n una demostración de modestia, Isaac Newton, que estaba enfrascado en una disputa con Robert Hook sobre el verdadero descubridor de las leyes de la gravedad, le dice a su rival, en una carta de 1676, que valoraba sus aportes previos, pero era necesario reconocer las luces que otros antes que ellos, como Descartes, habían dado: “Si he visto un poco más lejos, es poniéndome sobre los hombros de gigantes”. Sin embargo, esta idea tampoco es original de Newton. En 1159, Juan de Salisbury, conocido por adaptar y refinar el trabajo de otros, escribió en su tratado “Metalogicón”: “Somos como enanos sentados sobre hombros de gigantes. Vemos más, y cosas que están más distantes que ellos, no porque nuestra vista sea superior o porque seamos más altos que ellos, sino porque nos elevan, y por su gran estatura se suma a la nuestra”.
El avance de la ciencia, y por ende de la sociedad, es el mejor ejemplo de que el progreso y la innovación son en gran parte un proceso incremental de mejoramiento y un “juego combinatorio”, como decía Albert Einstein, de logros previos, seguramente imperfectos, que provocan una polinización cruzada de necesidades y oportunidades. Los ejemplos de cómo la innovación de hoy está sembrada en la de ayer son incontables. Sin cemento no hubiera sido posible la construcción de edificios que permitieron que la población se urbanizara y concentrara para facilitar la Revolución Industrial, pero sin acero no hubiera sido posible que se hiciesen construcciones de mayor altura, y todo ello hubiera sido en vano si alguien no inventase también el ascensor.
Sin el vidrio transparente no se habrían inventado los lentes, que permitieron concebir el telescopio y el microscopio, y previamente las gafas, que, de no existir, habrían limitado el impacto de la imprenta de Johannes Gutenberg, pues ¿para qué libros si no podemos leerlos? Pero la imprenta tampoco cayó de un ovni. Los tipos móviles habían sido concebidos por un herrero chino cuatro siglos antes y la imprenta fue una adaptación de la prensa de tornillo utilizada en Alemania para la producción de vino. Y cuando la impresión se convirtió en una industria, fue la necesidad de reducir la temperatura en las instalaciones, luego del verano de 1900, lo que llevó a Willis Carrier a inventar el aire acondicionado. Y sin sistemas de refrigeración no sería posible refrigerar las plantas nucleares, que no existirían de no haberse inventado la bomba atómica, que se dio gracias a la invención de la bomba aérea, que no existiría de no haberse inventado el avión.
En cualquier campo de la vida, el científico, el económico y también el político, los que intentan compensar su ignorancia con soberbia ensillada en atrevimiento, como Petro o su discípulo Quinturita, creen y hacen creer a los incautos que todo lo hecho hasta el momento es un error y, como Adán en el Paraíso, todo empezó con ellos, pisoteando lo antes construido con la idea que solo así podrán ser visibles
Tomado de: El Colombiano
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