Salí a las montañas de Antioquia. Alguien me advirtió: – “Al lugar que vas es zona roja, ten mucho cuidado”. Yo ya sabía que era zona “roja” porque es un territorio dominado por la guerrilla, así que proseguí mi camino. A la guerrilla nunca la he temido, a los que sí he temido es a los militares y paramilitares de Uribe y Santos. Recordé que en días pasados hablaba con un interlocutor ansioso porque yo me mostraba escéptico frente al proceso de paz de Santos, solo se silenció mi amigo consternado cuando le contesté que mi objeción era muy simple: “A las FARC les puedo creer, pero a Santos no le creo nada, ni la j de su nombre”.
Uno puede estar en desacuerdo con las FARC en sus métodos y no por ello rechazar todas sus ideas. Querer entender una ideología, interpretarla, no significa suscribirla necesariamente. Se ha vuelto ya un estribillo decir que la “guerrilla perdió sus ideales, que al principió si tenían ideales pero que luego se pervirtieron”. No creo en esta idea tan extendida. La guerrilla no ha perdido su ideal: que es construir una sociedad socialista contraria a los modelos de la derecha que se han impuesto en el mundo. Solo que se propusieron alcanzar sus ideas con las armas y esa es otra discusión. Aunque es un hecho evidente, en Colombia no se reconoce que existe además una izquierda que hace política sin armas, y que celebra un acuerdo de paz, pero que desconfía del modelo neoliberal de paz. Por otra parte, sí es comprensible que se le critique a la guerrilla aquellos ataques –hayan sido consientes o no- que han afectado a la población civil. En ello debieron ser más cuidadosos. En esto se equivocaron. Pero, no se puede perder de vista que la guerrilla se mueve por propósitos políticos, es increíble que esto también se desconozca tanto, como si fuera solo una cuestión de enfrentar al bien contra el mal y no más. Colombia ha vivido en esta guerra ya más de medio siglo y aun se desconocen profundamente los actores políticos del conflicto.
Salí pues al monte. Al lugar que fui nadie puede entrar sin que la guerrilla por lo menos sepa quién es el sujeto en cuestión. No fui como historiador ni como nada. Fui como amigo de alguien, que respondía por mí. No vi campamentos, ni guerrilleros uniformados. Pero un amigo me contó que estuve bebiendo con muchos de ellos. Quizá les di un abrazo de feliz año. Quizá bailé con alguna de ellas. Allí la guerrilla, en la parte más poblada de la vereda, está mezclada con los campesinos. ¿Cómo saber quién es quién? Solo ellos lo saben.
En camino de trocha, en un chiva (bus-escalera) que parece un barco movido por los más fuertes oleajes, y que parece que se fuera a caer en cualquier momento por un precipicio, y que de puro milagro de la mecánica escala y desciende por las vertientes montañosas de Antioquia, llena de bultos y personas colgando, todos felices a pesar de las sacudidas, llegamos a un punto donde se podía leer clarito: “Está prohibido el paso por este lugar entre las 8 pm y las 5 am. Frente (yo no sé qué) de las FARC”. Es decir, ya estábamos en otro país. Siempre he creído que hay dos colombias distintas. La Colombia de las ciudades-televisión y la Colombia del campo. Este breve viaje me lo confirmó. Más adelante muchos más letreros: “Bolívar somos todos”. Es decir, entramos un lugar donde al parecer ya no hay santanderismo, o sea, santismo-uribismo, que es lo mismo.
No pude hacer trabajo de historia, ni de sociología, ni de nada. Como era fin de año me puse a disfrutar del ambiente familiar y de la calma de una sociedad campesina, donde no manda ni el Estado, ni el paramilitarismo. Solo bebimos, bailamos y reímos. Ya acabadas las fiestas, sí logré unas pocas conversaciones con algunos campesinos (¿guerrilleros?). Y esto fue lo que encontré.
En estas zonas campesinas, bien alejadas de la ciudad, la única autoridad es la guerrilla. Sus leyes son bastantes radicales. A quién tengan que castigar lo hacen sin clemencia, pero eso sí, lo que hacen, siempre lo analizan bien, cómo y a quién. “Ellos no hacen nada sin averiguar bien antes”, me comentaba uno de mis interlocutores mientras tomábamos cerveza. La montaña pudiese dividirse en tres fragmentos, abajo hay ejercito pero nunca se atreven a subir. En los momentos más álgidos, los militares sobrevuelan en helicóptero y en ocasiones han disparado indiscriminadamente, asesinado a pobladores que no son guerrilleros. “Cobardía pues”. En las zonas medias de las montañas están los pobladores mezclados con guerrilleros que andan vestidos como cualquier ser humano más. Y en la parte alta de la montaña, están los campamentos, (o no están) porque son móviles, y están los sembrados de coca. Por allá no suben todos. Los compadres me reconocen que ya nadie vive del café, el cafecito lo siguen sembrando como para no perder la tradición y conseguir algún dinerito para unos pocos meses, pero en verdad, del café en Colombia ya hace mucho tiempo que no se puede vivir. Allá se trabaja es la siembra de la coca. Es la principal fuente de trabajo. No hay más. Yo traté de resumirles la discusión que hay en el mundo sobre la conveniencia de legalizar la producción, distribución y consumo de la droga para acabar con la guerra puritana que crearon los EE.UU, pero ellos, ni me dejaron continuar y me dijeron: -“Lo peor que pudiera pasarnos es que legalizaran la coca, ahí sí, no ganaríamos nada por la siembra. Ganamos plata con eso porque está prohibido. Mire, todo lo demás, es legal cosecharlo, pero eso no alcanza para nada”.
Luego les pregunté sobre su opinión sobre el proceso de paz en la Habana, y me respondieron que de eso no sabían nada. Lo único, que ellos no se imaginaban el pueblo sin la guerrilla. Me contaron que hace algunos años los paramilitares trataron de adueñarse del lugar, comenzaron extorsionando, pidiendo cuotas de “seguridad”, intimidando, asesinando, robando, “lo que saben hacer ellos, pues, matar”. La guerrilla al parecer dejó que por unos días se afianzaran, a penas los tuvieron junticos “dando papaya” a estos pocos paramilitares, los detuvieron y los mataron ahí mismo en el pueblo y nunca más se vieron.
Yo insistí en el tema del proceso de paz, y ellos, con una media sonrisa genuina: “No de eso, no sabemos nada”. Seguimos tomando cerveza. Ya no pregunte más. Nos pusimos hablar de otras cosas. Pero yo me quedé pensando.
¿Si se logra un acuerdo de paz y se da por terminado el conflicto con la guerrilla qué va a pasar en este pueblo por ejemplo? ¿Qué le ofrecerá Santos a este pueblo? ¿Más neoliberalismo y policía? ¿Qué le ofrecerá las FARC a este pueblo? ¿Aquellos cultivos ilícitos que son tan codiciados, quiénes irán por ellos? ¿Y los paramilitares? ¿Regresarán? Pero sí es que no se han ido, andan rondando. ¿Legalizarán el cultivo de coca o cambiaran simplemente de dueño? ¿Pero y si se acaban de qué van a vivir estas gentes si la agricultura ya no da para comer?
Regresé a la ciudad, en la misma chiva que escala y desciende trochas con una fuerza sorprendente. ¿Después de dos siglos el campo no merece carreteras cementadas, seguras y decorosas?
En la ciudad proliferan periodistas, intelectuales, politólogos, “violentólogos”, especialistas en el conflicto, historiadores, todos hablan de paz, paz y paz, cuidado no se nos vaya a gastar la palabra de tanto utilizarla, pero ninguno nombra si quiera esta cuestión:
¿Cuando se vayan las armas del campo con qué las van a reemplazar?
[author] [author_image timthumb=’on’]https://alponiente.com/wp-content/uploads/2014/12/Frank-David-AP.jpg[/author_image] [author_info]Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, fundador de la Escuela Zaratustra, autor de los libros «1815: Bolívar le escribe a Suramérica», «Tras los espíritus libres» y «Andanzas y Escrituras». Actualmente reside en Venezuela donde viajó a comprender en profundidad la Revolución Bolivariana. Leer sus columnas [/author_info] [/author]
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