Para el pensador francés Mauricio Blondel, el concepto de trascendencia -y todo lo que ello implica-, era un tema que, durante la Ilustración, había quedado fuera del campo filosófico. El intento de abordar lógicamente a lo divino había sido resguardado en un terreno puramente teológico. Sin embargo, como todos sabemos, la teología contiene la limitación de querer racionalizar el mito por medios epistémicos difusos, donde termina siendo un discurso que parte de la fe y de la presunta revelación, y, muy a menudo, en desmedro de la misma razón que invoca.
¿Se puede acceder a un análisis del Absoluto que sea estrictamente metafísico liberado de los alegatos de la fe? Esto fue lo que planteó Blondel. Pero, paradójicamente él era de procedencia católica y sumamente piadoso, lo que teje en su obra una marcada dificultad.
Su vida transcurrió entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, lo cual muestra que atravesó épocas de profundas transformaciones sociales. El exceso del idealismo alemán decantó en el materialismo. Salir del orbe de las ideas platónicas y pasar a la acción. Karl Marx quiso superar la inmanencia moderna a través de la “metafísica de la historia” con una tesis que rayaba en lo religioso. Blondel también quiso saltar esa misma inmanencia imperante, no a través de la lucha de clases, sino a través de la praxis espiritual, donde intentaba circunscribirla al ámbito de lo real.
En el ocaso de la Edad Media el concepto de trascendencia comenzó a ser abandonado. El Dios actuante mediante la Iglesia era pensado ahora en el seno del hombre. Según el historiador Bard Gregory, Juan Duns Escoto, un teólogo del siglo XIII, fue quizás el primero en considerar al Señor en el corazón humano y operante mediante la subjetividad. Con Tomás de Aquino pasó algo similar, al interpretar la eucaristía como una “transustanciación” o conversión de objetos votivos en la verdadera sangre y cuerpo de Cristo, cuya santidad ingresaba e instituía el interior del creyente.
En los próximos siglos la idea fue seguida por Martín Lutero (“sola fide”) y por Baruj Spinoza (“Deus sive natura”). La propuesta inmanentista estuvo presente no solo en el ámbito filosófico, sino además en la física newtoniana con la teoría de la fuerza de gravedad; también en Adam Smith con su entelequia de una “mano invisible” que regulara el mercado. Blondel preocupado por “la muerte de Dios” quiso devolverle nuevamente un lugar dentro de la filosofía contemporánea. Quiso exorcizarlo del campo únicamente subjetivo y lanzarlo nuevamente al mundo. Por ello en 1877 presenta su tesis “La acción”.
¿A qué se refiere con “acción”? Se trata de una sustancia que une a los seres entre ellos y al ser consigo mismo. Empero, este ser no es puramente inmanente, sino que se manifiesta además en la externidad. Así la acción humana como realidad histórica sería inseparable de la voluntad como fuerza con la cual se realizan actos en el cosmos, y esta, a su vez, conduciría al hombre hacia su fuente creadora.
Siguiendo con un pensamiento muy cercano al neoescolasticismo, sin caer directamente en él -cosa que no sucedió con Jacques Maritain-, piensa a Dios como “acción”, como “Acto puro” que, a través de su potencia, causa el mover humano arrojado hacia el mundo. El querer y el acto en Blondel serían imprescindibles para constituir ese puente hacia lo fontanal que, como estableció Xavier Zubiri, sería una “dimensión teologal” humana que religaría al ser existente con su ser más profundo, no solo en él, sino más allá de él. De este modo la acción pasaría a ser el movimiento de la vida, que incluye el pensamiento, la voluntad, el amor y toda actividad ontológica que traspase los límites de la subjetividad. El ser mismo del sujeto en cuanto presteza, energía y dinamismo.
El reconocimiento de la acción circundante haría del individuo un ente “excéntrico”, vuelto hacia al exterior, dándole consciencia del más allá, dejándolo en la angustia de la finitud, buscando siempre ese plus que le falta y lo constituye, estando de este modo condenado a la totalidad del actuar.
Al igual que postulara posteriormente Karl Rahner, el ente tiene ya una condición de apertura natural a esa totalidad y su misma captación está allí. Zubiri nos agrega en esta misma línea: “El problema de Dios no viene planteado, sino que ya está ‘implantado’ en el hombre. La cuestión de Dios se retrotrae a una cuestión acerca del hombre. Y la profundidad del problema será descubrir primero la dimensión humana dentro del cual ha de plantearse”.
El dilema filosófico de Dios siempre se pensó desde una extensión de su presencia en el sujeto y más allá de él. Como un intra-supra ser. En todo caso no debemos confundirnos con las conclusiones de Ludwig Feuerbach quien veía a la divinidad en el hombre y, a su vez, al hombre en la divinidad. Esto es distinto. Es la propuesta de “algo que está en nosotros”, asimismo posee su terminal “más allá de nosotros”.
Con todo, Blondel se enfrentó al fracaso. No pudo, según mi entender, establecer una rigurosa filosofía de la religión, ya que cayó, como muchos otros, en un giro teológico epistemológicamente difícil de superar.
Cavilar sobre el Espíritu es un asunto complejo aún para el lenguaje religioso, aunque tenga a su favor la paradoja, cuanto más lo es para la diatriba filosófica que inquiere solo en la lógica. ¿Quién es Dios? O, ¿Qué es? ¿Se puede estudiar a lo divino fuera del ámbito de la cultura al cual pertenece su discurso? Lo errátil de la propuesta, agregado a la complejidad de la dimensión humana hace que el enigma de la trascendencia sea racionalmente insoluble, ceñido al campo de la pura vivencia interna donde las discusiones se tornan imposibles. Sumado a estas especulaciones está el asunto evidente de la inactividad de Dios. Su existencia es tan solo una parte de la pregunta, la otra cuestión sigue siendo: en caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿por qué calla?
La revelación es insuficiente, la explicación de la percepción mística es dificultosa de suyo, porque nada nos garantiza que aquellos que dicen experimentar a Dios en su interior, de captar a esa presencia originante, pueda ser solo una divinización de su imaginación, cuando no el asomo de una patología latente.
Blondel fue uno más de aquellos que han intentado explicar lo inexplicable, de desarrollar lo irracional concomitante con la razón. De buscar lo inencontrable en la acción. Es muy posible que Occidente esté olvidando algo y con los “actos” no basten. Hace varios milenios atrás el sabio Lao Tse dijo: “El erudito aprende algo nuevo cada día: el hombre del “Tao” desaprende algo cada día, hasta que acaba regresando a la no acción”. Cada paso que se da en este proceso es un desandar, es un retorno al origen, al mito, que se ha mostrado como el único recurso medianamente capaz de dar alguna narrativa simbólica aceptable para la consciencia del creyente. Lo que lleva al reconocimiento que lo fundamental debe ser dejado a donde pertenece, en el campo de la opacidad y del misterio.
Comentar