La sociedad, tal vez ya esté cansada de escuchar cátedra sobre el deber ser del actuar humano. Sin embargo el ejercicio autocritico impone esa carga; la crítica social está directamente relacionada con las ciencias sociales, que llevo estudiando una buena parte de mi vida. Tampoco, busco ufanarme de conocimientos etnocéntrico, de europeos que quizá ya este muertos. Hay autores trascendentes que al parecer conocen más de nuestro diario vivir, que nosotros; asimismo, los académicos universitarios, comúnmente ordenadores del gasto territorial, creen conocer más de las comunidades que ellas mismas. Esto es interesante, pero es una reflexión personal que de ninguna manera será objeto de debate en esta columna (Tal vez después).
Ahora, me gustaría llamar su atención a un problema social, y es como desde la academia nos acostumbran a valorar más los conocimientos académicos de doctrinantes de renombre. Yo creo que es un problema que no ha estado en el foco de las agendas de las instituciones de alta calidad. Consumidor académico, es aquél que sin cuestionarse lee, repite y revive las palabras de esa persona distinguida, ¿Por qué es un problema? Porqué la academia está entonces necesitada de doctrinantes, y abarrotada de meros consumidores académicos. No hay ánimo de señor y dueño, en ellos. Para quien no entienda la analogía jurídica, lo que quiere decir es que esa persona no puede presentarse como propietario (Animus domini) de aquél intelecto, porque no ha hecho más que presentarse como un medio entre el locutor y el receptor de la información (Es un mero tenedor porque reconoce la propiedad en cabeza de otra persona).
La innovación y creación académica se ve limitada por la imposición bibliográfica; claro que es importante, no lo puedo negar. Pero el desarrollo personal se ve enormemente afectado, considero. Estoy convencido que el desarrollo tecnológico y social está directamente relacionado con la innovación; ello debe estar sujeto pensadores, Doctores, expertos en general en cualquier área del conocimiento, estadísticas, herramientas cualitativas y cuantitativas en general, que en ocasiones es engorroso y costoso para un investigador de pregrado; entiendo,(parcialmente), pero el límite está desmedido, toda vez que altera el desarrollo académico particular.
Las personas de la académica, sin ánimo de generalizar, también cometen yerros similares. Claro que la opinión de Aristóteles es importante conceptualmente para establecer la tendencia humana a la vida en sociedad; la norma, ley, jurisprudencia y doctrina, es importante para establecer, esbozar, determinar y ordenar litis, controversias, problemas, o situaciones de los individuos sociales. Pero, en otras situaciones la opinión personal termina estando sesgada u orientada a defender posiciones de doctrinantes de renombre, ¿y el desarrollo personal, dónde queda la individualidad?. El pensador académico, contraposición del mero tenedor; puede fundamentar su pensamiento u opinión en un autor de renombre, pero el ejercicio de debatir no es simplemente un desarrollo de ideas (A veces de personas muertas) proselitistas, casi como una narración literal de algún importante bienhechor (Como decía Aldous Huxley sobre los docentes con potencial de cambiar al mundo) del mundo académico. Entonces el pensador académico, es: crítico, objetivo, integral, imparcial, y prudente; tal vez, esa máxima proyección humana, permita eliminar los males sociales, desde las discusiones con amigos en un café, hasta las decisiones de altos delegatarios mundiales sobre coyunturas actuales, como el dilema de seguridad o el tratado de no proliferación nuclear de San Petersburgo.
Gracias por leerme.
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