Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha estado inmersa en una triste paradoja. Si bien nuestro potencial intelectual y creativo ha desencadenado avances impresionantes en ciencia, arte y tecnología, también hemos presenciado y participado en actos de destrucción y crueldad que desafían toda lógica.
El conflicto en curso entre Israel y Palestina no es simplemente un enfrentamiento geográfico, político o ideológico. Es un recordatorio triste y contundente de nuestra incapacidad como especie para superar la tendencia a resolver las diferencias a través de la violencia. A medida que las bombas vuelan y las cifras de muertes aumentan, nos vemos obligados a enfrentar un interrogante que parece surgir en cada generación: ¿qué tipo de seres humanos somos?
En nuestra búsqueda interminable de una identidad colectiva, hemos construido naciones y fronteras, abrazado religiones y creencias, y, en el proceso, hemos olvidado nuestra humanidad compartida. La sangre que fluye en nuestras venas, sin importar nuestra nacionalidad o fe, es la misma. Sin embargo, durante siglos, hemos demostrado una propensión alarmante a matarnos los unos a los otros por las diferencias en nuestras construcciones mentales.
¿Qué nos ha llevado a este punto, donde la vida humana parece ser tan barata en el contexto de un conflicto? ¿Cómo hemos llegado al punto en que la paz y la tolerancia son vistas como signos de debilidad, mientras que la guerra y la violencia son consideradas como demostraciones de fuerza?
Los grandes pensadores de la historia, desde Mahatma Gandhi hasta Martin Luther King Jr., han abogado por la no violencia como una vía para resolver disputas y conflictos. Gandhi nos recordó que «ojo por ojo solo hará que el mundo esté ciego», y King instó a que juzguemos a las personas por el contenido de su carácter en lugar del color de su piel. Estas voces de la razón y la paz nos enseñaron que la humanidad tiene el potencial para la compasión y la empatía, pero debemos elegir cultivarlo.
No podemos permitir que la historia se convierta en un ciclo interminable de guerra y sufrimiento. Debemos cuestionar el modelo mental que nos ha llevado a este punto y explorar cómo podemos construir un futuro basado en la paz, la reconciliación y la comprensión mutua. La guerra no es un camino hacia la solución, sino hacia una destrucción que afecta a todos, sin importar de qué lado de la frontera estemos.
En momentos oscuros como estos, debemos recordar que no puede haber honor en matar a mujeres o niños inocentes, sin importar qué bandera se levante. La protección de los más vulnerables debe ser un principio universal que guíe nuestras acciones.
La guerra en Israel y Palestina llega cuando el mundo ya se ha enfrentado a crisis graves, desde hambruna hasta pandemias. En lugar de aprender de estas dificultades y buscar la cooperación y la solidaridad, regresamos a los métodos de guerra como una respuesta primitiva a nuestras diferencias.
Es un llamado urgente a la comunidad internacional, a través de la ONU, para que cumpla su deber y trabaje incansablemente en busca de un alto el fuego y la construcción de una paz sostenible. En última instancia, este conflicto no solo es una cuestión regional, sino una manifestación de la lucha universal por la humanidad para liberarse de las cadenas de la violencia y abrazar la fraternidad y la paz. La elección está en nuestras manos, y debemos actuar en nombre de un mundo más compasivo y pacífico.
Con referencia a el mal cometario de nuestro presidente, solo digo:
“No permitamos que líderes sin calma enciendan el fuego de la guerra con palabras. Presidente de Colombia, en su alma, La Paz se escribe con letras doradas. Con la dulzura de una buena pluma, se teje un mundo donde reine la luz, donde la tolerancia es la espuma que abraza almas sin excusas ni cruz. En sus comentarios, halla el matiz que tiende puentes en lugar de dividir. Las diferencias son un abismo sutil, pero juntos, un futuro podemos construir. Porque la Paz también se escribe con versos de amor, no con odio ni miedo, y en esa senda es donde nos inscribe, un destino en común, un nuevo anhelo”.
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