Adiós a las armas

“Hasta que un día se callen los cañones y volvamos a ver en el otro a un hermano, un amigo, un contendiente y no la representa abominable de todo aquello que desconocemos y tememos; y por ello susceptible de las peores formas de supresión de su existencia”


Para dejar de reciclar la violencia, como diría Camilo Torres Restrepo[1], y dar paso a sociedades capaces de tramitar sus conflictos sin violencia, como expondría Estanislao Zuleta[2], se requiere ponderar críticamente los resultados obtenidos por la cadenciosa y vocinglera solución guerrerista. Para entender la obsolescencia de la solución guerrerista es menester incluir variables tales como: los avances  llevados a cabo por los distintos gobiernos que han enarbolado la bandera del triunfo militar o la muerte; la infinidad de noches nefandas en el congreso, donde se adelantaron, sin ningún respeto por la constitución y los tratados internacionales, proyectos de ley que violentaba flagrante la dignidad de la vida y la libertad; la corruptela de la toga que ha omitido pruebas, desaparecido información, manipulado las redes  de la justicia a beneficio de los señores de la guerra[3]; la participación del pueblo en la ebriedad de violencia que produce la guerra. De esta manera, despejando cada una de las variables y su cambio en el tiempo, se hará evidente dicha obsolescencia y podremos descartar la solución guerrerista.

El Centro Nacional de Memoria Histórica ha elaborado un vasto material bibliográfico sobre las abominaciones llevadas a cabo en las horribles noches que se niegan a cesar; desde tiempos pretéritos se ha estudiado el origen de la violencia y de las miles de violencias que pudren esta nación desde su gesta épica. Por ello no es el interés principal de este texto ahondar en el análisis detallado de la violencia (con los actores, procesos y escenarios de cada una de ellas). Se sabe de sobra las causas y las consecuencias, los generadores y los vástagos que la sufren.

En vista de esta declaración el objetivo de este texto será entonces el hacer evidente el fastidio a la violencia al resaltar precisamente la obsolescencia que la hace inútil para los propósitos para los cuales se ha empleado; hacer notorio el asco a esta -cualquiera sea su perpetrador o los que la padecen- que ya el plebiscito de 2016 había resaltado: en el campo no quieren ciudadanos armados, quieren escuelas, en el campo no quieren glifosato o erradicación forzada, desean alternativas productivas que sean sostenibles y generadores de recursos para la comunidad, no quieren comandos de la muerte, aviones bombardeando, quieren paz, paz, paz; y la quieren ya, pero sobre todas las cosas quieren que sea efectiva, como el Amor que teorizaba camilo. Si se analizan las variables anteriormente nombradas a la luz de la solución que se ha priorizado en la resolución de los problemas políticos que abruman al país, será sencillo descartas las propuestas -desde cualquier sector y mediante cualquier actor- de los heraldos de la violencia.

Este es un llamado a condenar al ostracismo, como un traidor a su pueblo, al verdugo que nos llama a que nos dejemos degollar en las fosas mortuorias donde se retuercen nuestros abuelos y amigos; rechazar con la fuerza de la inteligencia y el amor más grande  a aquel que soba el pelaje repleto de heridas y llagas de este pueblo, conspirando a sus espaldas a sabiendas del beneficio que obtendrá, extendiéndole la mano repleta de migajas con gesto amable, con el cuchillo tras la espalda, esperando el mejor momento para desollarle; decir adiós a las armas que nos venden los mercaderes y mesías de la guerra con las manos manchadas de petróleo y sangre.

Es un llamado para que miremos al campo colombiano, ese campo desconocido, complejo, dantesco, abnegado en la sangre de sus hijos, en descenso vertiginoso hacia la violencia absoluta. Miren la regresión monstruosa en que yace el campo colombiano y nadie podrá negar las causas. Es un llamado un llamado para que nos cuidemos, por organicemos y defendamos lo que queda de pueblo, de rebeldía y amor a la libertad de todas aquellas maquinarias de la muerte que andan al acecho. Protejamos nuestras mujeres, nuestros niños, nuestros jóvenes (porque la política de seguridad democrática fue una guerra contra la juventud, contra la juventud del campo, contra la juventud sin oportunidades).

Esto no es un llamado a defender tal o cual bandera política -La Ley de Kafka nos enseñó que son los mismos- es por encima de todo pretensión ideologizante, un grito de rabia ante la vida asesinada, una risa estruendosa contra su teatro de sadismo y crueldad, es el irrespeto a la violencia inútil, homicida, endémica, en cada una de sus formas y símbolos. Hasta que un día se callen los cañones y volvamos a ver en el otro a un hermano, un amigo, un contendiente y no la representa abominable de todo aquello que desconocemos y tememos  y por ello susceptible de las peores formas de supresión de su existencia.


[1] La violencia y los cambios sociales. (2006). Fundación para la investigación y la cultura. Bogotá, Colombia.

[2] Sobre la guerra. (2005). Hombre nuevo Editores. Medellín, Colombia.

[3] Gustavo Duncan. Los señores de la guerra. (2006). Editorial Debate. Bogotá, Colombia.

Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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