“La política del cambio con las posturas hipócritas, doble moral del Pacto Histórico poco está dignificando la vida. Cinismo con que militantes de la izquierda disfrazan la ineptitud del gobierno no oculta que Gustavo Francisco Petro Urrego, en ejercicio del poder, tienen elocuentes discursos, pero carece de hechos que lo respalden.”
Apuesta por entorpecer la institucionalidad, y el cumplimiento de la norma, es la consecuencia de estar en manos, y a merced, de una fuerza política que está ligada con el pasado delictivo de oscuros personajes que pisotearon la constitución desde el actuar guerrillero. El país se desmorona ante el fortalecimiento de los grupos criminales, lo que hoy pasa, con la seguridad y el orden público, es lo que se desprende de la improvisación de un gobierno que distante está de materializarse como el gran salvador. Grave es que su presidente proponga intermediación para normalizar el delito, hacer uso de los recursos captados con impuestos para pagar a los malhechores con el propósito de que dejen de delinquir. A costa de la salud, la educación, la estabilidad laboral, la pensión, la cultura, la infraestructura, la primera infancia, la tercera edad, el Pacto Histórico derrocha su propuesta de cambio y cada día muestra que Colombia va de mal en peor.
Flaca memoria de los colombianos está condenando al país a repetir su historia, la forma como se recibió al Ñoño Elías en San Juan de Sahagún, en el departamento de Córdoba, es la prueba fehaciente de que la nación normalizó los comportamientos non santos. La corrupción, que ronda las altas esferas de la clase política, ha permitido conocer la cara adusta y la procacidad de unas ideologías (izquierda, centro y derecha) que defienden a ultranza a sus integrantes, pero luego los condenan y abandonan esgrimiendo engaños que fueron cometidos a sus espaldas. Mal camino es el que se recorre cuando se toma como faro de la moral a unos actores desmovilizados, que llegaron a la política con curules regaladas, y jamás indemnizaron a sus víctimas o cumplieron con el compromiso de la verdad. Complejo será el camino del cambio, en Colombia, si no se aprende a vivir en comunidad, si el propósito de la clase dirigente es encontrar el esguince para cumplir las leyes o acatar las normas.
Vergonzoso resulta que, a pesar de los pésimos resultados, existan bodegas y enceguecidos fanáticos que siguen defendiendo al gobierno, que haya quienes hagan todas las piruetas posibles para defender a Iván Velásquez, Ministro de Defensa, que con sus acciones y omisiones se constituye en el prototipo de quien parece defender a los verdugos de Colombia. Resulta aterrador el panorama de una nación en la que aumentan las masacres, sube el índice de asesinatos, se acrecientan los atracos por día, se desbordan los casos de violencia sexual, por la pésima gestión de un funcionario que debilita y desmoraliza a las fuerzas militares para bajar la erradicación de cultivos ilícitos, favorecer y defender a corruptos, narcotraficantes y violadores de derechos humanos. Odio enconado de una ideología por el estamento militar y que parece justificar las masacres, los secuestros y el reclutamiento forzado.
Al ejército le están aplicando la misma fórmula que a las EPS, empezaron a debilitarlo, le quitan recursos, para así tener la excusa perfecta para suprimirlo o modificarlo. El diezmar a las fuerzas militares, propósito de quien las aborrece, el comandante en jefe y su Ministro de Defensa, da fuerza a los delincuentes que, protegidos por la política de izquierda, arrodillan al pueblo en un ambiente de terror. Intención del gobierno de otorgar beneficios a criminales y terroristas, invisibilizar la “extorsión”, pagar para que no se siga acorralando y asesinando a los colombianos, es la incapacidad de Gustavo Francisco Petro Urrego, y su equipo de gobierno, de buscar políticas y alternativas que hagan frente a la crisis económica y social que está ahogando al ciudadano de a pie. Apología del crimen que acompaña al Pacto Histórico llama a pedir, a los colombianos, revisar los anaqueles de la historia y recordar quién fue el M19, cuáles fueron sus ideales, quiénes fueron sus integrantes, cuáles fueron sus nexos, y en qué distan de las FARC y el ELN.
Recomponer el tejido social en Colombia durará muchos años, lo que hoy hace la izquierda premiando a los transgresores de la ley y dejando de lado a los jóvenes que sí quieren salir adelante y buscan una oportunidad, vuelve normal el abuso, el asesinato, el narcotráfico, la corrupción y el aplaudir la forma fácil de enriquecerse. Se está al frente de una etapa de la nación en donde la ideología progresista, hambrienta de poder y enriquecerse de la noche a la mañana, es aplaudida por votar migajas a los colectivos populares, hordas de miserables ignorantes, mantenidos que no quieren trabajar sino vivir de los contribuyentes. Triste es ver que quienes prometieron un cambio para el país resultaron peor en gobernabilidad y corrupción, posan orgullosos al lado de personas que tuvieron la capacidad de poner una bomba, en un centro comercial, poblaciones y recintos privados, donde transitaban cientos de personas, decenas de niños y ancianos.
Lo que hoy se vende como gestores de «paz» es el premio que se da a delincuentes que desestabilizaron el país, bandas que andando en grupos atracaron vías y parques, invadieron el espacio público y vandalizaron la nación, facinerosos indignados a los que ahora se les pagará por dejar la criminalidad. El tragar entero que, indudablemente se constituyó en un cáncer que mata lentamente a Colombia, condujo a ponderar que el terrorismo se trasladara del campo a las ciudades con células urbanas que se conocieron como “primeras líneas”, grupos de intimidación que pusieron en riesgo las libertades del grueso de la masa poblacional. El país debe invertir, de forma urgente, en las nuevas generaciones, delinear desde la educación básica clases intensivas de ética y valores para ver si en el futuro hay esperanza de acabar la corrupción y la violencia. El trabajo con decencia y honestidad formará seres respetuosos de la ley capaces de visualizar hechos que, aunque muchos no los quieran aceptar, siempre van a ser parte de la historia del país.
Difícilmente será adalid de la decencia quien pretende que Colombia olvide que desde el M-19 se ejecutaron asesinatos, secuestros, violaciones y desplazamientos, moral desde la que ahora se habla de paz total y se propone indultar a quienes no cumplen la ley y han hecho daño a la sociedad. Promesa de cambio y justicia que se desdibuja desde un imposible deontológico que delinea justificaciones para la maldad política y la corrupción. Mal le queda a quien sueña ser reconocido como “potencia mundial de la vida” sustentar un cambio desde la proyección de las viejas políticas, prácticas clientelistas que como siempre prometen luchar contra el crimen, propiciar la prosperidad y sucumben en el decrecimiento para ofrecer subsidios en lugar de oportunidades. Complejo resulta al petrismo mantener una apuesta de gobierno ofreciendo mermelada, negociación con todos los partidos sobre la base de acuerdos que dejan al margen los intereses del pueblo, componendas que impulsan unas reformas que golpean de forma directa al ciudadano.
Crítica que se hacía a administraciones anteriores son iguales o peores para la izquierda ahora en el poder, anacronismo burocrático que se escuda culpando al periodismo de desinformar al colectivo social. Populismo que tomo por eslogan de campaña a la presidencia “hasta que la dignidad se haga costumbre” es hoy el fiel reflejo de la férrea incapacidad de gobernar por parte de un demagogo que está causando el peor perjuicio, en años, a la economía y la sociedad colombiana. Mal le queda al Pacto Histórico que su presidente y el equipo de gobierno se niegue a aceptar, o minimice, los problemas que salen a la luz pública. Peligroso será seguir apoyando una política progresista que solo está respaldada por una masa que está obnubilada por el sofisma de un libreto preconfeccionado por un comité de aplausos que considera como el peor enemigo a quien no comparte sus ideales. La radicalización del discurso ciudadano agudiza la polarización entre los extremos ideológicos en Colombia, política del odio, las clases y el racismo raya los límites de la violencia, clima de intolerancia que está ligado a la manipulación táctica que se hace de la realidad con discursos populistas, construir una distracción perfecta que deje pasar las cosas que están ocurriendo.
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