En primer lugar, debemos reconocer que aún nos estamos recuperando de la pandemia, y que esta influyó en el cambio de muchos de nuestros comportamientos. Recuerdo que con la pandemia las personas empezaron a reunirse casi de manera exclusiva con su familia o amigos más cercanos, y que ese fue el refugio para muchos.
Lo anterior también ayudó a que se incluyeran en la lista actividades que no se hacían usualmente. Aprendimos a jugar cartas, dominó o Parchis (parqués), una distracción para olvidarnos del encierro o las restricciones de contacto. Aprendimos a aceptar derrotas y asumir retos, a equivocarnos y seguir adelante, a ser creativos, a arriesgarnos un poco, descubrir nuevas cosas y disfrutar la vida, lo cual puede ser un indicio del aumento en la demanda gastronómica.
Muchos nos atrevimos a cocinar y dejar volar la imaginación, pero a pesar que no funcionó para todos, el gran avance se reflejó en el aumento del consumo de alimentos, ya que los restaurantes emergentes también eran buena opción, esto fue un alivio para la economía y especialmente para los agricultores.
Por lo anterior, una vez terminada la pandemia volvimos a la calle y liberados del distanciamiento social, empezamos a disfrutar de esa libertad consumiendo en lugares que antes no existían o no conocíamos.
En Medellín se dieron varios fenómenos, un buen ejemplo es la peatonalización de Provenza. El lugar está lleno de restaurantes y gastrobares, y es frecuentado por todo tipo de personas, se come sabroso y el que quiere toma, pero todos disfrutan.
La situación cambia cuando la experiencia termina, toca sacudir la cartera para no salir corriendo; ha llegado la hora de pagar y aunque la gratitud por calmar el apetito está vigente, pensar en el 19% de IVA que debes pagar adicional, si genera ansiedad, pero la cuenta aumenta cuando quien te atiende (en función de su trabajo) te pregunta con una sonrisa si quieres «incluir el servicio» que por defecto es el 10%, como si se tratara de un segundo impuesto, un Segundo IVA que representa en total un 29% de lo que consumimos.
Así las cosas, si una persona se gasta 100 mil pesos en una sentada: $19.000 pesos son para el Gobierno y $10.000 para la persona que atiende, lo cual no es una fortuna pero si empezamos a sumar, la cuenta va creciendo; una fórmula que no estimula al consumidor que por esta época de inflación y reactivación debe hacer un esfuerzo para darse ciertos gustos.
Es perturbador que incluso en algunas estaciones de gasolina, farmacias, carnicerías, legumbrerías, barberías, etc, muchas veces sin preguntar incluyen el «$ervicio» por hacer algo para lo que fueron contratados y se supone que les están pagando. En consecuencia, que no se nos haga extraño si el día de mañana el médico o los profesores (que no son los mejor remunerados) nos incluyen propina por hacer bien su trabajo.
Una sugerencia respetuosa sería que al menos mientras el país supera la inflación y nos recuperamos un poco de la recesión, los empresarios de los diferentes sectores también hagan su aporte no incluyendo las propinas sin preguntar o en su defecto, disminuyendo el porcentaje, para que el ecosistema de consumidores no se vea afectado y todos podamos seguir aportando a la reactivación de la economía.
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