Necesitamos a los menos capacitados para que impartan las materias de español, matemáticas, filosofía y sociales en todas las instituciones educativas del municipio; de esta manera, los estudiantes serán la materia prima de las fábricas y nos aseguramos de que nunca aspiren a nada mejor.
Entre los aspirantes a encabezar la lista a la alcaldía municipal por el Partido Conservador, Anacleto era el menos opcionado. Tenía en contra que no hizo maestría en cualquier vaina, no frecuentaba la iglesia, no era proselitista y no sobó el hombro a los conservadores que estaban en la Cámara y el Senado.
Se aceptó a Anacleto en la consulta del partido porque sería la diversión necesaria para que Evaristo, el matemático y el mejor candidato, pudiese presentarse como la única opción posible.
En el recinto había 300 personas. Habló la exprimera dama y su discurso se basó sobre la inclusión de la mujer en las empresas del municipio, en la inversión a la primera infancia y en acabar definitivamente la corrupción. Después un comerciante —litigante del alcalde de turno— dijo que llenaría las calles de policías, daría permisos para que los civiles portaran armas y enfatizó que arrancaría de tajo la corrupción.
Cuando llegó el turno de Anacleto hubo un silencio expectante a las estulticias que promovería. Y el partido de Evaristo necesitaba que Anacleto fuera el gran idiota para así, poder vender la campaña del plan de gobierno, que al final de cuentas era la perpetuación de la misma mierda en diferente empaque.
Anacleto iba vestido con camisa y pantalón negros, zapatillas lustradas y brillantes. Parecía como si en vez de presentar una propuesta para aspirar a ser candidato a la alcaldía asistiera a un funeral. Él alzó la cabeza y miró al público desafiante. Se acercó al micrófono y empezó a hablar:
—Señoras y señoras, me llamo Anacleto Restrepo Cadavid, tengo 39 años. Hoy estoy frente a ustedes porque aspiro a ser candidato a la alcaldía, espero me puedan elegir y así tener el honor de representarlos.
—Candidato, por favor, empiece con su plan de gobierno —interrumpió el maestro de ceremonias de manera jocosa.
—Gracias, trataré de ser lo más sincero posible. El eslogan de mi campaña será: “¿De qué me hablas viejo?”, para negar todo diálogo con el pueblo. Desde la alcaldía promoveré una alianza con el Instituto de Cultura de Antioquia y el Ministerio de Cultura para que Maluma y J Balvin sean los regentes de los valores de convivencia, así garantizaría que nuestros jóvenes tengan corchos en la cabeza en vez de cerebros. Asimismo, crearé el fondo de pensión municipal: “Álvaro Uribe”, para que nadie se jubile, pero que sigan aportando. A la Escuela de Música la trasladaré de la Casa de la Cultura hacia el Asilo con el fin de aburrir a los docentes y renuncien. Es que, si somos sinceros, por el excelente funcionamiento, al final la Escuela despertará un público votante que no tendrá compasión con nosotros en las urnas. Por eso, y ese es el papel fundamental de los partidos políticos en Colombia, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para que el pueblo sea cada vez más analfabeto y pobre. Por ello, prohibiré los métodos de planificación y las clases de educación sexual con el fin de que los pobres se sigan procreando como ratas. Y es precisamente ahí donde trabajaré duro y me esforzaré para que el Secretario de Educación —elegido por mí—, organice una lista de los perfiles de los profesores más mediocres, de voz pausada y dificultades comunicativas, con más de dos hijos y alguna depresión con tratamiento psiquiátrico. Necesitamos a los menos capacitados para que impartan las materias de español, matemáticas, filosofía y sociales en todas las instituciones educativas del municipio; de esta manera, los estudiantes serán la materia prima de las fábricas y nos aseguramos de que nunca aspiren a nada mejor. También, crearé la cátedra “Abudinear a la derecha de la corrupción”, porque es mejor enseñar a robar que a erradicar la corrupción. Y para que mi inutilidad sea recordada, porque es más funcional una campana de goma que un político, pegaré calcomanías de mi rostro en las camionetas municipales al lado de la de Pacho Santos, para que el mártir Jaime Garzón se revuelque en su tumba…
—¡Bajen a ese impostor! —gritó Evaristo.
—¡Blasfemia! —gritó el párroco.
—¡Policía, llévenlo al calabozo! —gritó el presidente del partido conservador.
A Anacleto le apagaron el micrófono. La policía lo sacó del recinto escoltado. Las personas lo abucheaban.
Evaristo intentó apaciguar la revuelta. Fue imposible. Las personas salieron del recinto. Evaristo se quedó frente al micrófono, sin poder pronunciar el discurso milimétricamente diseñado, como un ejercicio matemático, para vender la estupidez igual a caviar.
A la semana siguiente, apareció Anacleto desnudo, torturado, con un tiro en la frente, a las orillas del río Medellín.
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