El 5 de julio de 2010 entró en vigor en España una ley orgánica sobre la salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Ésta sustituía a la de 1985, la primera en despenalizar el aborto en España. Hubo una ley anterior en 1937, durante la guerra civil, siendo ministra de Sanidad y Asistencia Social Federica Montseny. Ella mismo admitió que era una ley que no le gustaba, pero debía existir como mal menor para proteger a la mujer.
La ley de 2010 fue inmediatamente contestada, especialmente desde grupos como la Conferencia Episcopal Española y asociaciones contrarias al aborto en cualquier supuesto. ¿Qué tenía de grave esa ley? La novedad era que la mujer podía decidir libremente interrumpir el embarazo durante las primeras catorce semanas, sin importar supuestos como violación o cualquier otro. De hecho, en caso de riesgo para la madre o el feto el límite podía aumentar hasta las veintidós semanas.
Lo grave es el poder de decisión de la mujer. Lo que hay detrás de los grupos contrarios al aborto no es la protección fanática hacia los futuros posibles bebés. Eso es la fachada, las fotografías de fetos que asociaciones como Pro-Life Action League se dedican a distribuir. Lo que en realidad hay detrás es, en un grado menor pero todavía importante en nuestra sociedad occidental, la idea de que tienen que nacer el mayor número de niños posibles… y blancos, claro. Aunque sobre todo lo que existe es el tradicional desprecio a la mujer en el ámbito de la reproducción. La hembra es vista sólo como el continente de lo que en el fondo es el producto y posesión del macho.
Ante la duda hay que salvar al feto. Para eso tenemos cientos de ejemplos en novelas y películas que nos indican que, en mitad de una situación con gritos, sudor y sangre, la heroica madre pide que salven al bebé. ¿Cuántas veces hemos visto a la persona que administra el aborto como una bruja y/o una prostituta? ¿Cuántas veces hemos visto, en especial en la ficción norteamericana, que cuando un personaje se queda embarazado se plantee abortar? Eso sólo ocurre cuando el argumento de la serie de televisión en cuestión o película gira alrededor de ese tema.
Una de las formas de esconder esto es utilizar mujeres, lo más jóvenes posibles, en las campañas contra el aborto. Como en la película …And Justice for All (1979), en la que el juez acusado de violación contrata a un abogado que lo odia y al que, en el fondo, chantajea. Dicho de otro modo: la forma de redimir la culpa colectiva de la mujer que aborta es convertir precisamente a mujeres en la primera línea de defensa de esa ideología conservadora.
Una reflexión final. ¿Qué pasaría si los hombres parieran? Ceteris paribus, claro. Muy sencillo, el aborto estaría subvencionado por el estado, las píldoras de interrupción del embarazo se comprarían en las gasolineras, Budweiser sería el patrocinador y, en las pausas de los partidos de baloncesto, las animadoras acompañarían a hombres embarazados para matar a “sus” fetos en mitad de la pista entre vítores y jolgorio.
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