‘No lo crié, pero sí lo utilicé’. Feliz aniversario, presidente.

Seguimos votando por Barrabás: ¿por qué el pueblo persiste en elegir a corruptos? Jayson Taylor Davis Elecciones españa 2023

Entre la desolación familiar y la traición política en Colombia, vivimos el amargo cuento de Gustavo y Nicolás Petro. Como si fuera una lección de vida, la Biblia nos aclara, como siempre, lo que debemos esperar: «Aquel que no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo.» – 1 Timoteo 5:8.

En el entramado de una tragedia moderna, la historia de Gustavo Petro y su hijo Nicolás Petro se despliega como una advertencia desgarradora sobre los estragos del abandono familiar y la corrupción política en la sociedad colombiana. Como dijo el destacado psicólogo Erik Erikson: «La mayor crueldad es nuestra indiferencia hacia aquellos a quienes más amamos». En una nación atormentada por la ausencia de figuras paternas y hogares privados de amor en este país sin esperanzas, alimentado por las promesas incumplidas de sus líderes, contempla esta narrativa como un espejo de la amarga realidad que enfrentamos.

Gustavo Petro, con su meteórico ascenso a la presidencia, trajo consigo un aura de cambio y esperanza. Las palabras de amor, paz y reconciliación se convirtieron en su mantra, una promesa en medio de un país herido por el conflicto y la desigualdad. Sin embargo, como bien señaló Nelson Mandela: «Nuestros valores más profundos no son solo nuestra base; son aquello por lo que la historia nos juzgará». Mientras las promesas fluían, la oscuridad en la vida privada de Petro crecía.

Nicolás Petro, el hijo abandonado y manipulado por el poder y la ambición desmedida, se convierte en un símbolo del dolor que anida en las sombras. Como advirtió Carl Gustav Jung: «Todo lo que nos irrita de otros nos lleva a un entendimiento de nosotros mismos». La indiferencia de su padre, el mismo hombre que prometía justicia, dejó una cicatriz imborrable. La búsqueda de su identidad y el anhelo de ser amado por su padre llevaron a Nicolás a una trampa inimaginable, atrapado en los tentáculos del narcotráfico que su padre afirmaba combatir.

La revelación de que las donaciones destinadas a financiar la carrera presidencial de Gustavo Petro tenían nexos con el narcotráfico trastocó toda percepción. El presidente, en su aparente empeño por reformar la nación, se revela como un narcisista maestro en la manipulación. Sus acciones contradicen sus palabras, descubriendo una complejidad moral que corroe las bases de la confianza y la integridad.

La triste historia de los Petro encapsula las facetas más oscuras de la política y la familia en Colombia. El presidente, como un habilidoso malabarista, salta desde la orilla de un padre ejemplar a un padre dispuesto a todo, dentro de los lineamientos de la ley, para luego oscilar y limpiar sus faltas, gritando a viva voz que alguien del uribismo hizo igual o peor de lo que lo acusan. Esta es una narrativa de engaño, traición y narcisismo que revela cómo un líder puede envolver a una nación en una ilusión, mientras que en la vida privada, la realidad es a menudo retorcida y carente de principios. La moraleja es un espejo crudo y revelador: la ausencia de liderazgo moral en lo personal puede trazar un camino de tropiezos y decepciones en la esfera pública.

El gobierno de Gustavo Petro se perfila como un territorio lleno de promesas rotas y engaños narcisistas. En su narrativa personal, vemos los ingredientes del desastre que podría ser el futuro de la nación. La historia de los Petro nos insta a cuestionar más allá de las palabras bonitas y a examinar las acciones detrás de las fachadas. Nos recuerda que una sociedad que permite y aplaude el abandono paterno y la manipulación política está destinada a ser un espejo distorsionado de sus líderes y de sí misma.

«Yo no te crié, Colombia, te criaste así y hoy estás sola” .


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Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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