“Entonces cabe llamar a responder a la inteligencia. Y como toda respuesta, ésta de la inteligencia es respuesta a alguien y respuesta sobre algo. En otras palabras, la inteligencia debe responder hoy a la pregunta sobre su misión, dando cuenta, a la vez, acerca de la manera como la ha cumplido hasta nuestro tiempo”
Cayetano Betancur
La inteligencia de Juan Carlos Echeverry siempre ha sido sorprendente. Esta queda ratificada con claridad en dos intervenciones. La primera puede verificarse en una entrevista del 15 de septiembre, concedida a la revista Semana, que lleva por título: “Las mentiras de Petro sobrepasan mi entendimiento”. Echeverry señala que, en el fondo, el político es un maestro o un pedagogo, por lo cual las promesas electorales de Petro, al ser infundadas, representan una mala pedagogía. En otras palabras, mentir (esto es, cumplir con lo que por costumbre es una campaña política en Colombia), no es otra cosa que hacer (mala) pedagogía. La segunda intervención es una columna suya aparecida el 16 de septiembre en el diario El Espectador, titulada: “La coalición de la esperanza”. Aquí aclara porqué quiere ser presidente: “si nos empleamos a fondo, con seriedad, claridad y empeño, podemos llevar a este país a ser mucho, muchísimo mejor”. Además de revelarlos una verdad de Perogrullo acerca de que Colombia puede ser un país “muchísimo mejor”, Echeverry intenta persuadirnos de sus sentimientos comprometidos con el campesino, el estudiante y el empresario “maltratado”. Promete regresar la pedagogía a la educación, puesto que niños, niñas, jóvenes y maestros, pierden el tiempo y malgastan los escasos recursos que el Estado, con mucho esfuerzo, pone a disposición. Promete llenar las mentes y los corazones de los jóvenes para que encuentren trabajo y no caigan en el desespero ni en la protesta. En síntesis, el político de oficio, como él, es un maestro o pedagogo que enseña y enseñar es “hacer pedagogía”: mala (es decir, con mentiras), como la de Petro, y buena (esto es, sin mentiras), como la suya.
No hay que esforzarse demasiado por valorar la pobreza argumentativa ni para apreciar la compulsión por retener el poder de gobierno, a cualquier precio, que se impone en las campañas políticas de este país. Todos los candidatos se presentan como la corrección (imaginaria) de lo que nunca se corrige (gobernar en beneficio de los mismos). Cuestión aparte su estilo argumentativo por el cual reduce a sus lectores a la “minoría de edad” que tanto recusaba Kant, las intervenciones de Echeverry son apenas la expresión patética del reinado de la confusión conceptual entre lo que es una ciencia y su objeto de investigación. En este caso, la pedagogía y la educación respectivamente. Claro está, los académicos de la educación en Colombia han contribuido bastante, tal vez los que más, para que reine dicha confusión. Basta mencionar la acepción del vocablo pedagogía que hace carrera entre nosotros. Acepción con escasos cuestionamientos que, por lo demás, están destinados a hundirse en su impopularidad. Por eso, como diría Karl Kraus, la acepción comúnmente aceptada es proporcional a la inteligencia de la mayoría. No en vano resulta tan fácil aceptar aquella que informa que la pedagogía es el saber del maestro en torno a la enseñanza. A esto, con pomposo aire intelectual, también se designa el saber pedagógico. En palabras más simples, pedagogía es enseñar. Dicho así, hasta puede parecer sofisticado y elegante utilizar la expresión “hacemos pedagogía”.
Por extraño que parezca, también existen posibilidades intelectuales allende nuestros limitados referentes. En efecto, para acceder a ellas y ganarlas para nosotros mismos, se necesita tiempo y rumiar despacio como la vaca, diría Nietzsche. Se necesita adentrarse en la tradición pedagógica. De esto quedará un profundo desconcierto frente a lo que en Colombia hasta hoy se defiende como el archivo pedagógico por definición: la caracterización de las prácticas escolares de enseñanza, las disposiciones de instrucción pública y los documentos ministeriales ¡Cómo si con eso se fundamentara una ciencia o disciplina! Pero, además del desconcierto, también podría alcanzarse una liberadora apertura hacia el conocimiento construido con la fuerza del argumento y no por el efecto de la autoridad o de los temibles instintos religiosos de los académicos de la educación. Dígase de una vez, académicos poco dispuestos a reconocer los errores con los que arrastran desde hace décadas las posibilidades de la pedagogía como ciencia en Colombia.
El pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi sostiene que en cada capacidad humana palpita el impulso por perfeccionarse. En este sentido, la educación es el esfuerzo por ayudar a perfeccionar las capacidades humanas. Educar es ayudar al otro a realizar su humanidad y educarse significa la decisión de aceptar dicha ayuda. Para Pestalozzi las capacidades humanas básicas son de tipo sensible, intelectual y corporal. La capacidad sensible se refiere a los sentimientos, es la que nos permite experimentar la vida sintiéndola. Los sentimientos disponen al ser humano hacia el conocimiento y la moral. La capacidad intelectual está vinculada al criterio de razón que gobierna lo que puede conocerse, el mundo y sus objetos, aunque también a nuestra responsabilidad moral. A su vez, la capacidad corporal es la consciencia de ser cuerpo en el mundo, esta consciencia es tanto estética como práctica. Ahora bien, según Pestalozzi, ninguna capacidad se perfecciona de manera espontánea o liberada a su mero impulso. Habría algo así como una capacidad integradora, dígase capacidad común (Gemeinkraft), que los educadores y los maestros tienen que desarrollar, con el propósito contribuir a la armonía de las capacidades de los niños, las niñas y los jóvenes. En efecto, la educación requiere de cierta intuición (capacidad para captar de manera sensible los objetos del mundo), pero, por sí sola, la intuición no educa. También se requiere de la inteligencia (capacidad de dar orden racional a las representaciones de los objetos del mundo). Según Pestalozzi, el lenguaje es el enlace entre la intuición y la inteligencia. Es la intersección donde la sensibilidad y la razón se cruzan.
Podemos entonces inferir que la pedagogía como ciencia es la cristalización en el lenguaje de dos problemas centrales. La intuición en torno a la necesidad de educar porque solo por la educación el hombre se humaniza y la inteligencia que busca establecer de forma sistemática las respuestas para esta intuición. La pedagogía no es un “hacer” entendido como actividades realizadas para promover el aborto, lograr votos, conseguir que la gente use tapabocas o que el parrillero motociclista se ponga el chaleco. La pedagogía es una ciencia que se formaliza a través de un lenguaje especializado que, además de ayudarnos a comprender qué es y cómo educar, contribuye a la complejidad de la pregunta antropológica en torno al ser del hombre. Pestalozzi tenía esto último muy presente. De hecho, su contribución antropológica a la pedagogía, indica que el hombre es un ser natural, social y moral. En estado de naturaleza el ser humano se degrada. Una vez aparece inventa la guerra. La naturaleza por sí sola no es el hábitat del hombre. Por esto, su ser social es la lucha por corregir a través de leyes civiles lo que no se gobierna por impulsos naturales. En efecto, para Pestalozzi las leyes representan un logro de la humanidad y dan cuenta de su perfeccionamiento. Sin embargo, el hombre no se contenta con responder ante el tribunal de las leyes. No es suficiente tener leyes y obedecerlas. El hombre solo puede reconocerse a sí mismo como ser moral. Esto significa ser capaz de obrar según la justicia de las leyes y los más nobles sentimientos hacia la humanidad.
Para cerrar, a propósito de Pestalozzi, Paul Natorp sostiene que la pedagogía no solo establece los fines educativos, sino que a ella también corresponde reflexionar los métodos de la educación. Método en este contexto se entiende como sistema didáctico que aúna la intuición, la inteligencia y el lenguaje. Como puede apreciarse, no es un listado de procedimientos con el que se resuelve la complejidad de la praxis pedagógica. Como diría Kant, es cierto que la ignorancia común es un límite a franquear. Pero, de nuestros errores en la construcción del conocimiento pedagógico no se puede culpar a la ignorancia (o no solo a ella). Más bien, habría que apuntar hacia los académicos de la educación. Estos nos han eximido de investigar de manera sistemática la tradición pedagógica y, a cambio, nos han entregado una libertad delirante para justificar la persistencia en los errores que ellos mismos han introducido. Entre otros errores, el rechazo por la tradición filosófica en general y la filosofía de la educación en particular.
Fuentes de consulta
Betancur, Cayetano (2009). Filosofía de la educación. Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit.
Kant, Immanuel (2006). Cómo orientarse en el pensamiento. Buenos Aires: Editorial Quadrata.
Natorp, Paul (1973). Propedéutica filosófica. Kant y la escuela de Marburgo. Curso de pedagogía social. México: Editorial Porrúa.
Pestalozzi, Johann Heinrich (2001). La velada de un solitario y otros escritos. Barcelona: Herder.
Pestalozzi, Johann Heinrich (2003a). Mis investigaciones sobre el curso de la naturaleza en la evolución de la humanidad. Madrid: Antonio Machado Libros.
Pestalozzi, Johann Heinrich (2003b). El canto del cisne. Barcelona: Laertes.
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