“Los hechos se enmarcan en la penúltima de nuestros ciclos de violencia, si tomamos en cuenta que vivimos en la última, caracterizada por Gonzalo Sánchez como de “entramados criminales”, a las que antecedió el ciclo de las insurgencias (justamente a la que se alude en el año arriba señalado); antecedido a su vez por el ciclo de la Violencia bipartidista de liberales y conservadores, y ésta por el ciclo de las guerras civiles repartidas entre el siglo XIX y comienzos del XX.”
Era el año 2003, en la vereda Dos Quebradas de San Carlos (Antioquia) y en Los altos de la virgen de la comuna 13 se vivían historias parecidas. Allá, en San Carlos, me lo contó Esperanza sobreviviente de las incursiones paramilitares; y aquí, en la 13, me lo contó Rosario, sobreviviente también de tales incursiones y de los combates de esas fuerzas paraestatales unidas con las fuerzas armadas contra las milicias.
Los esfuerzos orientados a la reconstrucción de la memoria de esos hechos, en los que se suman los de las víctimas, sus familias, las organizaciones sociales, las organizaciones de derechos humanos, los artistas, la comisión de la Verdad y otras instituciones públicas, van completando el cuadro de aquel horror que nunca debió ser.
Los hechos se enmarcan en la penúltima de nuestros ciclos de violencia, si tomamos en cuenta que vivimos en la última, caracterizada por Gonzalo Sánchez como de “entramados criminales”, a las que antecedió el ciclo de las insurgencias (justamente a la que se alude en el año arriba señalado); antecedido a su vez por el ciclo de la Violencia bipartidista de liberales y conservadores, y ésta por el ciclo de las guerras civiles repartidas entre el siglo XIX y comienzos del XX.
Esos hechos no tienen que ver únicamente con todas las formas de victimización perpetrada sobre los seres humanos, como la desaparición forzada, el reclutamiento, el homicidio o la violencia sexual, entre otros. O en realidad sí tiene que ver con una afectación directa a las personas humanas porque las mascotas, y en particular los perros, se integran de tal manera a las familias que, con todo derecho, hacen parte de éstas.
Resultó que tanto en la comuna 13 como en San Carlos, por lo que podría pensarse que lo propio sucedió en el resto de la geografía, cuando los paramilitares hacían presencia en las noches de los barrios y veredas, los perros comenzaban a ladrar en una sinfonía de alerta canina que hacía retumbar esos entornos, alertando a los moradores de la presencia siniestra de tales fuerzas. Rápidamente, y como una conducta de guerra adoptada por ese accionar criminal, los perros fueron sistemáticamente asesinados, pretendiendo con ello eliminar la alerta que aquellos nobles seres emitían para el cuidado de sus familias.
En el presente, desde los ejercicios de memoria que se desarrollan por toda la geografía, las familias y las organizaciones levantan la voz para reclamar que se recuerde a sus mascotas vilmente asesinadas o heridas, y que son también un símbolo de todo el sufrimiento que se vivió en medio de ese ciclo de violencias.
En el recuerdo están Choky y Pinina, entre tantos otros canes que prodigaron amor a sus familias en la forma de nobleza y afecto sin par. Desde los testimonios de las víctimas surgen esos recuerdos acompañados de un titubeo en la voz, reclamando también un merecido homenaje, que fortalece los empeños en la reconstrucción de la memoria como forma de reparación y exigencia de no repetición.
Con su voz serena y altiva, Rosario recuerda que durante las noches de enfrentamientos en la comuna 13 la lluvia llegaba en ocasiones para aplacar la balacera, lo que la hacía pensar que podrían dormir tranquilos en familia, incluyendo, por su puesto, su perrito guardián.
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