No dejan de sorprenderme algunos insultos que ciertos lectores escriben debajo de mis columnas y de las de otros economistas, periodistas o pensadores liberales. Muchos de ellos provienen de personas que dicen ser pobres o que dicen “defender” a los pobres, y la mayor parte de estos proceden sin argumentos y cargados de falacias ad-hominem. He pasado de ser un agente pago del “imperialismo yanqui” a una egoísta que arderá en el infierno: a una nacida en cuna de oro que aborrece a los pobres. Otros comentarios, sencillamente, no son reproducibles. Por supuesto que también están aquellos que piensan distinto sin insultar, que argumentan y se esfuerzan por comprender mi posición y por dejar en claro la suya. Tanto para unos como para otros, va dedicada esta columna.
Somos nosotros, los liberales –los verdaderos liberales claro está, nada que ver con los promotores de la “nueva derecha”–, los principales defensores de los pobres. Somos nosotros quienes creemos en las personas, en su inteligencia, en su voluntad y en su capacidad para salir adelante y hacerse cargo de sus propias vidas; no importa de dónde vengan: la humanidad y la vida siempre han logrado abrirse paso desde sus orígenes. Somos nosotros quienes respetamos su deseo de una mejor vida para sí mismos y sus familias; quienes queremos liberarlos de las cadenas que los mantienen atados, quienes queremos verlos lograr lo que se proponen y volverse más ricos ¡sí!, más ricos, porque la riqueza hace la vida más larga, más simple y más entretenida, si sabemos usarla, naturalmente.
Los liberales comprendimos que cuanta más gente progrese, tanto mejor para todos. ¿Acaso me iría mejor si Steve Jobs hubiera hecho un pésimo negocio al crear la computadora en la que escribo, o si Thomas Alva Edison hubiera fracasado, o si quien me vende la carne y las frutas tuviera que cerrar su negocio porque no gana dinero, o si los laboratorios no pudieran pagar el costo de continuar fabricando un medicamento que necesito, o si el jardinero tuviera que vender su máquina de cortar césped para poder comprar comida a su hijo? No. Los liberales queremos beneficiarnos de los talentos, el esfuerzo y el éxito ajeno, intercambiando nuestros éxitos por los suyos en forma voluntaria, porque eso nos permite vivir mejor.
Los liberales no escondemos la cabeza bajo tierra, sino que observamos la realidad y tomamos nota. Estudiamos cómo vivía la gente, por ejemplo, en la Edad Media, y vemos el progreso que hubo desde aquella época hasta el día de hoy. Pero vemos también que el progreso no ha sido parejo.
Hay países que en 2022 viven similar que en 1200, mientras que otros se asemejan a esas películas futurísticas y mágicas que veíamos asombrados algunas décadas atrás. Algunos países siguen sin electricidad, alcantarillas, agua potable y suficientes alimentos, a pesar de contar con una buena geografía. Otros exponen rascacielos inteligentes, tecnología de todo tipo y sus habitantes gozan de los placeres de la vida; a veces esto ocurre en territorios rocosos y pequeños.
Los liberales comprendimos que esta diferencia entre unos y otros, no depende de la geografía, ni de las personas –todos venimos al mundo más o menos equipados con las mismas características–. Tampoco es consecuencia de la tan promocionada explotación. El canadiense, el australiano y el neozelandés no son ricos a costa del cubano, coreano del norte o congolés.
Los liberales comprendimos que la diferencia está en los principios y en las ideas. Los países donde la gente vive mejor tienen ciudadanos y gobiernos con un alto grado de respeto por los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad. Y sí, los liberales creemos que estos derechos son sagrados y esa es la base fundamental de nuestro pensamiento.
Los liberales no justificamos el robo, aunque el mismo sea declarado legal. No justificamos a un gobierno que quita a un rico para darle a un pobre, como tampoco justificamos un gobierno que ofrece privilegios a ricos a costa de los pobres. La igualdad ante la ley es nuestro baluarte.
Creemos que la mal llamada redistribución no sólo es inmoral sino perjudicial para quienes desean salir de la pobreza. Nadie por repartir una misma torta entre más partes nos ha liberado de la miseria. Los liberales sabemos que la solución no está en dosificar lo ajeno, sino en aumentar la creación de lo propio, y que para ello se requiere libertad y derecho a disponer de lo creado.
Al socialista, en cambio, no le importa nada de esto. Ni tú, ni tus sueños, ni tu progreso, mucho menos tu dignidad y orgullo. El socialista te convence que eres un inútil al que hay que darle de comer en la boca, al quitarte toda posibilidad de generarte tu propio alimento. Te convence que lo importante no eres tú sino la causa, al someterte a eternas colas o a la prostitución a cambio de un poco de pan. Te convence de que la culpa de tu pobreza es de los extranjeros opresores, mientras te obliga a permanecer allí y te encierra por pensar distinto. El socialista te promete salud y educación mientras te enferma de hambre y te dice qué libros puedes leer.
Pregúntate, ¿cómo puede ser que en todos los regímenes socialistas, luego de décadas, los pobres siguen siendo pobres? Pregúntate ¿por qué necesitaron construir un muro desde el Mar Báltico hasta el Mar Mediterráneo con guardias armados si su deseo era beneficiarte?
El verdugo sabe disfrazarse de ángel y siempre te ofrecerá parte del cielo, mientras aceita tus cadenas, tarea para la que los liberales carecemos de habilidad. Los liberales creemos que solo reconociendo la realidad tenemos chances de cambiarla y solo prometemos aquello que sabemos que podemos dar sin quitárselo previamente a otro: LIBERTAD.
Los liberales no somos ninguno de los gobiernos actuales de América. No somos ni Duque, ni Biden, ni AMLO, ni Piñera, ni Alberto Fernández ¡no se confundan! y no nos culpen por sus errores. Los liberales somos los Jefferson y los Alberdi, los cuales, han demostrado que sus principios han sacado a más pobres de su condición que todos los socialistas unidos del mundo.
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