“Hay ambientalistas extremos que dicen que las empresas privadas no deben apoyar con el transporte escolar, programas de educación y mucho menos con mejoramientos de vías, que porque todo eso debe asumirlo el Estado”.
El Suroeste de Antioquia ha venido teniendo cambios en los usos del suelo y sus vocaciones. Muchas fincas han pasado de sembrar café para dedicarse al aguacate. Extensiones de tierra que antes eran minifundios y de pequeños propietarios han pasado a ser compradas por grandes empresas para desarrollar sus proyectos agroindustriales como lo son Cartama y Jericó Hass Company. El turismo como vocación no existía hace 20 años.
Eso para decir que las vocaciones evolucionan acorde a las potencialidades y nuevas realidades que va demandando el mundo. Actividades económicas que se desarrollaban años atrás, como la siembra del tabaco o el cardamomo, hoy no se hacen porque no son tan rentables ni viables como en sus inicios. Cerrarnos a que no podemos hacer cosas distintas sino hacer lo que siempre hemos hecho, nos limita las oportunidades. Ni el tiempo, ni el mundo ni nosotros somos estáticos. Debemos es estar abiertos a aprender cosas nuevas, a descubrir nuevas potencialidades que ayuden a mejorar las condiciones del entorno.
En procesos de cambio siempre habrá quien se disguste e incomode, porque obliga a aprender y adaptarse a una nueva realidad. La selección natural nos enseña que la especie que no se adapte está condenada a desaparecer.
Hay corrientes en municipios de esta subregión que promueven una idea de ambientalismo extremo, entendido como no hacer ningún tipo de intervención en el planeta y dejarlo todo tal cual está. Nuestra esencia, como humanos, es transformadora. Las transformaciones sí deberían ser positivas y sostenibles. Pero este tipo de ambientalistas suelen oponerse a todo y utilizan los mismos argumentos genéricos contra todo tipo de sectores económicos, sin importar que tan diversos son: hidroeléctricas, vías, monocultivos, minería, aguacate; lo peor, es que no dan soluciones ni propuestas de cómo generar el empleo y los recursos económicos que se dejarían de percibir si las actividades que atacan dejaran de existir. El rédito que le suelen sacar a su causa termina siendo político: aspiraciones a concejos, alcaldías, gobernaciones, etc.
Una muestra de esto fue registrada en julio por el periódico El Suroeste en su edición 196 (ver). Uno de sus artículos fue titulado “Aguacate sí pero no así” misma frase que han utilizado personajes como el Obispo de Jericó con la minería. En el artículo en mención, se destaca una denuncia de una comunidad indígena de Valparaíso que dice que las fuentes de su acueducto multiveredal vienen siendo afectadas por la empresa aguacatera Cartama, casi los mismos argumentos que se tienen con actividades mineras y obras civiles.
Con esto no quiero poner en duda las denuncias que probablemente son ciertas por parte de la comunidad, sino evidenciar un prejuicio frente a las nuevas actividades productivas de la región. Está bien respetar el ambiente, pero también está bien generar empleo y generar condiciones de vida digna. Más que encontrar culpables, deberíamos es trabajar conjuntamente por el territorio para que desde todos los actores encontremos la mejor manera de hacer las cosas y tener relaciones de gana a gana.
Más aún cuando el 85% de los municipios de Antioquia son de quinta y sexta categoría, que no tienen suficientes recursos para implementar sus planes de desarrollo. En la contienda electoral que ya comenzó, hablando con varios candidatos a alcaldías, es común escucharlos decir que para ejecutar sus planes de desarrollo deben contar con el apoyo del sector privado porque solos, como posibles alcaldes, no pueden.
Hay ambientalistas extremos que dicen que las empresas privadas no deben apoyar con el transporte escolar para que los niños de las veredas vayan a estudiar, que tampoco deben impulsar programas que mejoren la educación como el bilingüismo o el deporte; mucho menos aportar con mejoramientos de vías, que porque todo eso debe asumirlo el Estado. Eso sería lo ideal si fuéramos un país con un ingreso alto donde alcanzara con los impuestos de las personas y las empresas para cubrir todas las demandas sociales, pero esa no es nuestra realidad y menos la de los municipios del suroeste.
El ambientalismo extremo se resume en no dejar hacer, pero tampoco hacer. En lugar de ver a las empresas como enemigas, hagámoslas aliadas y encontremos conjuntamente los mecanismos para que todos, incluido el ambiente, salgamos beneficiados.
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