Mientras mayores sean las divergencias, tanto más necesarias son la calidad y altura de los debates
Por segunda vez desde la asunción del mando, Petro ha invitado a Uribe, a quien con razón reconoce como líder de la oposición, a conversar sobre aspectos centrales de la agenda que quiere desarrollar. Han comenzado por la reforma tributaria, que mucho se parece a la que, sin éxito, intentó Carrasquilla, la cual, sin embargo, era muy superior a la que ahora se discute.
Desde los albores de la República han sido difíciles las relaciones entre los líderes políticos; incluso, en ocasiones, han pasado de ser aliados a viscerales enemigos. El primero y más notable caso es el de nuestros padres fundadores, Bolívar y Santander. Con razón o sin ella, Santander fue condenado a muerte por haber participado en el atentado contra El Libertador en Septiembre de 1828, pena que éste le conmutó por la de destierro. Son célebres los rudos antagonismos entre Laureano Gómez y López Pumarejo durante la llamada “Revolución en marcha”; o en este siglo entre Uribe y Santos. Conflictos como estos le hacen daño a la democracia cuyo cabal funcionamiento depende de aceptar que no hay verdades absolutas, que todo puede ser discutido, siempre que se satisfaga una regla esencial: el respeto a las reglas de juego previstas en la Constitución, incluidos los mecanismos para reformarla. Qué esto no se olvide: el Estado de Derecho tiene mucho de procesal, importan tanto el qué y el cómo.
La adopción de un canal regular de comunicación entre Petro y Uribe es una buena noticia. Debemos pedirles que persistan en esos ejercicios, que quizás no conduzcan a acuerdos -la brecha entre gobierno y oposición es profunda-, pero que tienen un efecto civilizatorio de la contienda, tanto entre ellos mismos, como entre los diversos bandos. En una sociedad tan dividida como la nuestra esa prudencia compartida ayuda a conjurar el riesgo de que aparezca, cuando menos se espera, algún “lobo solitario” que, intoxicado por discursos virulentos, decida cometer un magnicidio.
Entre los factores que contribuyen al éxito de ese experimento puede mencionarse el respeto a la información recibida con carácter confidencial, que debe ser la menos posible: la política, de ordinario, debe transcurrir en público. El “juego limpio”, que es esencial, tiene un contenido impreciso; no depende de reglas jurídicas, sino de un sentimiento de respeto a la persona, que no necesariamente, a las ideas del otro. Implica, salvo circunstancias graves y cuando se tienen fundamentos sólidos, no penetrar en su vida personal y familiar. Hay que evitar los insultos, lo cual no excluye la ironía o el sarcasmo. Basarse en información de buena calidad, no en rumores. Y apelar a la mejor argumentación posible; los prejuicios y meras hipótesis no deben utilizarse.
Al gesto de Petro corresponde Uribe con un reconocimiento de la legitimidad electoral de su mandato y su respeto a la Carta Política. Esta postura del expresidente tiene costos para él. Implica aceptar, en contra de muchos militantes de su causa, que el paso de Petro por la guerrilla ocurrió cuando apenas llegaba a la vida adulta, que nunca se le imputaron crímenes atroces, y que fue amnistiado en su oportunidad. Que haya dicho en la campaña que para transformar a Colombia se requieren varios mandatos, no puede interpretarse como su intención de perpetuarse en el poder.
Ojalá, pues, esos diálogos, que serán ocasionales y para asuntos de alta jerarquía, se consoliden porque el futuro, en el que ya estamos entrando, va a implicar hondas divergencias. Piensen, lectores, nada más, en el concepto de “Paz Total,” que el Petrismo concibe como la armonía social y el fin de los conflictos sociales cuando lleguemos a la sociedad igualitaria que nos promete. El lenguaje es otro, pero su contenido es de origen comunista. La sociedad sin clases sería el resultado del triunfo definitivo del proletariado sobre la burguesía, la abolición del capitalismo y la consecuencial desaparición del Estado, que devendría inútil en una sociedad sin conflictos. Como suele decirse: la misma perra con distinta guasca.
Otra es la visión de quienes creemos en la democracia liberal. Entendemos que en la sociedad existen diversos grupos de interés que de modo natural entran en conflicto. El Estado existe para garantizar que las discrepancias se resuelvan por medios pacíficos, proveer una plataforma básica de bienestar común, bienes públicos esenciales y la vigencia plena del régimen de derechos y libertades. No creemos en un Estado providente que nos resuelva todos los problemas, como si cada uno de nosotros no tuviera responsabilidades personales que deben cumplirse en un ambiente de libertad. Aunque entendemos el lema de campaña de nuestra Vicepresidente, “Soy porque somos”, como producto de una lucha ancestral de su etnia, negamos que tenga validez general. Se trata de ser individuos libres que, como tales, nos juntamos con los demás. Somos personas, no ovejas.
Habida cuenta de su concepción maximalista, el Presidente niega que el país haya progresado en décadas recientes. Lo dijo en su discurso de posesión; “Hay derecho a la pensión? … ¿hay derecho a educarse?, ¿hay derecho a vivir?, ¿…hay un derecho al agua potable?..¿puede educarse en una universidad de relativa calidad?…¿En caso de enfermarse, tienes derecho a ser tratado adecuadamente? … la respuesta es no”. Por lo tanto, es comprensible que sus propósitos, en esos y otros campos, sean los de demoler para comenzar de nuevo. Si puede -si lo dejamos- no dejará piedra sobre piedra.
En ese empeño refundacional es probable que se tope con la Constitución, como Don Quijote, en célebre episodio cervantino, con la Iglesia. ¿Qué hará?
Briznas poéticas. Escribe Elkin Restrepo palabras insondables: “En esta época del año, recostada sobre el paisaje del cielo, / aparece, profética, la cruz del Sur. / Madrugo a mirarla / porque me desvela / su precisa linealidad, / el brillo de su enigma, / y porque a esa hora / el silencio acalla lo que en ti / no deja de hablar, / acunando en un sin sentido / lo inconfundible y bello: / la simple verdad de existir”-
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