Verdad y comprobación

“Debajo del cadalso los perros lamina la sangre de la víspera” Anatole France


Tiene Onfray un texto con un nombre sugerente: Un kantiano en Auschwitz. El título refiere a una cuestión filosófica de vital relevancia: Los alcances prácticos de la razón pura en medio de la matanza; también la cuestión de ¿es la razón capaz de explicar y dominar los fenómenos, comúnmente asociados con mayor facilidad a las más bajas pulsaciones de la naturaleza humana, cuando todo es justificado en base a la razón misma? ¿Cómo explica, por ejemplo, la búsqueda de lo mejor y las mejores formas (la virtud) junto a la necesidad del rerum cognocere natura (como imperativo científico), la racionalidad que pueda ostentar los campos de Duchet, Buschewald y Auschwitz?

¿Podrá la razón atribuirle alguna luz a la fiesta erótica de la sangre en la línea de Gaza y el norte de África, a los genocidios étnicos, culturales y políticos, que han sido camuflados con estratagemas, con un arsenal de sofismas éticos y justifilosóficos a lo largo del mundo?

A la razón de esta época le corresponde pontificar entre los cadáveres, santificar la carroña, bendecir el caos, elevar Kadish fúnebre por su llegada, y con él, la época del galut, del «Vodka y los pogromos», como bien diría Bunin. La única verdad que ha demostrado la razón de los libelistas y los adictos de un ideal en la actualidad es la del poder y su capacidad de imponer.

En cada periodo los tiranos han impuesto su poder a base de terror y sangre. Uribe no tiene nada que disputarle o envidiarle a los grandes y ficticios asesinos seriales de Hollywood, esto en cuanto a simbolismo violento. Podría aparecer en un spot publicitario mencionando las bondades de las sierras del Éxito o Ikea. Si bien en los campos y planicies de Estados Unidos no hay guerrillas ni desembarcos, si hay suficientes locos alienados como para convertir la aventura de marchar en un infierno de metal y sangre parecido al de Masacres en Texas III o cualquier cinta de Wes Craven.

Hollywood toma fuentes fidedignas para componer sus arquetipos. Se sirve de los anuncios matutinos, las transmisiones de noticias de los países subdesarrollados en sus tres jornadas diarias; de ese vasto material que expone la incuantificable locura violenta de la realidad humana. Si bien no hay familias de caníbales en los desiertos observando desde los ojos de una colina, como tampoco criaturas Xenomorfas de lagunas negras, si hay una extraña epidemia de sin-sentido, de abulia hacia la ya saciada codicia, un placer primordial en la matanza. Por ello la búsqueda de nuevos crímenes en la razón: la hambruna esquematizada, la deshidratación calculada, la desaparición selectiva.

Así, los horrores de los campos de concentración, el gas naranja en Vietnam, los jemeres rojos en Camboya, son una pequeñez frente a los nuevos horrores de la razón. Las dictaduras y los ejercicios de la escuela de las Américas quedan como una triquiñuela ante los modernos métodos de tortura; las nuevas aspiraciones de mal, hacen de Calígula y Napoleón unos meros niños violentos e inquietos que hay que dejar jugar con sus países de juguete. Por ello pueden volver a la vida pública manchados de sangre, pese a usar su razón para la muerte; mientras que otros en medio de la sangre, tratando de poner fin a la barbarie mediante el uso de su razón, fueron devorados por la vorágine. 

La alegoría perfecta -y quizás la más irónica también- para la función de la razón en los tiempos modernos sería su uso para el exterminio o para tratar de ponerle fin, como lo expresa el testimonio de vida de Dietrich Bonhoeffer, Jochen Keppler (entre otros teólogos y religiosos que estuvieron en los distintos campos, como el caso de los mártires de Lubeck), que murieron perorando sobre las meditaciones acroamáticas conducentes a la redención del Ser en los campos de concentración antes de la Endlosung (solución final), la creencia en la naturaleza perfectible del hombre; ciegos a sus compañeros de reclusión. Pronunciando salmos y alabanzas entre hombres desnutridos, hablando del ideal y sus vides ante representaciones incorpóreas, masas cartilaginosas, tumbas andantes construidas de huesos; esbozando la bondad infinita de un dios, el calor reconfortante de un ideal ante muecas y gestos de dolor de mentes sumidas en el frío invierno; hombres destruidos en su ser incapaces de reflexión alguna, devorados por la contemplación de la nada subjetiva, emponzoñados de miseria y ruindad, sodomizados en laboratorios, recogiendo sus entrañas y anillos de compromiso entre el barro, esquilmando a los muertos para no ser asesinados; tratando de encauzar esa procesión de  los hijos exiliados de Adam, vagando de era en era, esa masa putrefacta de hombres que a lo sumo formaba una piltrafa, una premonición negra y sórdida.

Hablar del sol y los astros, de la miel y el pan, de cualquier atisbo de florescencia en este osario, la eclosión de la fe, de cualquier esperanza, les demolía el alma como una poesía de John Milton en un sarcófago, como una sinfonía de Beethoven antes de un fusilamiento o un baile macabro de la guillotina.

La presente atmósfera en la cual se desarrolla el pensamiento humano, en las migajas que se caen de los incestos entre la sociedad y el poder, demuestra que cada palabra que se emita, cada esfuerzo y uso de la razón trae una responsabilidad mayor: incitar al boicot, a la causa egotista (el mero afán de destruir) o en su defecto, no construir nada o contribuir de manera alguna a la sociedad de los hombres. Las verdades eternas, totalizantes e irreversibles que pueda emitir la razón, en estos días malditos -por citar el título de la deliciosa obra de Bunin- se tornan maleables, débiles, diáfano cristal pronto a padecer la piedra de la honda lanzada por la horda hastiada. “No más revolución, no más metafísicas con su bla bla ideológico, queremos pan y paz” decían las sombras cansadas de ser eso y nada más, sacrificadas en nombre de la humanidad, luego del triunfo de la revolución rusa -como cuenta bañado en un sol negro el señor Iván Bunin-. 

La verdad, sometida a comprobación, puesto nos interesa la historia, no la oratoria, diría Gelio en sus Noches Áticas, expone que la única constante, pese a los periodos de crecimiento de la inteligencia, como expondrá Clausewitz en de la Guerra, es la violencia. Estos periodos de acallamiento del acero marcan un fin del genio belicoso y permiten un crecimiento de la inventiva, como prerrogativas necesarias del proyecto ilustrado y su hijo satánico el positivismo, menciona John Gray en Lo que significa ser moderno. Por ello, tanto los avances y los sistemas de ideas que alumbran el progreso en la era sin guerra, intiman con ese contexto precedente; permitiendo así evidenciar que, en los ensueños de la paz, -siguiendo a Clausewitz- los artefactos y mecanismos de destrucción que serán usados en la guerra estaban siendo preparados y desarrollados. 

La supuesta expansividad del alma eterna y la existencia creativa, la expansividad moral y la volición completa de las alegorías hacedoras de hombres serviles, los símbolos de libertad y fraternidad, los discursos que asolan hasta su ruina a las instituciones anteriores al nuevo orden de valores imperante, no son más que un preámbulo de las nuevas carnicerías. Ahora entiendo a Karl Kraus cuando proponía la muerte de los símbolos, que no son más que deyecciones del compuesto psicofísico, grandes representaciones que pretenden imprimir racionalidad a los actos y fenómenos presentes; se hace clara, igualmente, aquella ligereza de la hablaba Kertesz: podíamos olvidarlo todo, todo, y terminar por defender lo que antes habíamos aborrecido.

 Así, lo único que podíamos representar, crear, soñar y razonar,  como muestra de aquello que hay de más elevado y sublime en el hombre, para el tiempo de la guerra total, como lo llama Hobsbawm en su Historia del siglo XX (el cual nace con la primera guerra mundial y se extiende hasta el presente), facilitado mediante ciertos dispositivos místicos y morales que la guerra engendra, los cuales apelan a la naturaleza humana para conformarse, no era más que una trascendencia brutal y desangrada, caracterizada por un palimpsesto infinito de conflictos y guerras, nuevos diseños de dispositivos de exterminación masiva, la paranoia de una invasión anexionista de proporciones interplanetarias que permite la destrucción de nuestra intimidad, es decir, hemos dejado a la razón la obligación de justificarnos la reducción paulatina, conducente a su extinción total, de la libertad y la dignidad humana.

Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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