“por todo esto y más, se escribirá en las páginas de la historia del conflicto que los jóvenes fuimos víctimas del Estado, que fuimos asesinados por reclamar nuestros derechos, que fuimos asesinados por rechazar lo que venía sucediendo hace más de 100 años, que fuimos asesinados por pedir educación gratuita y de calidad”
La historia de Colombia, esa misma que se ha escrito con la sangre de las víctimas del conflicto, bueno, de un sinnúmero de conflictos en los que víctimas y victimarios comparten un conjunto de características que minusvaloradas, desembocaron en los mares del dolor y el sufrimiento de quienes se mantienen empáticos en el país de la desigualdad y los privilegios centralizados.
Los hijos de la tierra del café, del bambuco, de la bandeja paisa, del vallenato, del folclor, entre otras, ya no están, sus voces aún viven en el viento, cómo no sentirlos, si es que su memoria es el combustible que da fuerza a quienes creemos que Colombia puede ser un país mejor, cómo no sentirlos, si tenemos una deuda con los que dejaron la vida por la bandera del oro, el agua y la sangre, tristemente, cada vez más sangre.
Recuerdo que Neto (cómo me dirijo a quién fuera mi profesor de sociales cuando tenía 10 años) intentaba contarnos de una forma menos aterradora lo que fue el conflicto entre los liberales y los conservadores, con 10 años no entendía porqué una diferencia de opinión o de pensamiento podía ser un motivo para que las personas aparecieran asesinadas en las esquinas de los pueblos, en los ríos o en los parques principales, ahora, sigo sin entenderlo, sin embargo, cuando me contaron de Escobar, de todos los muertos y todas las familias que dejó con un inmenso vacío en el corazón, comprendí que en el himno de Colombia también se debería hablar de una particularidad que han compartido muchos nacidos en esta tierra: la ambición de poder y de dinero está por encima de la moral y de los principios.
En algún punto también llegué a perder la fe, ¿cómo comprender qué para exigir que los gobernantes cumplieran su labor tuvimos que recurrir al secuestro?, ¿cómo entender que, para que unas personas pudieran viajar por las carreteras nacionales, un gobierno se dedicó a ganar una guerra llevándose por delante más de 6402 jóvenes?, ¿cómo asimilar que la papa que llegaba a nuestra mesa fue cultivada por un campesino que después de vender el bulto fue asesinado por el paramilitarismo?, ¿cómo permitir que en 1970 se robaran las elecciones y en 2018 también?, ¿cómo vivir tranquilos sabiendo que el otro siente intranquilidad?.
Por todo esto y más, se escribirá en las páginas de la historia del conflicto que los jóvenes fuimos víctimas del Estado, que fuimos asesinados por reclamar nuestros derechos, que fuimos asesinados por rechazar lo que venía sucediendo hace más de 100 años, que fuimos asesinados por pedir educación gratuita y de calidad, que fuimos asesinados por ir en contra de una reforma tributaria en medio de la mayor crisis económica que ha vivido en país, que fuimos asesinados por estar en contra de la brutalidad y el abuso policial, que fuimos asesinados por tener humanidad y tener empatía con el otro, aún así, también se escribirá en aquellas páginas que los miembros de la fuerza pública asesinados, lo fueron en seguramente la mayoría de los casos por los infiltrados que sus superiores enviaron sin importar que sus mismos subordinados fueran también víctimas de la inmanejable violencia.
Tenemos que contarle a los hijos de los ‘héroes de la patria’ que mancharon su capa y su escudo porque les vendieron el discurso de cuidar la patria, cuando realmente los enviaron a matar a su pueblo mientras protegían los intereses de una clase política tradicional corrupta y oligarca.
¡Aún es momento para que en Colombia existan los héroes!
En memoria de los muertos y las víctimas de la violencia en Colombia.
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