“Daniel no saltó sino que voló en busca de su única posible libertad”
Piedad Bonnett – Lo que no tiene nombre
“Sabe Dios qué angustia te acompañó
que dolores viejos calló tu voz”
Alfonsina y el mar
A mis 60 años he decidido salir del closet, ¡Sí!, lo venía pensando desde que adolorido leí la escueta noticia de los suicidios de Gabriel, el hijo del Senador Antonio Navarro, y el de Juan David Arango, reconocida figura de la televisión.
Y lo he decidido por una razón elemental: ¡Por qué además de enfermos las personas depresivas debemos vivir sintiéndonos culpables?, ¿Por qué hay tan poco conocimiento sobre lo que pasa por el corazón y la mente, en los momentos de crisis, de nosotros, los depresivos? Y más reciente, a raíz de la aterradora tragedia aérea, los depresivos comenzamos a ser mirados como la nueva amenaza para el mundo. Es por esto que quiero hablar a nombre de los 5 millones de colombianos que padecen de depresión y de las 800.000 personas que en el mundo mueren cada año por esta causa.
Quiero decir que no tenemos por qué seguir condenados a llevar nuestra enfermedad en la más absoluta soledad y mucho menos con sentimiento de culpa, que no somos seres poseídos por el pesimismo, ni por ningún espíritu destructivo; que en general somos enamorados perdidos de la vida, que tenemos una alta sensibilidad, que somos creativos, que soñamos con mundos ideales, que creemos en el amor como fuente de felicidad, que somos buenos amigos y muchos de estos seres depresivos son grandes artistas, científicos, políticos…., en últimas les quiero decir que la gran mayoría de nosotros no queremos morir suicidados y, por el contrario, nos pasamos la vida huyéndole a ese destino inexorable al que en algunos momentos pareciéramos estar condenados
Cada que escucho la historia de un suicidio, recuerdo los momento cuando en medio de un cuadro depresivo he sentido que todo me conduce hacia la muerte, e imagino ese momento final de cada uno de ellos: esa intensa soledad, ese asfixiante desespero, ese fuego interno que los consumió, esa incapacidad de regresar de ese hoyo asesino que los llevó a terminar, con lo que estoy seguro era lo que más querían, su vida.
Porque soy uno de ellos, porque sé del miedo, de los túneles, de la angustia, del desespero, de la cercanía de suicidio me atrevo hoy a salir del closet; muchas personas, incluso muy cercanas, no saben que padezco de depresión, si algo me identifica socialmente es mi buen humor, mi risa, mi alegría; esos dos mundos hacen parte de mi vida, ¿cuánto de lo que soy se lo debo a las horas de soledad a los que me llevo la depresión?
Los depresivos necesitamos que no se nos condene, que no se nos rechace en ningún espacio, ni laboral, ni social por nuestra condición, necesitamos que desde niños podamos recibir el apoyo profesional necesario sin que seamos estigmatizados, sin que seamos excluidos de los círculos sociales por decir que tenemos tendencias depresivas, necesitamos que la depresión sea una enfermedad como cualquier otra y que despierte el mismo cuidado y la atención oportuna
Y nosotros los depresivos tenemos la responsabilidad de atender las alertas, aprender a ser pacientes de nuestra enfermedad y cuidar de nuestra vida, que tanto queremos
Hace muchos años supe que no moriría suicidado, hace mucho aprendí a convivir con mi enfermedad, diría que ella y yo somos respetuosos conocidos, hace muchos años mi círculos de amor están conmigo cuando una crisis me asalta, y estoy vivo gracias a haber encontrado ese círculo que me quiere más allá de mis rayones y siempre está ahí y me ayuda a protegerme.
Si la sociedad y nosotros nos volvemos más cercanos, si no nos miramos con desconfianza, estoy seguro que nos podremos beneficiar por más tiempo de muchas de estas vidas amorosas y creativas
No somos más “locos” que los locos que podemos ser por amar esta vida, No nos dejemos morir.
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