirme en la calle con los demás hombrecitos de traje… y deambulando como un sonámbulo que no duerme, me di cuenta que andaba sin buscarte pero te acechaba… era cazador de tus recuerdos en medio de las calles de esta ciudad loca y en llamas, y ya ves, fueron tus recuerdos los que me dieron caza, querida.

Te quiero, corazón cobarde. Te quiero en este exilio de mi patria que son tus caderas. Te quiero como para detener los relojes de sol. Te quiero como para arrojarme a la luna y colgarme de una estrella de tinta. Te siento muy cerca.


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César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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