“Al tener más garantías como un empleo fijo se fue perdiendo el espíritu emprendedor, paradójicamente, a mayores comodidades, mucho más que perder”.
Hace unos años tuve una conversación con una persona que goza de buena economía, es una persona ya mayor, de aproximadamente 70 años. Me llamó la atención su forma de ser, como buen emprendedor es extrovertido, auténtico, conversador, audaz y dicharachero. Su historia me pareció inspiradora por cómo había logrado tener lo que tiene. Este personaje nació en un pueblo de lo que antaño era el Viejo Caldas, en una familia humilde y caficultora. No alcanzó a terminar, como muchos niños de su época, la primaria, porque debía ponerse a trabajar para ayudar en las labores de su casa. Eso fue forjando su carácter.
Se casó muy joven con la mujer de toda su vida y quien ha sido su coequipera en todo lo que han emprendido, con segundo de primaria, pero con una habilidad innata para los negocios, comenzó en su pueblo natal a hacer su plante, primero con el café, luego con tiendas y supermercados. Cuando me narraba su proceso, los que lo escuchábamos le preguntamos cuál había sido la clave de su éxito. Él, sin dudarlo, nos respondió que su clave era ser resuelto en la vida. Es decir, decidido, sin temor a lanzarse al vacio.
Su historia es común en las personas que nacieron a principios y mediados del Siglo XX, una población, en el caso de Colombia, mayoritariamente pobre y rural que no tenía mucho o nada que perder. Otro ejemplo es el de Mario Hernández, el famoso empresario de la moda colombiana, quien suele decir que “uno nace en peloto y se va en peloto” invitando a la gente a arriesgarse, a perder el temor a equivocarse, pero sobre todo a hacer lo que cado uno cree que es lo correcto.
En el libro Los hijos de Gay Talese, uno de los padres del nuevo periodismo e hijo de inmigrantes italianos en Estados Unidos, el autor narra la historia de su familia que es la de muchos italianos del sur que terminaron emigrando a América a finales del siglo XIX y principios del XX por la pobreza que se vivía en su país, dentro de tantas cosas que me llaman la atención de este texto, quiero destacar la similitud entre los rasgos emprendedores de los italianos y colombianos de entonces, así como pasaba en Colombia, los italianos del sur se dedicaban a actividades del campo, el estudio para los niños era obligatorio hasta los diez años, apenas cumplían esa edad, los padres les pedían que dejaran de estudiar para ponerse al frente de la granja familiar.
Buena parte de esos italianos no veían aspiracional la vida en la granja, les parecía un trabajo pesado, sin mayores retribuciones, así fue empezando la emigración a Estados Unidos donde imaginaban una vida más placentera y con mayores oportunidades, jóvenes, como el abuelo de Talese, que con 17 años o menos, se aventuraban a dejar su familia en búsqueda del sueño americano porque como tantos otros, no tenía nada que perder.
Las generaciones siguientes empezaron a recoger los frutos de lo que trabajaron los abuelos y padres, nacieron con mejores comodidades, al tener más garantías como un empleo fijo se fue perdiendo el espíritu emprendedor, paradójicamente, a mayores comodidades, mucho más que perder.
La educación tradicional forma a las personas para buscar un empleo, y quedarse en él, así no se esté a gusto con lo que se hace porque se prefiere ganar la “goterita fija” que permite vivir a no tener nada. Sin ánimo de criticar el modelo de educación, mucho menos a los empleados, porque yo también lo soy, siento que desde las escuelas se debe promover más la innovación y el emprendimiento para que independientemente si en un futuro uno decide emplearse o emprender, es porque es su propósito de vida y no lo que tocó hacer, así algunas veces esas decisiones impliquen lanzarse al vacío. Al final, el éxito es hacer lo que a uno lo hace feliz.
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