Tener la mente pequeña o encogida debe considerarse una enfermedad. Todos vemos tamaños similares de cabezas y cerebros, pero es muy probable que la mente se esté encogiendo. Esa parte de la mente que se relaciona con el sentido común, la empatía y la comprensión de la vida.
Existen incontables ejemplos sobre el síndrome de la “mente chica”, encogida o muy delgada. Esta enfermedad la he observado en todo tipo de personas y sexos, desde jóvenes hasta personas adultas. Acá indicaré 4 situaciones concretas que he experimentado en primera persona.
Primera escena: “El árbol es mío”. Jueves de septiembre siendo las 6:50 am estoy parqueando para ir a mi curso de Contabilidad y de repente me percato que a la vez se está parqueando un carro más grande y con vidrios polarizados, yo estoy siguiendo la secuencia de los carros que se parquearon previamente y observo que el otro conductor no se hace a mi lado a una distancia prudencial, en su lugar, deja un espacio de 120 centímetros; terminamos de parquear, él se baja de su camioneta, le saludo con amabilidad y le indico que no dejó suficiente espacio para que otro carro se pueda parquear después de mí y le sugiero que se haga más cerca de mi auto; lo veo vestido de estudiante y le indico que en ese espacio no cabe otro carro, que de ese modo, otro estudiante no podrá parquear y que esto también le afecta a la señora que cuida estos carros; su respuesta fue breve, expresó dos cosas, la primera, que lo resolviera yo, es decir, que corriera mi carro, y en segundo lugar, que se ubicó donde siempre lo hace, justo debajo de un árbol, porque a él le gustaba la sombra de ese árbol. Se fue. Finalizando mi clase, antes de marcharme le pregunté a la señora que cuida estos carros si ella pudo usar ese espacio durante esas 4 horas, y me dijo que no.
Segunda escena: “La mesa es mía”. Viernes de octubre siendo la 1:00 pm ingresamos a un conocido lugar en el que venden un buen Sándwich, la sala es especialmente rica; ordenamos y recibimos el turno 20, a esa hora la demanda es alta y el espacio es preciso. Veo varias cosas que ya había observado antes, por ejemplo, muchas personas van tomando una mesa sin antes pagar o haber realizado una fila para ordenar, eso ya no me sorprende; miro a mi alrededor y veo que hay distintas configuraciones de espacios, mesas para dos personas, para cuatro y unas barras para personas que no están acompañadas; esperamos de pie el orden del llamado, al rato una persona del establecimiento le ofrece un asiento a mi pareja, lo recibe alegre porque la bebé ya le pesa un poco; sin embargo, al fondo, está un señor con ropa formal, que supera los 50 años, sentado muy cómodo en una mesa para 4 personas, estaba iniciando su almuerzo; observo de nuevo el espacio y veo muchos lugares para personas solas en la barra, sin ocupación. A esta persona le parece adecuado estar solo y ocupar una mesa que es para 4 personas. Claro, hay personas de pie esperando que sujetos así terminen de comer para poder ubicarse.
Tercera escena: “La salida es mía”. Sábado de octubre, día especial por el anunciado eclipse, siendo las 11: 15 am estoy saliendo de mercar y llevo el carro de compras con la intención de descargar las bolsas en el auto, dos carros ubicados justo en la salida que conecta el Supermercado con la zona de parqueo, ambos carros obstruían la salida por la rampa. Uno de ellos sin pasajero y el otro con pasajero, trato de identificar al conductor y veo a un señor, un hombre adulto. Estos carros no dejaban pasar a las personas por su lugar normal de salida. Este síndrome altera el mundo físico y afecta el sentido social.
Cuarta escena: “El personal del servicio es mío”. Me ocurre cada vez que queremos variar el menú de desayuno y salgo a comprar unos dedos, buñuelos, pandebonos; siempre voy a una esquinita, el lugar tiene alta demanda porque el producto es bueno y el precio es muy favorable. Es una venta ambulante y sus dueños son un grupo de jóvenes con rasgos similares. Venden jugos y bebidas calientes también. La experiencia me gusta porque camino unas 12 cuadras en total y voy con yago, mi mascota. Acá pasan dos cosas perturbadoras, habitualmente. La primera, estoy indicando mi pedido y de repente la persona que me atiende, me suspende un momento del mundo físico y contesta un teléfono, al otro lado una persona indica el número de su apartamento y pide un par de dedos y de buñuelos. Esas llamadas se atienden con prioridad, lo acepto cuando son personas adultas, pero he averiguado y no siempre es así, tal parece que mucha gente quiere pedir su desayuno desde su ventana o por el teléfono (Me pasa igual cuando voy a la tienda, de repente el tendero abre su WhatsApp y se escucha una voz que ordena: ¡don German, me envía por favor una libra de arroz y un Knorr!). Sigo, esto es lo más perturbador, en este lugar hay sillas, no muchas, pero hay algunas; la mayoría de las personas llegan en sus carros y como si fuera una aplicación o un servicio de desayuno electrónico, hacen su orden desde el asiento de su carro y estos jóvenes atletas se la pasan corriendo de carro en carro atendiendo la pereza de estos clientes, inmóviles, hacen sus pedidos, cosas reales y físicas, un café, un dedo, algo caliente, y estos muchachos las llevan a sus autos. Es como si estos chicos fueran un tipo de botón virtual que se mueve al antojo del cliente.
El “síndrome de la mente chica”, explicaría también otros tipos de comportamientos extraños que ya son comunes, lo he llamado “El sin lugar”. Vas a una panadería y las personas, desayunando o no, atienden a sus clientes y hacen otro tipo de cosas que nada tienen que ver con la panadería; te subes a un bus, y una persona en ese viaje puede a su vez, estar en dos o tres lugares y reuniones al tiempo; estas en un salón de clase, y de repente una estudiante se está limando sus uñas mientras atiende tu clase y otros van llegando con su comida en la mano. Los lugares ya no son lo que conocemos. Son multilugares.
El gran problema de este síndrome que es que hace muy delgada la mente y la razón y nubla la capacidad crítica. Las personas así enfermas no pueden ejercer su juicio moral, son susceptibles de manipulación y engaño, ser engañadas, ellas mismas practicar un engaño o ser parte de un sistema que las hace cometer un fraude inocente, ese que es real pero que no toma lugar en la conciencia individual.
Este síndrome también explica el aumento ostensible de quejas, peleas y hechos bochornosos que a diario vemos en los cuales las personas se lastiman y se anulan, pierden su capacidad de sentir y pensar como el otro, anula su comprensión, aumenta su intolerancia y los deja en estado primitivo, usando su fuerza y su violencia. Con imposibilidades para ser sujetos políticos.
Las empresas de ahora, las relaciones de poder y control diluidas en el mundo tecnológico, los mandatos y ordenes decoradas en el ámbito de la gestión y la necesidad de aumentar siempre el volumen del consumo, ponen al ser humano en desafío constante, debe probar a diario su capacidad de reinvención y su docilidad ante un poder diluido, que no se observa y se oculta en las redes, un email, por ejemplo. Así las cosas, esta enfermedad se agrava y el individuo se torna violento, incapaz de confrontar a quien le ordena y controla está dispuesto a liberar su enojo cada vez que se encuentra con otra persona en su misma condición, otra que si puede ver y en la cual desea descargar su ira.
Este síndrome es grave y nos sumerge en la tiranía total.
Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/sergio-ordonez/
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