“La condescendencia frente al lugar de los hombres en la familia no va a ayudar a reducir desigualdades sociales y de género, que son estructurales”
Con antesala al 8M de este año, me encontré una publicación en redes sociales, en la que se entrecomillaba el relato de la rutina de una mujer. Era una mujer que trabajaba en el aseo de un edificio en el norte de Bogotá, y que llegaba a ese lugar todos los días desde Soacha. La mujer, madre de tres hijas/os se despertaba todos los días antes de las 4:00 a.m. para preparar su casa, acompañar la alistada de sus hijas, preparar los alimentos de toda la familia ese día, resolver pendientes en casa, y salía alrededor de las 5:30 a.m. para entrar a trabajar a las 7:00 a.m. cerca al Parque de la 93. Quien citaba su rutina destacaba como ejemplar la dedicación y esfuerzo de esa mujer, y lo notable de que se desplazara durante más de dos horas cada día en bicicleta por la ciudad. De la publicación me conflictuó la exaltación del esfuerzo por abarcar todas las tareas de la casa en su corto tiempo (por su trabajo productivo), y sobre todo el reconocimiento (no pedido) de estar aportando a la “movilidad sostenible”.
El ocho de marzo es una fecha polifacética. Se conmemoran distintas cosas, y se mezclan en las ciudades (principalmente, y es importante notarlo) intenciones y discursos que varían fundamentalmente en la consideración subjetiva de la desigualdad de género. Mientras que colectivos de mujeres reclaman el espacio público y se manifiestan en diferentes puntos de las ciudades con mensajes relacionados a la violencia y acoso, a la autonomía, a la discriminación, etc., en otros escenarios se exalta el rol de la mujer y se reconocen los logros de aquellas que han superado barreras profesionales y personales para liderar, se celebra el talento, el entusiasmo, las capacidades de las mujeres (como si no fueran apenas obvias). Y claro, persisten escenarios de contemplación: agradecer la existencia de las mujeres, las musas, las creadoras, las madres además.
Particularmente este año, entre diferentes historias que escuché, apareció todo el tiempo el reconocimiento de cómo las mujeres han encontrado un lugar en el ejercicio de una profesión, a pesar de aún asumir y responder por el rol de cuidado en sus familias. En ese discurso, encuentro repetido el desinterés por observar la discriminación, y la subestimación de las capacidades y la actitud: tener éxito como profesionales es cuestión de no sentirse relegadas. Esta perspectiva, que envuelve tantos matices, me parece preocupante en tanto vuelve con ideas frente a que el logro individual depende exclusivamente del trabajo y dedicación, idea que considero descontextualizada. Esta idea, que podría abordarse desde distintos puntos, la quisiera tomar para hablar de uno en concreto: la tensión entre el tiempo, la autonomía de las mujeres y las tareas del trabajo reproductivo.
La idea de que las mujeres podemos con todo y atendemos al tiempo todos los temas, en contraste con que los hombres no tienen esa misma pasión, ese ímpetu, está sesgada por años de roles distinguidos entre unas y otros. En términos prácticos, creo que la discusión debe salirse de la romantización del ímpetu de las unas (también somos perezosas, de una cosa a la vez, torpes, menos empáticas, sin atisbo del llamado empático del cuidado) y la subestimación de la capacidad de aprender de los otros. He estado en conversaciones donde algunas mujeres se burlan de sus parejas hombres que no “saben” cocinar, o que hacen mal una u otra de las tareas de la casa: si van a guardar algo lo riegan, si lavan o limpian les queda medio sucio, si se encargan de ir por las compras se les olvida la mitad o compran lo que no es, etc. Me parece que seguir justificando de tantas maneras la incapacidad de los hombres de involucrarse directa y sentidamente en lo cotidiano tiene que ver con la desigualdad.
No es que a los hombres les quede mal la comida: es que no han practicado lo suficiente el hacerla. No es que no puedan dimensionar qué significa que un hijo esté enfermo y qué habría que hacer para estar acompañando: hace falta trabajar en la atención, empatía. No es que pasen días y no puedan notar qué falta en la nevera, o qué cosas están sucias y es hora de lavarlas: no tienen su atención en organizar su rutina en función de lo que hay que ir a comprar, el pendiente de hacer, etc.
La condescendencia frente al lugar de los hombres en la familia no va a ayudar a reducir desigualdades sociales y de género, que son estructurales. El “empoderamiento”, más allá de parecerme cínico (ahora tenemos que salir a demostrar, etc.), nos hace tener menos tiempo y le quita lugar a la oportunidad (tan cuestionada) del ocio, del tiempo libre, del deporte, del cultivo de un gusto cultural, literario, etc. Está bien si una mujer se siente satisfecha por ser responsable (y gerente) del trabajo reproductivo en su vivienda, para su familia, y está bien también si no tiene otros intereses o motivaciones frente al uso del tiempo, como los que mencioné. Sin embargo, creo que una invitación válida e interesante para este día es a detenerse en el día a día, y proyectar la expectativa de no tener que estar al frente siempre, de descargarse de una manera real. Es verdad que en algunos contextos, el rol de los hombres en el trabajo doméstico y de cuidado ha cambiado, y se ven mucho más involucrados, pero persiste la gerencia, la dirección de las mujeres en casi todos los aspectos, y es fácil notarlo en las relaciones y conversaciones más cotidianas. Superar eso, es poder realmente decir que ahora los hombres no “ayudan” sino que se involucran activa, profunda y permanentemente.
Todas las columnas de la autora en este enlace: https://alponiente.com/author/carotoroperez/
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