Las dos muertes de Borges

Apenas ayer falleció María Kodama. O fue antes de ayer. No me acuerdo. Fue la compañera y esposa de Jorge Luis Borges. Es extraño, pero pareciera que con ella Borges murió dos veces.

Para todos aquellos que lo disfrutamos de lejos el escritor dejó este mundo el 14 de junio de 1986. Ese es el que alcanzó la inmortalidad en algunos trazos infinitos, laberínticos, el que sin duda pasó a ser patrimonio cultural del mundo.

Sin embargo hay otro Borges. Uno que para nosotros es casi irreconocible. Me refiero al hombre de carne y hueso, el que sintió, el que se apasionó, el que aborreció, el que quedó plasmado en imágenes, en impresiones y en claras reminiscencias ocultas. Esa cercanía que flota en la mente. Con el óbito de su albacea se perdieron las añoranzas de un Borges anónimo.

Esto nos hace reflexionar sobre el sentido -o el sin sentido- de la muerte. Quizás después del deceso haya mero vacío. Quizás todo se apague. En ese caso el resto, lo que fenece y se inhuma se desdobla en una imagen confusa, secuencias que solo quedarán en movimiento en el cielo de la memoria de quienes nos han amado.

En un texto corto de su “Antología personal” titulado “Borges y yo” reflexiona sobre su doble: “Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda armar su literatura y esa literatura me justifica”. De esto se desprende que el que sobrevivirá invariablemente en sus cuentos, ensayos y poesías no será el Borges físico, sino un Borges distinto, aquel construido por las letras universales, el que hayamos idealizado con la imaginación.

Y agrega a continuación: “Por lo demás yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y solo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro”. El escritor devenido en bronce se escinde del ser real, del ser sentiente. Algunas páginas del primero seguramente podrán quedar indelebles, pero del segundo, del desconocido, ese, ese se habrá ido para siempre.

Se dice que la perennidad está en la obra que hemos dejado, en el dechado. En parte esto es cierto. Es aquella que evocarán los otros, los extraños, que en el mejor de los casos nos perpetuarán; pero aun así no seremos nosotros, será otro. Empero, del verdadero no hay noticias, no estará más en esa recordación.

Después de la partida permaneceremos por un breve tiempo más en el recuerdo de quienes hemos afectado, hasta el momento en que también ellos se retiren al campo del olvido. En ese caso ambos se diluirán decisivamente, y habremos muerto dos veces.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/sfuster/

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.