Soy un joven que ha finalizado sus estudios en Derecho, que está por culminar su segunda carrera, y ha decidido iniciar sus estudios de posgrado. Parece una narración que busca enaltecer mi formación académica, pero nada más alejado de la realidad. La decisión, lógicamente estuvo influenciada por mis gustos, y mis capacidades personales generales; sin embargo, desde que inicié mi vida universitaria, no he pensado en otra cosa que no sea mi futuro laboral, y no me refiero a la imposibilidad potencial y aparente de conseguir un trabajo; me refiero a lo difícil que es conseguir un trabajo bien remunerado que me permita mejorar o mantener mis condiciones de vida.
Tampoco quiero ser pretencioso y pedante, entiendo la realidad del país; sé que muchas personas formadas o no, tienen las mismas dificultades. Claro que es complicado progresar en una economía emergente, no solo en Colombia. Ahora, de la mano de mi frustración laboral y de la autoexigencia de la que soy parte, me pregunto cómo seguramente muchos otros, ¿Sirve estudiar y seguir formándose? La respuesta, resulta ser complicada y multivariable, es por eso por lo que la respuesta no es de ninguna manera una verdad absoluta.
Yo creo en el país, creo en el potencial de las Política Públicas y la buena gestión de los funcionarios que a su cargo tienen una obligación imperante. Las decisiones de unas pocas personas influencian la vida de millones de colombianos. Las estadísticas, como indicadores son útiles a la hora de examinar resultados; pero, por lo impersonal de las mismas alejan a las decisiones de las realidades sociales; que, sin exagerar representa muchas vidas detrás de un escritorio.
Un ejemplo de Política Pública que atiende las necesidades imperantes, podrá ser el Tranvía de Bogotá, y las vías ferroviarias Nacionales. Lo anterior, fue una solución para la creciente demanda de movilidad pública por la bonanza económica que en el siglo XX irrigo la economía capitalina y por la consecuencia lógica de las migraciones internas. No voy a tratar temas de desigualdad, corrupción o falta de planeación. Empero, la movilidad capitalina se vio beneficiada, y no solo como indicadores; la vida de miles de trabajadores fue radicalmente beneficiada, se disminuyó los tiempos de desplazamiento, y la inflación tuvo una tendencia a la baja, por los precios por carga de mercancía en la red ferroviaria.
El proyecto de Tranvía y de la red ferroviaria Nacional, careció de planeación a largo plazo, despreciaron recursos públicos y se empeoró la calidad de vida de los colombianos; lógico, después del inicial beneficio social que causó a la capital y al país. Por eso, es la representación perfecta de una solución de las desigualdades, respetando los criterios metajurídicos y la calidad de la vida humana como pilar. Desde ese entonces, no encuentro otro ejemplo que atienda las necesidades sociales apremiantes como criterio fundamental del Estado Colombiano, aprendiendo de los errores de planeación que parecen ser la regla general.
Los jóvenes formados o no, huyen en la primera oportunidad al “mundo desarrollado”, ese fenómeno es endilgable a la administración y las instituciones. No puedo culpar a un gobierno nacional, a un ministro, presidente u ordenador del gasto en específico. Es la continuidad de malas prácticas en las políticas que deberían atraer la juventud de Latinoamérica a Colombia. La transferencia de tecnologías y de talento humano, beneficia al país, es decir, a todos los ciudadanos. Ser una economía estable en el tiempo, no representa oportunidades, solo es la materialización de prácticas como la economía de filtración, que espera que el desarrollo económico beneficie a los ricos, e indirectamente en algún futuro eventual, a los pobres.
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía (2001) condenó la economía de filtración, y exaltó el deber de las administraciones públicas encaminados a desarrollar el maltrecho tejido social. Espero seguir formándome, y dar lo mejor de mí a este país, no particularmente como abogado, porque la vida es incierta y si bien me apasiona, no descarto el porvenir imprevisible del futuro laboral. Pero lo que no resulta incierto es mi preocupación por normalizar más malas prácticas de la contratación estatal, de planes, proyectos y programas.
Deseo que las políticas públicas entienda su función social, y que estén focalizadas y encaminadas a desarrollar las habilidades de la juventud. Colombia, como economía estable debe atraer el talento humano mundial, y profundizar en la transferencia de tecnologías y la mutabilidad de la vida en relación por medio de las políticas públicas esbozadas y practicadas por buenos funcionarios públicos, que sirvan al público; específicamente a la juventud, somos el futuro de Colombia, ¿Qué es más importante que eso?
La competencia de la que no sabe Colombia, es la de atraer la mano de obra calificada o no. Puestos de trabajo, desarrollo económico, tributos y desarrollo cultural es lo que lo que necesita una economía emergente, claro, con la articulación de la institucionalidad y del Gobierno Nacional de turno. Colombia tiene potencial en multitud de rubros económicos, desde lo agrario, hasta la creación de compañías “unicornio” como Rappi, que directa o indirectamente necesitan de trabajadores y tecnologías. ¿Por qué no competimos con los países desarrollados por la juventud formada o no? La respuesta me confunde, con sinceridad, no entiendo cómo perdimos de vista la competencia que nos afecta de sobremanera, perdemos talentos. Los talentos juveniles prefieren lavar platos por dólares, que aportar a la Nación; y es entendible, pero no superfluo.
Gracias por leerme.
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