Impulsado por una agresiva, cancina y estridente campaña de expectativa, fiel al estilo de las barras bravas del petrismo, todos aquellos que nos mueve la cosa política, estuvimos “atentos” –salvaguardando las distancias– del discurso que Petro iba a dar en la última Cumbre de la ONU.
Cabe señalar que esta campaña de expectativa tuvo como ingrediente principal la reciclada noticia del nombramiento de Gustavo Petro como una de las “100 personalidades más influyentes” según la progresista Revista Time. Noticia que se repitió hasta el hartazgo y terminó causando un alcance retroalimentado en la red social X (antes Twitter), gracias a las continuas contra-versiones de varios opositores al oficialismo.
Con el ambiente servido, era obvio que esta nueva estrategia se iba a cerrar con broche de oro tras el muy predecible resultado del aplauso facilista que siempre se consigue con cualquier discurso que incluya las entelequias “justicia social”, “cambio climático” o “más redistribución de la riqueza”. Vamos, que la cosa la pensaban como la estrategia básica del fútbol: tres toques y tiro al arco, pero, en esta acusación presuntamente, con el gol asegurado de antemano.
Un Petro ignorado
La hora cero llegó, y el anuncio del Presidente de la Asamblea se ejecutó con la dignidad que los protocolos exigen y, tras finalizar la presentación, ordena al personal de staff que guíe a Petro al atril donde, según los cálculos de los bodegueros, este recibiría un estruendoso aplauso como retribución a un profundo y majestuoso despliegue de sabiduría transmitida en oralidad.
Empero, el bullicio más que acaecer, se acrecentó. Nuestro –lamentablemente– Presidente hizo un primer llamado al orden y al silencio, aunque se perdió golpeado por los ecos rebosantes obligándolo a aterrizar en oídos sordos. Las gentes estaban dispersas, entretenidas y concentradas en sus discusiones particulares, moviéndose, como guiados por un ser superior, hacia las salidas del recinto sin molestarse en mirar, así sea de soslayo, al ocupante del atril.
Resonaron tres secos martilleos ante una multitud inquieta y poco interesada, mientras que el Sr. Presidente, notablemente frustrado e incómodo, sonríe y da ligeras palmadas como con ansias de “quiero gritar para ser escuchado”, pese a estar aislado por una pared de vidrio grueso e insonorizado.
El “¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!” se volvió a escuchar de forma más fuerte y contundente, cual llamado severo de un padre a su hijo desobediente; sin embargo, nuevamente, solo la desidia y el constante chasquido de las bocas moviéndose se obtuvieron como respuesta. Para este punto, la incomodidad domina el rostro soberbio y cerrado de Gustavo Petro, sumergiéndose en una notable molestia que se refleja, notoriamente, en la inquietud juguetona de sus manos y lo fijo de su mirada ante una mayoría de sillas vacías.
Al borde de su paciencia, cruza los brazos y, en un acto de rendición ante lo patético de su posición, gira su cabeza como niño incordiado que va a acudir a esa figura de presunta autoridad que poco o nada puede hacer ante la diáspora de la multitud. Por último, el Presidente de la Asamblea se excusa ante tal bochornoso acto de descortesía y exige a los asistentes guardar asiento y, por favor, no abandonar la sala.
Por fin, Petro da inicio a su esperada perorata.
Un vacuo discurso
Aunque muchos quieran adjudicar un meta-significado o sub-mensaje muy acentuado sobre los veinte extensos minutos de la intervención, la realidad es que son el mismo archiconocido amasijo de puntos comunes, entrelazados con las entelequias de siempre que ya rechinan y causan fastidio en los receptores. Son asuntos obvios, rumeados hasta la misma desintegración de su significado, y que ya no causan más efecto que la apatía.
Arrancó con el clásico “Les propongo acabar la guerra”, seguido de su ya conocida frase “El hambre continúa…”. Mas el remate, fue con una de las peores metáforas que jamás haya escuchado; un despliegue de poesía de tan mala calidad, que se puede considerar una obra de arte solo por este último hecho: “Les propongo expandir el virus de la vida por las estrellas del universo…”
Esta metáfora poetizada carece del más simple de los sentidos: cuando buscamos qué son los virus y vemos que se consideran científicamente seres NO vivos. Además, si nos aventuramos a leer más abajito dentro de esa misma página web que nos arroja su definición, nos daremos cuenta de que se sospecha que su función es hacer el trabajo del Arcángel Azrael (La Muerte). En definitiva, una clara extensión de lo que NO DEBERÍA ser un discurso político que busca el impacto a través de presumir las habilidades de escritura y oratoria.
El aclamado Bukele
¿Saben qué es más efectivo que un discurso político altisonante, bien confeccionado y que tiene en su justa medida varias figuras literarias? Un político que solo debe mencionar su gestión sobre las principales problemáticas de su territorio. Este es el caso de Nayib Bukele, un Presidente que fue esperado en silencio, ovacionado antes y después de su discurso, y que su mensaje no fue más que un breve resumen sobre los logros que ha obtenido de su gestión.
¡Ojo! No considero correctas varias de las actuaciones de Bukele frente a la problemática de orden público en su país, peeero –y me excusarán lo largo–, se debe partir la discusión desde la base de la efectividad y los resultados. No obstante, y hasta donde podemos saber por los medios locales, la realidad de El Salvador ha dado un giro de 180 grados para bien, y se ha convertido en un nuevo paradigma que vuelve a poner sobre la mesa las políticas públicas sustentadas en el más escaso de los sentidos: el sentido común.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
Comentar