“Creo que las montañas y el Mediterráneo se conectan y entrelazan de su propia manera, generando una conexión profunda que influye en nuestra identidad y en la forma en que percibimos el mundo.»
De fondo, a lo lejos, escucho a Serrat; tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo al camino. A unos cuantos metros de la casita de la vereda Ojo de Agua, los bombillos amarillos iluminan las hortensias. Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego del vino, tengo alma de marinero. Sigue el canto de Juan Manuel mientras el tono rozado del cielo se serena, y las luciérnagas comienzan a iluminar la noche. Sin un día para mi mal viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas y a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo. Sigo escuchando mientras sumerjo el agua caliente en la prensa francesa, y las montañas se vuelven oscuras, negras, sombrías.
Vivir en vereda con una considerable distancia entre vecinos es sinónimo de tranquilidad. También lo es vivir entre montañas, en silencio, al ritmo del buen café y las letras de Fernando Vallejo, Antonio Machado y Arthur Rimbaud. Lejos de candidatos políticos y sus falacias, y, por supuesto, acompañado de Serrat y su canción “Mediterráneo” (1973), recordando mi infancia y mis pasos por este mundo, es sentirse pleno ¡Qué hermosa es esta canción! Un himno lleno de referencias líricas y poéticas que celebran esa región del Mediterráneo.
Esta canción, “Mediterráneo” que evoca el mar que baña las costas de España, entre otros países del sur de Europa y el norte de África, posee una dimensión nostálgica y reflexiva. Es una metáfora de la búsqueda de uno mismo y del retorno a lo esencial en la vida. Creo que las montañas y el Mediterráneo se conectan y entrelazan de su propia manera, generando una conexión profunda que influye en nuestra identidad y en la forma en que percibimos el mundo.
Al igual que el mar, los olivos, los cipreses, los pueblos blancos y las ciudades costeras, estas montañas antioqueñas, llenas de veredas, evocan un profundo sentimiento de pertenencia y amor. Ojo de Agua, ubicada en Rionegro, Antioquia, personifica esta conexión con la naturaleza y la belleza de sentir, pensar, amar y existir.
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