PENSANDO EN EL FUTURO
POR UN PARTIDO POR LA DEMOCRACIA
Pero para esos momentos cruciales, para enfrentar exitosamente nuestra terrible adversidad y salir a plena luz del día, necesitamos las herramientas debidas. Es el momento de darle vida a la más importante de ellas: un Partido capaz de unir a las nuevas generaciones tras nuevas ideas y un nuevo discurso. Un partido capaz de enfrentarse a los nuevos tiempos con un nuevo programa, un nuevo proyecto, una nueva visión. Creada por todos, sin egoísmos ni mezquindades. Un partido en el que quepan todos quienes apuestan por la democracia, sin importar ideologías ni proveniencias. Un partido en principio estrictamente operativo, deslastrado de las taras endémicas de la politiquería venezolana, capaz de unir y forjar todas las voluntades necesarias para ir hacia el futuro con empuje, con fuerza, con ideales, con entusiasmo. UN PARTIDO POR LA DEMOCRACIA. Va siendo hora de poner manos a la obra.
Antonio Sánchez García @sangarccs
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Poco importan los esfuerzos desesperados de la izquierda marxista regional, agrupada en el Foro de Sao Paulo y coordinada según los lineamientos fijados en La Habana, por salvar lo poco que les va quedando de rescatable en las actuales circunstancias. El gobierno de Maduro agoniza y se sostiene exclusivamente gracias el oxígeno – control del ejército y know how represor – que le sigue despachando la tiranía cubana a precios exorbitantes para poder mantenerse ella misma con vida. Cuba, lo dicho: si no se agarra al salvavidas que le tiende el presidente Obama, vegetará hasta exhalar su último suspiro, hundida en las ensoñaciones de su Edad Media. La tiranía y su satrapía transmiten la imagen de dos borrachos apoyándose mutuamente. Más nada. Ante un continente que mira de soslayo y juega el triste rol de la celestina.
A la revolución agonizante en ambos países sucede el naufragio político que amenaza a la izquierda gobernante en la mayor parte de los países de América Latina, apoyada desesperadamente por Cuba y Venezuela, sin que se sepa a ciencia cierta quién apoya a quién. Dilma Rousseff ha alcanzado las cotas de rechazo que en su peor momento tuviera Collor de Melo, a quien tal rechazo terminara aventando de Plan Alto. El PT ha dilapidado todo el capital político que le aportara Lula da Silva. Y tras el brutal escándalo de corrupción de Petrobras, no hay salvavidas que ayude.
En Chile, después de un glamoroso primer año de gestión, Michelle Bachelet se ha derrumbado estrepitosamente. Como un castillo de naipes aventado por un soplido. Al margen de las apuestas que le siguen dando alguna chance de enderezamiento, los cierto es que nada ni nadie podrá volver a enrumbar una alianza contra natura que ha hecho cuanto ha estado a su alcance por desbaratar los impresionantes logros de la Concertación para revivir los tiempos idos de la Unidad Popular. Puesta en aprietos, Bachelet reafirmó la mediocridad con que dejara su primer gobierno. Y la estratégica operación que montara la izquierda socialista para permitirle un remake naufraga a la deriva. El error ha sido estratégico; creer que era posible rebobinar la historia y regresar a los tiempos de Don Salvador Allende. El fracaso ha sido apabullante.
En Argentina, sólo el manejo altamente mafioso del gobierno y las prácticas delincuenciales de Cristina Fernández han medio tapado el forado abierto por el asesinato del juez Nisman. Lo único cierto es el desmoronamiento de la autoritas con que heredó el gobierno luego de la extraña muerte de su esposo. Y si la oposición no logra en las próximas presidenciales apartar al kirchnerismo de un manotazo, no será culpa del arraigo del peronismo kirchneriano. Será producto de su miopía y la incapacidad histórica de sus élites para unirse ante el desastre.
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En muchos sentidos, la Cumbre de Panamá vino a reafirmar lo que todos sabíamos: la izquierda latinoamericana se ha encallejonado e insiste en sus trece, huérfana de todo proyecto histórico. Enfrentada a la desafección de sus élites y a la orfandad de sus viejos y tradicionales respaldos. Y lo que es dramático: frente a un panorama económico verdaderamente aterrador.
Las predicciones del Fondo Monetario Internacional son tenebrosas. Tanto, que acaba de inventar un término especial que describe la parábola que aprisiona a la región: “pronóstico apagado”. Por quinto año consecutivo, el FMI prevé la reducción de su crecimiento económico.
Y como en la leyenda de los viejos abastos – “hoy no se fía, mañana sí” – las cifras que manejan sus técnicos son hoy peores que las de ayer y mejores que las de mañana. El PIB regional crecerá apenas un 0,9%, contra el 1,3% que creció en el 2014: “Son cuatro décimas menos respecto a las estimaciones de enero. Y 1,3 puntos menos respecto a las de octubre.” . Es la misma dinámica que se reproduce con respecto al Brasil: “el pronóstico de enero era que Brasil crecería en 2015 un 0,3%; y el de octubre, un 1,4%.”
Respecto de Venezuela, los pronósticos son simplemente catastróficos: “en seis meses el FMI ha pasado de pronosticar una caída del 1% de su economía este año a una del 7%. En paralelo, la inflación mantendrá su ascenso imparable: hasta un 96,8%. 30 puntos más que en 2014.” (El País, España, 14 de abril de 2015).
No se requiere ser un economista para ver en un aumento de siete puntos en la caída del PIB y una inflación cercana al 100% dos extremos de estancamiento y ruindad. Que unidos a la catástrofe humanitaria que muchos anticipan para un país incapaz de generar los ingresos necesarios para importar los bienes de consumo esenciales, nos permiten prever una tragedia social y política de imprevisibles consecuencias. Es lo que en lenguaje criollo se llama “el llegadero”. El experto en mercadotecnia Luis Vicente León anticipa su propio pronóstico al respecto: “Esta es la maqueta de la crisis que vamos a vivir. Venezuela vivirá una peor crisis de desabastecimiento” (El Nacional, 14 de abril de 2015).
Importa su opinión en la medida de la habitual reserva con que Datanálisis se asoma a los pronósticos catastrofistas. Pero el diluvio amenaza con romper toda discreción analítica. Estamos literalmente al borde del precipicio.
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Son previsiones que venimos adelantando sistemáticamente y desde hace años, con el fin de advertir de los graves peligros que nos acechan con suficiente antelación como para que la élite dirigente del país deseche la práctica del avestruz con la que ha venido minimizando desde hace 16 años la deriva a la catástrofe que se cumple con aterradora prolijidad. Y el trágico inmediatismo con que nuestras élites han enfrenado en el pasado previsiones alarmantes, que requerían de estudios serios y programas concienzudos de aplicación inmediata. Como lo hicieran los chilenos, que antes de la caída de Allende tuvieran una bitácora de acción tan sólida y contundente, que fuera bautizada de ladrillo. El mismo con que Patricio Aylwin enfrentara la transición y Sebastián Piñera acometiera la tarea de sacar al país del estancamiento con que lo amenazaba la Concertación. Que asesores de aparente sólida formación académica prefieran nublar la perspectiva de la tragedia que nos espera para convencer a los electores de que todo es controlable dentro de los márgenes de la normalidad buscando adormecer las conciencias para aumentar el acopio de votos de sus asesorados, por una parte, y de que los dirigentes de las agrupaciones políticas tradicionales se muestren más dispuestos a conciliar con el enemigo para no invocar el fantasma de la crisis que unirse a los llamados radicales de la oposición para enfrentarla con lucidez y coraje, es parte causal de nuestra tragedia.
No se requiere de particular perspicacia para comprobar que la MUD, una mera alianza de entendimiento electoralista, está estructuralmente incapacitada para dirigir al país en medio de esta grave crisis, que no hará más que agravarse. Tampoco se requiere ser muy advertido para comprobar cómo, una vez más, los partidos del establecimiento privilegian sus propias oportunidades de crecimiento – y se equivocan, pues decrecen a pasos agigantados en las querencias ciudadanas – que el enfrentamiento contra la hidra de mil cabezas que nos arrastra al abismo. Algunos asesores recomiendan lo que los derrotados de dieciséis años de lucha política vienen propiciando: pasar agachados, no confrontar, guardar extremo silencio a ver si el monstruo es sorprendido en una inesperada derrota. Les sucederá exactamente como les anticipara Churchill a los apaciguadores ante el monstruo hitleriano: “Os ofrecieron la guerra o la humillación. Escogisteis la humillación. Tendréis la guerra.”
Bajo esas circunstancias, nada garantiza que los dueños del establecimiento serán los burladores burlados y que basta con la astucia de nuestros Ulises criollos para sorprenderlo dormido. Lo cual tampoco significa dar la batalla por perdida. Muy por el contrario. La revolución está muerta – la cubana y éste remedo creado por su hijo putativo. Los pueblos se levantan contra sus gobiernos. La sociedad civil reclama por un protagonismo que nada ni nadie podrá arrebatarle de las manos.
Pero para esos momentos cruciales, para enfrentar exitosamente nuestra terrible adversidad y salir a plena luz del día, necesitamos las herramientas debidas. Es el momento de darle vida a la más importante de ellas: un Partido capaz de unir a las nuevas generaciones tras nuevas ideas y un nuevo discurso. Un partido capaz de enfrentarse a los nuevos tiempos con un nuevo programa, un nuevo proyecto, una nueva visión. Creada por todos, sin egoísmos ni mezquindades. Un partido en el que quepan todos quienes apuestan por la democracia, sin importar ideologías ni proveniencias. Un partido en principio estrictamente operativo, deslastrado de las taras endémicas de la politiquería venezolana, capaz de unir y forjar todas las voluntades necesarias para ir hacia el futuro con empuje, con fuerza, con ideales, con entusiasmo. UN PARTIDO POR LA DEMOCRACIA. Va siendo hora de poner manos a la obra.
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