Esperaba que esta columna fuera dedicada a analizar el panorama poselectoral, sin embargo, mi familia y mi manada han sufrido una dolorosa e inesperada pérdida que nos deja un vacío abismal: la partida de una de nuestras mascotas, Mina.
La historia de Mina empieza años atrás antes de su adopción, cuando adopté a Kali-Ma el 28 de marzo de 2012, una cruza de Samoyedo con Border Collie, que fue abandonada en una estación de gasolina en La Estrella.
Kali-Ma fue rescatada por una pareja que ya tenía varias mascotas, y la dio en adopción por medio de las redes sociales, y cuando vi su foto, inmediatamente me enamoré de ella. Desde el segundo cero hubo una conexión con ella; se me metió entre las piernas, me empezó a llorar y sin pensarlo, se subió al carro y se fue conmigo.
Desde entonces Kali-Ma ha sido la niña consentida. Ella empezó a aprender de mí y yo de ella.
Con el tiempo quise darle amor a otro perro, y crucé a Kali-Ma con Hashi, otro Border Collie, y de esa unión nacieron Sasha, Galilea, Lolita y Kira. Yo me quedé con Galilea y Sasha, mi mamá se quedó con Kira y Lolita se fue con la familia de Hashi, aunque fallecería pocos meses después.
Mi manada creció a tres. Cuando salíamos a caminar nos robábamos las miradas de todo el mundo, pero en el 2017 conocimos por una publicación en redes sociales a Mina, una hermosa Border Collie café de apenas un año, llena de una energía brutal, y que estaba siendo dada en adopción porque su familia ya no la quería.
Mina no fue un perro tan fácil como sí lo fue Kali-Ma; era evidente que le faltaba socialización y no fue fácil ganarnos su confianza. Al comienzo no podíamos soltarla porque se escapaba, buscaba camorra con otros perros y no había forma de cansarla, pero inmediatamente se ganó nuestro amor, y con el tiempo, nosotros nos ganamos el de ella.
Confió en nosotros, fue la defensora de la manada, siempre protegía a todos sus hermanos (incluyendo a Bruno, un Beagle de 9 años, también adoptado), pero también nos sacó muchas canas. Era necia, era difícil que hiciera caso, se metía en problemas, pero nunca dudamos de su amor.
Solo les cuento un par de anécdotas: en una ocasión, sin explicación alguna terminó en el techo de la casa de mi papá. No supimos nunca cómo llegó ahí, y ese episodio hoy lo recordamos con cariño, y con la certeza de que siempre tuvo un espíritu aventurero. La segunda anécdota, es cuando terminó molestando a un puercoespín y le llenó la cara de espinas. Cuando se las quitamos, no lloró ni se inmutó, clara muestra de su valentía.
El año pasado, a nuestra manada se unió Laiky, una perrita criolla sanandresana que fue atropellada y producto del accidente perdió la movilidad en las patas traseras. Una fundación en Santa Elena la trajo, la cuidó, le proporcionó una sillita de ruedas y nos la dio en adopción.
Este pasado 23 de junio, Mina, nuestra Mina loca, aventurera, camorrera y valiente, amaneció muerta. No les puedo describir el dolor punzante que sentí cuando la vi en el lugar en el que siempre dormía. Mi llanto y mis gritos no se hicieron esperar, pero no había nada que hacer. Ya se nos había ido.
Nos abrazamos a su cuerpo sin vida, la lloramos, la recordamos, la volvimos a llorar y la envolvimos en su cobija hasta que la funeraria (Funeral Pet) vino por ella.
Se me escapan las lágrimas al escribir estas palabras y al recordar esos momentos. No sabemos qué le pasó, ni cuál fue la causa de su muerte, aunque hay dos hipótesis, la primera de ellas es la picadura de un animal venenoso (araña o serpiente), ya que en Santa Elena coexisten esa clase de animales y según la veterinaria de Mina, ya ha habido reportes así en el corregimiento. La segunda hipótesis es un paro cardiaco fulminante que no le dio tiempo ni de avisar que algo malo ocurría con ella.
No solo nosotros sentimos su ausencia; Kali-Ma, Sasha, Galilea, Bruno y Laiky también. Se sentaron con nosotros alrededor del cuerpo de Mina a llorar su repentina partida y se les nota el mismo vacío que dejó en nosotros.
No tuvimos tiempo de una despedida, no le pude hace el último caldo de mollejas con zanahoria que tanto le gustaba, no le pude dar un abrazo de despedida, no pudimos dar un último paseo a los charcos donde le gustaba correr sin cansancio, ni le pude decir por última vez cuanto la amaba, pero me queda la satisfacción de que a nuestro lado nunca le faltó amor ni sufrió algún tipo de maltrato.
Hoy, con dolor, solo nos queda una reflexión. Hay que honrar el amor que las mascotas nos dan, hay que honrar su incondicionalidad y, sobre todo, hay que honrar las enseñanzas que nos dejan.
Adiós Mina, tu familia y tu manada te amarán siempre. Gracias por ser la defensora de tus hermanos y por despertarnos con besitos en las mañanas.
Siempre te recordaremos.
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