La habitación 621

La habitación 621 fue el lugar donde el niño que pedía limosna en la placita de flores -perdido entre atardeceres- y el endriago bizarro -esperpento cotidiano- se encontraron. Allí la fiebre se durmió entre burbujas de jacuzzis y bareta del barrio.

Anais Nin escribía que Henry Miller solo podía escribir con la cabeza caliente. En una de sus confesiones entre tantos párrafos porno y posiciones sexuales (Nexus, Plexus, Sexus) Henry Miller escribiría -consintiendo en la confidencia de su amante- que así era.

Decía que corría cuando a su cabeza llegaba la fiebre para tratar de verterla en una mísera hoja, elemento inmundo y poco altivo para cualquier artesano.

Así corrí yo a escribir estos párrafos,  ocupando una banca cualquiera en una plaza de barrio.

Habiendo calmado la urgencia de escribir, me percate en cual plaza estaba.

Recordaba esta habitación y la anécdota de Miller en el momento en que casi resbalo en un charco de agua, tratando de llegar rápido al computador -o a la libreta- para escribir estas lineas de urgencia; o a lo primero que se atravesara en mi camino: un pedazo de papel higienico, una servilleta, una hoja vieja de un registro telefonico.

El computador que tantas fatigas ahorro a Bukowski en los años en que el reumatismo le hacia decidir entre beber y escribir; menguadas las fuerzas solo le quedaban suficientes para empinar el codo. El escribir lo deje muerto en la urgencia, aunque imagino la ansiedad del escribir nunca le dejo.

Por suerte yo todavía podía hacer ambas, pero antes de beber cualquier cosa, era necesario escribir lo que se pudría en la mente.

Las baldosas lujosas son las enemigas de los poetas de salón, les hacen zancadilla para que pierdan la compostura; una fractura en el tobillo y esos trágicos Aquiles yacerán en el sepulcro.

Pero caerse en el baño no tiene dignidad ni nobleza, así sea afanado por escribir; tampoco en correr con premura a escribir lo que se venga a la mente.

Uno se cae por guevon -como dicen el negocio de jugos de monoleche en el Parque Berrio-, por creer que cada recuerdo es digno de recordarse y cada bulla en la cabeza de escribirse.

Mientras suena Jim Morrison recuerdo los años en que fuimos raiders of the storm, recuerdo esa habitación en El palo, ahí en la plazuela San Ignacio; pienso que esta hacitacion y todas estas historias que me habitan sera solo un recuerdo.

Ese cielo azul envejecerá. Pienso en ello mientras miro la calma de un domingo sin barullos en el parque de San Ignacio desde una buhardilla en cualquier antro. Tomando costeñita mientras espió las ventanas vacias desde donde una vez me asome empelota.

Llegará otro día, pero nosotros ya no seremos los mismos.

Antes sonaba un clásico de Queen, bohemian raphsody. Que titulo tan acertado me digo mientras miro a la mujer desnuda que arma algo parecido a un bareto con una chiruza -pangola- que parece orégano.

Me recuerda el sabor de la salsa de la pizza, los sanduches fríos devorados con furia taquicárdica. En la canción repetían: this is reality? this is the fantasy?

No lo se, puede que me haya enredado en un sueño que me recordara el olor de aquellos antros, de tu cuerpo, del centro.


Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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